Historia. 3 Rosas: Capítulo 4
La Cena. Segunda Parte.
Mario no perdió tiempo en su nuevo plan de conquistar a Rosa Paula, se acercó a ella y le tendió la mano para ayudarle a bajar los últimos escalones. Sin dejar de sonreír la joven la tomó, se sintió halagada con las atenciones del joven invitado. Eleazar se hizo notar con un carraspeo, la joven vio el enfado en sus ojos pero no dejó de sonreír, la agarró del brazo y se la llevó a la terraza. La reprendió por el vestido y el maquillaje atrevido, Rosa Paula alegó que venía de un país desarrollado, había vivido los últimos 5 años en una de las ciudades consideradas como capital de la moda y donde las jóvenes maduraban mucho antes que las jóvenes de su país. Pocos minutos después regresaron al salón con los invitados, Rosa María no intentó disimular el enojo que sentía, le reprochó a su hermana el descaro que tenía de presentarse ante su novio, sus suegros y cuñados del modo como lo había hecho, Rosa Paula ignoró los comentarios malintencionados. Se repetía una y otra vez dentro de sí, que no estaba dispuesta a cambiar su estilo de vida por quedarse en una hacienda en la cual ya no se sentía a gusto.
Mario no podía apartar la vista de la jovencita, lo que otros veían como descaro, él lo veía como provocación, provocación hacia él, que se consideraba un conquistador nato y del que ninguna mujer, independientemente de su edad, se negaba a sus encantos. Rosa Paula lo miraba de reojo, sabiendo el efecto que había causado en el cuñado de su hermana, fue nuevamente hasta la terraza, esta vez sola, con la excusa de tomar aire fresco. En realidad lo que buscaba era alejarse del ambiente sofocante de su padre y su hermana mayor. Un par de minutos después apareció Mario. Ambos jóvenes se miraron directo a los ojos, Mario sonrió. –Sin importar lo que piensen –dijo señalando con su cabeza hacia el salón–. Estás muy hermosa.
–Gracias –aceptando el halago–. Tú también estás guapo… más de lo que recuerdo.
–Bueno, han pasado cinco años, y tú no eres la niña que se fue de aquí a los quince.
–Hay muchas cosas que han cambiado… no solamente mi edad y mi tamaño –dijo pícaramente mirando su busto.
–Eso puedo verlo –acercándose lentamente a la joven y llevándola a la baranda.
Cada vez más cerca, aspiró su perfume y besó su mejilla derecha, rozando con sus labios hasta detenerse en su boca, sin besarla. Rosa Paula estaba hipnotizada con el aroma del perfume masculino. Quiso besarlo, llegó a sentirse como la adolescente que había sido, detrás del hijo del socio de su padre, el mismo joven que tenía enfrente y que, por aquel entonces, ni siquiera la miraba y solo reparaba en ella cuando estaba con su hermana, Diana. Felipe los interrumpió con una tos fingida. Se separaron bruscamente, ella muy nerviosa colocó un mechón de cabello detrás de su oreja. –Ya todos están pasando al comedor –dijo Felipe muy serio mirando a su hermano.
Mario no se intimidó y pasó a su lado como si nada hubiera pasado. –Vamos, estoy hambriento –dijo al tiempo que miraba a Rosa Paula.
–¿Mi hermana y mi papá siguen enojados?
–Tu padre, no sé… pero tu hermana está muy enojada y tu atrevimiento me salpicó a mí.
–¡Perdón! No quise causarte problemas con ella –se disculpó pasando su brazo por la espalda en un medio abrazo.
–Te perdono, solo si te alejas de mi hermano.
–No prometo nada –soltándolo y entrado a la casa.
Al pasar al comedor, Eleazar se sentó en uno de los extremo de la mesa, Rosa Elena se sentó a su lado derecho, como era su costumbre, y a su lado se sentó Juan José. Rosa María ocupó el asiento del lado izquierdo a Eleazar con Felipe a su lado. El otro extremo de la mesa fue ocupado por Miguel y a su derecha se sentó su esposa Jimena y a su izquierda su hija, Diana. Al lado de Jimena estaba Mario y a su lado Aurora. Rosa Paula se sentó frente a su tía, esperando que el asiento a su derecha fuera ocupado por Joaquín. Pero, éste, nunca apareció.
Durante la cena, como siempre, la conversación se basó en la sociedad que ambos hombres tenían, hablaron de caballos, vacas, cabras y cerdos. Además de hectáreas de terrenos, y comentaron acerca de otros hacendados amigos y las familias más importantes del pueblo.
Cuando Rosa Paula preguntó por Joaquín, tanto Eleazar como Rosa María dejaron de comer y la miraron fijamente, fue su hermana quien respondió primero. –Ese hombre no tiene nada que hacer aquí –la dureza de su voz asustó a Rosa Paula.
–¿Que no tiene nada que hacer aquí? Pero si es nuestro primo –como quien dice algo obvio.
–Él no es nada, no es nadie –continuó la mayor de las hijas.
–¿Papá? –preguntó Rosa Paula mirándolo, buscando respuestas–. Di algo, por favor.
–No hay nada que decir, Rosa María tiene razón… Y no se hable más del asunto, que tenemos invitados.
–¡Pero papá, por Dios! No puedes decir que Joaquín no es nadie, es tu sobrino –continuó la joven, empeñada en que alguien le explicara lo que pasaba. Desde que llegara en horas de la mañana no había visto a su primo y no podía creer que nadie quisiera decirle al menos por qué.
–¡Dije basta, Rosa Paula! –golpeando la mesa con la palma de su mano–. Yo no tengo sobrinos, ese mequetrefe no es nada mío.
Rosa Paula pudo ver odio en la mirada de su padre, luego miró a Aurora, sentada al frente, con la cabeza baja y lágrimas en sus ojos.