Liberarse de expectativas
Cada día, en el trabajo, en casa, de vacaciones… funcionamos a base de expectativas: que la gente se comporte como yo espero, que las cosas salgan de una manera determinada. A veces basamos estas expectativas en información precisa o en acuerdos con otras personas, y a veces simplemente damos por hecho que va a ser así, pero independientemente de lo que queramos, el futuro es incierto, y cuando las cosas no salen como esperamos nos frustramos, nos desilusionamos, nos enfadamos... ¿Qué podemos hacer entonces?
Las expectativas son creencias que tenemos sobre cómo va a ser algo en el futuro: “espero que mi hijo saque buenas notas”, “que los políticos hagan su trabajo”, “que mi pareja entienda cómo me siento”, “que mañana haga sol”… Las expectativas no son malas necesariamente, nos ayudan a hacer planes y a trabajar en proyectos a largo plazo: si pongo esfuerzo y dedicación espero que mi negocio salga adelante, si estudio mucho espero aprobar los exámenes… Pueden ser positivas, negativas, grandes, pequeñas, de nosotros mismos, de los demás, de las cosas, de la naturaleza…
Pero si no somos conscientes de ellas, si no las vemos con claridad y ni nos damos cuenta de que las tenemos, pueden tener un gran poder sobre nosotros. Nuestra mente, impulsada por el miedo a sufrir o a que nos rechacen, por inquietud ante la incertidumbre, por un deseo... se aferra a estas expectativas creando una ilusión de solidez y de control. Al hacer esto, dejamos de ver otras posibilidades, dejamos de considerar otras opciones. Y además, cuando no se cumplen, reaccionamos con decepción, con rabia, con desilusión... Sin prestarles atención, las expectativas nos pueden llevar a un estado continuo de insatisfacción con la vida.
¿Cómo podemos liberarnos de esta influencia negativa de las expectativas y a la vez seguir teniendo un sentido de dirección?
Lo primero es darnos cuenta de cuando tenemos una expectativa, y dedicar un momento para examinarla con calma, para explorar si es realista o no, para ver de dónde surge realmente: si es racional, o si viene por un miedo o un deseo que tengamos, y también para considerar la posibilidad de que igual no sale como esperamos.
Lo segundo es entender y aceptar que efectivamente no tenemos control sobre lo que va a ocurrir en el futuro, que las cosas cambian constantemente y que independientemente de lo genial que sea nuestra expectativa, siempre cabe la posibilidad de que no se cumpla. Un claro ejemplo es la crisis del Covid-19 que estamos viviendo, que no estaba dentro de los planes de nadie.
Hacer todo esto ya de por sí nos va a permitir ver más posibilidades y, si las cosas no salen como esperábamos, nos prepara mejor para responder y adaptarnos.
La diferencia entre expectativas y posibilidades, es que las posibilidades se basan en el momento presente y en nuestras preferencias actuales para el futuro y con la dirección que nos dan nuestros valores, pero sin asumir que sucederán, manteniendo una apertura hacia cualquier resultado y reconociendo que la felicidad y la alegría no vienen determinadas por el cumplimiento de nuestras expectativas en el futuro, sino que sólo están disponibles ahora, en este momento.
Una forma de cambiar la relación que tenemos con nuestras expectativas es a través de la meditación donde practicamos, precisamente, dejar de lado cualquier idea que tengamos de cómo tiene que salir, de cuánto tiempo voy a estar concentrado, de si voy a seguir las instrucciones sin distraerme, de si me relajo o no… Nada de esto es el propósito de la meditación. Lo único que necesitamos para meditar es una intención de abrirnos a la experiencia que tenemos momento a momento. Y no importa las veces tu mente se distraiga, ni el tiempo que esté distraída ni adónde va cuando se distrae. La meditación es el momento en que te das cuenta que tu mente se ha ido. Si te distraes muchas veces, muy bien, muchas más oportunidades para darte cuenta y traer tu atención de vuelta. De esta forma, la meditación nos sirve de entrenamiento para practicar liberarnos de expectativas en nuestro día a día.
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