Calvario etílico / confesiones de un ex-alcohólico
Cerca de la Asociación de Alcohólicos Anónimos de Maracaibo, queda una iglesia, un colegio católico y un bar. Mientras recorro el oscuro pasillo en dirección a mi objetivo, reflexiono acerca de lo irónico que puede parecer tal ubicación, y entonces, encuentro una puerta abierta.
Saludo a un robusto hombre que acomoda unas cuantas sillas en el local. Bajo un poco la voz para explicar el motivo de mi visita, y de pronto, la palabra periodista parece marcar una muralla entre ambos.
En eso, aparece un hombre de tez morena cuya edad comienza a notarse en su cabellera escasa y sus lentes ovalados.
— Cero cámaras o grabadoras, esas son las condiciones. Indica al tiempo que estrecha mi mano.
Es el encargado. Su apariencia transmite seguridad. A simple vista parece un hombre corriente, de los que te consigues en la parada del bus o en la quincallería. No podrías tildarlo de alcohólico, aunque lo fue por 18 años.
Richard, quien añadió la condición de no publicar su nombre real, es el líder de alcohólicos anónimos de la entidad; lo ha sido por 15 años, y mientras esperamos la llegada de más miembros me explica cómo funciona la sociedad.
Sólo se necesita una cosa para entrar: querer dejarlo, asegura. Sin embargo, eso no implica que ya deben haber dejado de consumir alcohol para iniciar, muchos asistentes participan aunque siguen bebiendo. Incluso él lo llevó así el primer año.
No buscan psicólogos ni psiquiatras, solo alcohólicos que los escuchen, hablar es el mejor tratamiento.
Richard elige sentarse en el mismo lugar de siempre para contarme su historia, una silla plástica de las tantas acomodadas en forma de rueda dentro de un pequeño local vacío en el Centro Comercial Villa Inés.
En esa rueda, se han sentado y se sientan cientos de seres humanos con la ambición de cambiar su estilo de vida a cuestas.
Mi nombre es Richard, tengo 47 años y fui alcohólico. Inicia con increíble tranquilidad, como quien ha pronunciado las mismas palabras una y otra vez.
Richard, vivió atado a una botella desde los 14 hasta los 32 años. Desde entonces se convirtió en líder de la asociación, y recuperó su vida.
Asegura que lo que debieron ser sus “años dorados”, no son más que imágenes difusas en su cabeza, pues la mayor parte del tiempo estaba borracho, y cuando no, pagando las consecuencias de ello.
Dejando a un lado los lentes, me explica que la dipsomanía (o alcoholismo), es una enfermedad exclusivamente mental.
Sin culpar a nadie
Es un padecimiento lento y progresivo. Empecé a tomar ron barato y cerveza a los 14 en una esquina, como todos los muchachos de mi edad. Pero ojo, no culpo de nada a mis amistades. Los que tomaban conmigo para ese entonces, no se viciaron, yo sí.
Mucho menos a mi familia, no diré que bebía porque tuviera problemas en casa, porque en realidad no tenía con quien tenerlos, mis padres se separaron cuando tenía 7 y mi madre, quien se quedó con la custodia a tiempo completo, se ausentaba todo el día trabajando para poder costear mi crianza.
Lo cierto es que mi primera borrachera fue horrorosa, el malestar al día siguiente parecía insoportable, cualquiera a mi edad habría dicho: no bebo más. Pero yo, al contrario, buscaba conseguir nuevamente el mismo efecto. Con el paso del tiempo, esto me trajo problemas, me embriagaba fácilmente y una vez en ese estado, me divertía buscar peleas.
"El enfermo se distingue porque se mete en problemas”, certificó.
El hombre que encontré acomodando sillas minutos atrás se acercó con un par de tazas de café y una sonrisa discreta.
Cuando alcancé la mayoría de edad, bebía cada 2 o 3 días…— continuó Richard — en este punto, no lo hacía premeditadamente, simplemente cuando noté que ingería bebidas blancas, como el cocuy, y mi organismo lo soportaba “fácilmente” consideré que podía continuar haciéndolo sin problemas. Era como si hubiera crecido de algún modo.
A los 20, tuve mi primer empleo, me botaron tras el primer mes de prueba, adivina la causa, —borracheras, respondí. —, Borracheras, asintió con la cabeza.
Tomaba dentro y fuera del trabajo, la verdad no recuerdo un día en que asistiera sobrio a mi jornada laboral, al final las faltas y las indiscreciones cansaron al dueño.
De allí en adelante las cosas fueron de mal en peor, añadió.
Richard detiene la narración, observa un enorme cuadro con frases motivadoras inscritas en él y retoma el diálogo: pero gracias a Dios toqué fondo.
Uno debe tocar fondo para poder salir.
Durante esos 18 años atravesé innumerables situaciones lamentables, tantas que me cuesta recordar algunas, me robaron incontables veces, dormí un par de veces en la calle, incluso me perdí el funeral de mi padre. Pero el día en que entendí que había tocado fondo lo recuerdo claramente: visité a mi madre, que estaba enferma del corazón, quizás las constantes molestias que le causé tuvieron algo que ver en eso, la cuestión era que quería ayudarla. Y al intentar apoyarla a trasladarse a su habitación, en contra de sus quejas, se me cayó de los brazos. No coordinaba porque estaba bajo los efectos del alcohol. — carraspea — ese día marcó mi vida.
Hay quienes dicen que se debe ver la muerte de cerca para conocer el límite. Yo estuve rodeado de la muerte todos los días y mi mente lo asimiló en ese momento, a través de los ojos angustiados de mi mamá.
El 23 de marzo de 2003 ingerí mi última gota de alcohol hasta hoy. Y me enorgullezco de ello cada día de mi vida, resaltó.
El primer paso es aceptarlo
Uno sabe que es alcohólico, el punto es aceptarlo. Yo sabía que no debía ingerir alcohol de pequeño porque me hacía mal; sin embargo, lo acepté dieciocho años después cuando vi a mi vieja tirada en el piso por mi insensatez, concluyó con los ojos vidriosos.
El motivo de este post es que la gente conozca un poco de AA, y como se ha convertido, para muchos, en el puente que deben cruzar para ir de la oscuridad y a la luz.
Alcohólicos Anónimos es un programa de compasión. Allí no se exige nada, ni siquiera decir que se es alcohólico, pues todos sabemos el estigma que se le ha atribuido al alcoholismo. Solo se debe asistir y escuchar.
Recordemos que muchas veces, el deseo de restaurar una vida no solo depende del afectado sino de quien lo rodea, se ha demostrado que un adicto que no cuenta con apoyo tiene menos probabilidades de cumplir su objetivo, pues se observa a sí mismo a través de las miradas repulsivas de los demás.
Al tal punto que piensan: ya no valgo nada. Da igual lo que me pase.
Nada es más importante para quien padece esta enfermedad que sentirse comprendidos, y nadie puede hacerlo tan bien como quien atraviesa una situación similar.
Una historia interesante, triste pero con mucho valor. Gracias por compartirla con la comunidad.
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