Historia. 3 Rosas: Capítulo 7

in #writing7 years ago (edited)

                                                        La Decisión Está Tomada. 


          La fiesta que estaban preparando para el fin de semana nunca se dio. La mayoría de las personas empezaron a comentar y a correr rumores del por qué la habían cancelado, sin embargo a Eleazar poco le importaba lo que dijeran, estaba tan molesto con la menor de sus hijas que no le dirigía la palabra a menos que fuera necesario. Rosa paula estaba deprimida, aunque no lo demostraba a los demás, por las noches no hacía más que llorar, extrañando la vida que había dejado hacía menos de una semana.  

          Rosa Elena notó el estado de ánimo de su hermana menor y, preocupada, trató de mediar la situación con su padre y Rosa María.  

          Entró en la habitación de la menor y la encontró leyendo, como era su costumbre. Se sentó a su lado sin decir nada pero sin quitarle la mirada de encima. –¿Qué pasa? –preguntó Rosa Paula, intuyendo algo.  

          –Vengo a invitarte al cine, Juan José y yo iremos al pueblo y pensé que podríamos ir juntos al cine ¿Qué te parece?  

          –¿Estás loca? No voy a ir con ustedes al cine, no seré mal tercio.  

          –No serás mal tercio, Juan José le dirá a alguno de sus hermanos que venga con nosotros.  

          La menor de Las Rosas rio. –Eso es peor, no voy a ir a una cita a ciegas.  

          –Ninguna cita a ciegas –restándole importancia–. No quiero matrimoniarte con nadie, solo quiero… queremos, porque Juan José también quiere, que te animes un poco.  

          –Te lo agradezco, pero no necesito animarme… Además, estoy leyendo –alzando le libro.  

          –Sí, un libro que has leído ¿Cuántas?... ¿Siete u ocho veces? –hizo una pausa esperando que su hermana dijera algo–. Vamos, ven con nosotros.  

          Rosa Paula suspiró. –Está bien, iré… pero… no quiero que me busques novio.  

          –No lo haré, solo quiero que te animes un poco… Te he visto estos días y sé que no eres feliz aquí y, aunque no me agradó la noticia de que te marcharás, entiendo que busques tu felicidad.  

          –¡Gracias! –exclamó muy sincera, abrazando a su hermana.    


          Después del almuerzo Rosa Paula paseaba por el jardín. La hacienda llevaba el nombre de El Rosal no solo por el nombre de las hijas de Eleazar sino también por el hermoso jardín que tenía la casa principal. Mientras caminaba por los alrededores, Joaquín la veía desde la distancia, la joven también lanzaba miradas disimuladas a su primo. Éste tenía un cuerpo atlético bien formado por el trabajo duro que nunca faltaba en la hacienda, y el color de su piel, muy diferente al de los europeos con los que había salido, le encantaba.  

          Lo saludó de lejos con su mano y una tímida sonrisa, pero Joaquín continuaba dolido por la decisión de la joven de regresar a París, ignoró el saludo, le dio la espalda y se retiró a su casa, pero no dejó de estar pendiente de los pasos de la joven. Desde allí vio llegar a Mario y saludarla de una manera muy cariñosa y cómo la joven sonreía mientras caminaban. Además de reír con ganas al escuchar las “estupideces” que, según Joaquín, decía Mario.  

          Mientras caminaban Mario tomó su mano y entrelazó los dedos, Rosa Paula no esquivó el gesto, por el contrario, sonrió halagada. Las atenciones del joven parecían relajarla, se sentía cómoda y protegida con su presencia, tal como le pasaba con Joaquín en sus años de adolescencia. –Si esto te gusta –alzando las manos para mostrarlas entrelazadas–. ¿Por qué me evades? Te he llamado y no contestas.  

          –No quiero involucrarme con nadie.  

          –¿Tienes miedo de enamorarte de mí?  

          Rosa Paula se carcajeó. –Todo el mundo dice que no me convienes, que me aleje de ti, inclusive tu hermano me ha advertido.  

          –Sí, lo sé, tengo mala fama, pero podría cambiar por una mujer –dijo sonriendo y mirándola directo a los ojos.  

          –No quiero que cambies por mí… Lo único que quiero es que pase el tiempo rápido para irme de aquí.  

          –Entonces, tienes miedo de enamorarte y que eso te cambie los planes de irte.  

          –Aunque me enamorara de alguien de este pueblo, me iría. Mi profesión está antes que un hombre.  

          –Un pensamiento muy europeo –riendo–. Pero yo podría irme contigo a París, allí seriamos felices.  

          La joven volvió a carcajearse. Iba a responder cuando vio llegar el carro de su cuñado. Se despidió de Mario cariñosamente con un beso en la mejilla y fue al encuentro con Juan José.  

          Al joven le pareció extraño que la joven lo dejara de lado por ir al encuentro con Juan José. Por un tiempo los dos jóvenes fueron buenos amigos, pero ahora se saludaban por educación, y la mayoría de las veces preferían ignorarse.  

          Rosa Elena salió de la casa y saludó a su novio con un beso en la boca que el joven se encargó de prolongar. La menor de las hermanas se sintió incomoda con la situación y decidió entrar al auto para darles privacidad en el saludo. Al pasar frente a Mario, éste asintió a manera de saludo, igual que Juan José, pero una vez vio a Rosa Paula en el asiento trasero, una sonrisa apareció en su rostro. La joven también sonrió y se despidió tímidamente.    


          Cuando llegaron al centro comercial se encontraron con Alejandro, uno de los hermanos mayores de Juan José, tenía 29 años y era físicamente diferente, mientras Juan José tenía el cabello negro y la piel bronceada, Alejandro era rubio y de piel clara, aunque ambos tenían los ojos verdes. En su familia era blanco de burlas, sus hermanos bromeaban al decir que había sido recogido cuando era bebé.  

          Juan José presentó a los dos jóvenes y luego los dejó solos, arrastró a Rosa Elena para comprar los boletos del cine. Los dos desconocidos se quedaron mirando vidrieras de tiendas. El centro comercial tenía ya tres años pero era nuevo para Rosa Paula. Había tiendas de ropa femenina y lencería que interesaron a la joven. Alejandro no dijo nada en el rato que estuvo a su lado, parecía perdido en sus pensamientos, como si no estuviera allí sino en otro sitio. Rosa Paula entró a una tienda de lencería, el joven iba a seguirla pero cuando se dio cuenta del tipo de tienda que era, frunció el ceño y, sin decirle nada, se rehusó a entrar. La pareja de novios llego donde estaba el rubio, él les dijo que la joven estaba dentro de la tienda y Rosa Elena no dudó en entrar, a diferencia de Alejandro, Juan José sí entró y acompañó a su novia, la ayudó a elegir unos bonitos conjuntos, que esperaba muy pronto poderlos ver en el cuerpo de la muchacha.  

          Finalmente entraron a ver la película, una comedia romántica de esas que hacen llorar. Los novios se sentaron juntos y dejaron a los otros dos para que conversaran y se conocieran, pero cada uno estaba metido en sus problemas personales y no les importaba el resto del mundo. Rosa Elena sintió como si la salida de su hermana fuera un fracaso. Su idea no era que se enamorara de Alejandro, pero éste era un buen chico y veía en él la posibilidad de que su hermana desistiera de su viaje definitivamente.    


          Rosa María llegó a la oficina de Joaquín furiosa, no se había anunciado con la secretaria y encontró a Joaquín, de mal humor, revisando unos documentos. –¿Se puede saber por qué las reses que les compramos a Goncalves no han llegado?  

          El joven dejó lo que estaba haciendo, respiró profundo para no mezclar el mal humor que le había provocado ver a Rosa Paula tomada de la mano con Mario con el mal humor de tener que darle explicaciones absurdas a Rosa María. –Buenas tardes, señorita Aldana –dijo apretando los dientes y levantándose de la silla para enfrentarla–. Sí se puede, claro –comenzó a pasearse por la oficina a medida que hablaba–. Las reses que se le compraron a Don Agustín Goncalves, hace apenas dos días, no han llegado porque para finalizar el papeleo de compra y venta de las mismas hace falta una firma… la de su señor padre, Don Eleazar –se detuvo delante de ella para verla directo a los ojos–. Tal vez, si hubiera leído el documento que mi secretaria envió a su oficina ayer por la tarde, se hubiera evitado la molestia de venir hasta aquí.  

          Rosa María no pudo decir nada para defenderse, el día anterior, después de mediodía había ido con Felipe al pueblo a comprar pinturas y lienzos que éste necesitaba, por supuesto al llegar a su casa lo que menos había hecho el joven artista era pintar. Cuando estaban solos en la pequeña casa de La Esmeralda parecía como si el mundo dejase de existir y terminaban haciendo el amor en donde las ganas se presentaran. Y por la mañana ni siquiera se había asomado por su oficina, simplemente se enteró por uno de los empleados que las reses no habían llegado y culpó a Joaquín del retraso. –No te pongas altanero, peón. Porque podría despedirte ahorita mismo –amenazó.  

          –Hágalo –respondió muy tranquilo el joven–. Quizás así me obligue a buscar algo mejor… Ahora, si me disculpa señorita Aldana, queda en su oficina –abriendo la puerta–. Yo debo revisar algunas cosas –y salió.   


          Al salir del cine los cuatro jóvenes decidieron cenar en el mismo centro comercial. Una vez más, la pareja de novios dejó solos a los otros mientras buscaban algo que les gustara a todos para comer. Alejandro seguía tan perdido en sí mismo que estaba desesperando a la joven. –¿Te gustó la película? –preguntó Rosa Paula tratando de romper el hielo y traerlo al mundo real.  

          El joven se encogió de hombros y respondió. –Sí.  

          –A mí no, me molesta que en este tipo de películas la mujer olvida todo lo que el hombre le hizo y por todo lo que pasó, siempre lo perdona y ya, felices por siempre –Alejandro la miró como si fuera una extraña hablando–. ¿Qué edad tienes? –preguntó de manera trivial.  

          –Mira niña, no quieras venir a conquistarme, ni a querer enamorarte de mí solo porque salimos juntos al cine –esta vez fue el turno de Rosa Paula de mirarlo como a un extraño–. No busco enamorarme ni mucho menos tener una noche de pasión con nadie, no soy de esos.  

          –¿Pero, quién te has creído que eres? ¿Un adonis? –levantándose–. Para tu información, vine con mi hermana, casi obligada. Odio las citas a ciegas y no estoy buscando novio, sé muy bien lo que quiero, y créeme que tú no apareces ni cerrando la lista –alterándose–. He tratado de ser amable contigo porque toda la tarde has estado como un zombie, pero por mí te puedes ir a la mismísima mierda y revolcarte en ella. Me regresaré a Francia en unos meses y no tengo que aguantar a divos como tú en este pueblo –en ese momento llegaban Juan José y Rosa Elena con las bandejas de comida y refrescos. Rosa Paula tomó uno de los vasos y lo vació sobre Alejandro, empapándolo todo y se retiró a paso rápido.  

          Los novios se quedaron impactados, no sabían qué había pasado para que la jovencita reaccionara de esa manera. Rosa Elena dejó la bandeja y fue tras su hermana. –¡Rosa Paula! –gritó para que se detuviera–. ¡Rosa Paula, espera! –la menor se detuvo–. ¿Qué pasó?  

          –¡Tu cuñado es un imbécil!  

          –Alejandro no está pasando por un buen momento, pero...  

          –Mira, no quiero arruinar más la salida, regresa y disfruta el resto, si es que puedes, yo me iré a casa.  

          –¿Pero, cómo? ¡No te vayas!  

          –Tomaré un taxi o… no sé, ya veré.  

          –Rosa Paula... –quiso convencerla pero la joven la interrumpió.  

          –Rosa Elena, sé que tus intenciones son buenas, animarme, sacarme de la depresión y hasta evitar que me vaya… pero mi depresión y mi tristeza no es porque me voy, sino porque mi familia no acepta que quiero ser feliz… en Francia… Mi vida se quedó allá y quiero recuperarla… Regresa con tu novio y… discúlpame –retirándose.  




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