Canalización de una enseñanza ancestral

El cuerpo es la institución y el maestro está adentro
B.K.S. Iyengar

Recuerdo nítidamente la primera vez que tomé una clase de yoga iyengar. Ya había tomado otras clases con diferentes métodos de yoga, por lo tanto llegue pensando que tenía alguna idea a lo que me enfrentaba. Cuando terminé de colocar mi tapete en el lugar que se me asignó, una de las alumnas se aceró y me dijo “es normal que el maestro te toque para corregirte”, lo cual tomé como una advertencia bastante seria. Tan seria que Susa, la alumna, al ver el susto en mi mirada indagó más sobre el tema explicándo que me lo decía para que no me tomara por sorpresa, pero que las correcciones eran totalmente normales y que el contacto se hacía de forma muy profesional.

Al comenzar la clase, el maestro se centró en mi al ser la única nueva alumna y me hizo toda clase de preguntas sobre mi estado de salud y mi experiencia con el yoga. Yo, siendo una persona muy tímida me sentí un poco abrumada, sin embargo me intrigó que se interesara por esos temas. Comenzaron las asanas y el maestro no paraba de lanzarme correcciones “alinea los pies con los bordes del tapete”, “compacta las caderas”, “ombligo hacia la columna para cuidar las lumbares”. En algún punto, tantas correcciones me hicieron enojar, ya que yo pensaba que si sabía lo que estaba haciendo. Sin embargo, ese enojo más que desanimarme me ayudó a centrarme cada vez más en los movimientos que me pedía. Cuando realizó la primera corrección manual, entendí la advertencia de Susa y supe a lo que se refería con “de forma muy profesional”. La corrección manual que me hizo fue en Trikonasana y fue un movimiento tan claro y cortante que lo sigo sintiendo a la fecha, siete años después, cada vez que realizo la postura. Al terminar la clase me fui a mi casa con una sensación en el cuerpo que no había experimentado nunca, lo sentía cansado pero revitalizado. Sin embargo, lo más raro era que mi mente no estaba en mil lugares al mismo tiempo como siempre suele hacerlo. Cuando desperté al día siguiente supe que había encontrado el método de yoga que era para mi.

Un par de años después de esa primera clase me encontré a mi misma en la formación de maestros. A grandes rasgos la formación toca dos temas en especial; la práctica personal y el método de enseñanza. Durante una de las sesiones sobre el método de enseñanza, me tocó por primera vez demostrar y enseñar una postura a mis compañeros. En los primeros segundos de mi demostración, pasó ante mis ojos en cámara rápida mi primera experiencia con el yoga iyengar. Recordé lo claro que fue mi maestro, lo tajante que eran sus correcciones, lo firmes que eran sus movimientos pero sobre todo la compasión con que realizaba todo esto. Esa compasión lleno mi cuerpo de amor y como si me hubiera desconectado de mis pensamientos comencé a enseñar la postura de la misma manera. Olvide los nervios, mi timidez y con una voz firme dicte las instrucciones llevando a mis alumnos a través del inicio, la estancia y la salida del asana. Al terminar regresé a mi y me senté en el piso sorprendida. No sabía exactamente como había sucedido, pero sentía como que algo más había usado mi cuerpo para compartir y transmitirle a los alumnos un conocimiento que yo misma no era completamente consciente de poseer. Por supuesto mis maestras me corrigieron miles de cosas, sin embargo me fui feliz sabiendo que había logrado el cometido de proyectar la luz que sentí en mi interior.

Desde ese día, cada vez que doy clases me siento tranquila. Ahora se y entiendo que mi práctica personal me hace ser un medio que canaliza las enseñanzas del yoga. Creo que este sentimiento es algo que todos los maestros de yoga experimentamos. La primera vez que tuve la oportunidad de tomar clases con Abhijata Iyengar me di cuenta que ella misma es una canalización de las enseñanzas de su abuelo y de sus tíos. Me gusta imaginarme el día en que Guruji se conectó por primera vez con su luz interior y logró convertirse en el gran medio que nos ha traído el increíble método que es el yoga iyengar.