La gran mayoría de personas, por ignorancia y también por falta de voluntad, le han prestado muy poca atención a las emociones. Erróneamente se ha creído que las emociones son independientes del comportamiento y de la salud o enfermedad que experimentamos.

A menudo, nos vemos inclinados a creer que las circunstancias controlan nuestras vidas, y que el ambiente nos ha configurado tal y como somos. Jamás podría haberse dicho una mentira mayor. No son las circunstancias de nuestras vidas las que determinan nuestro destino, sino nuestras creencias acerca de lo que significa la “realidad” que nos circunda.

Las creencias (heredadas, impuestas, adquiridas consciente o inconscientemente) son las que controlan nuestra emocionalidad y nuestra emocionalidad determina nuestra realidad, nuestros resultados; y en última instancia, nuestro destino.

Por ello, es perentorio prestarle más atención a nuestras emociones y creencias; estudiarlas, cuestionarlas, ponerlas en tela de juicio, preguntarnos: ¿qué beneficios aportan a la salud? ¿Qué efectos tienen en la enfermedad? ¿Cuál es el aporte de las emociones en el estado mental de la felicidad? ¿Tengo el control de mis emociones o soy una veleta agitada por los estímulos externos e internos?...

Si quiero tener el control de mis emociones y ponerlas al servicio de mi salud, armonía y felicidad, debo conocer el mundo de mis creencias, sólo así puedo tener el control de mis emociones.