Historia. 3 Rosas: Capítulo 1
La Discusión
En las bancas del jardín de la hacienda El Rosal, una pareja de enamorados estaba discutiendo, sin importar que los trabajadores que por allí pasaban los vieran. Eleazar, desde la ventana de su oficina, dentro de la casa, vio cómo su hija mayor, Rosa María, movía las manos, furiosa, intentando que su novio, Felipe, entendiera su punto de vista. Eleazar imaginó cuál era el motivo de la discusión. Estaba seguro de que Felipe había mencionado de nuevo el tema del matrimonio, pero conocía a su hija y cuando ésta tomaba una decisión, sabía que la mantenía sin importar cuánto costara. Su hija tenía muchas virtudes, pero entre sus defectos estaba la terquedad. Era tan testaruda como él. Sonrió para sus adentros al pensar que su hija era igual a él, y en los dolores de cabeza que eso mismo le había ocasionado a lo largo de sus 27 años.
Eleazar Aldana era un hombre de 60 años, dueño de la hacienda El Rosal, un hombre de carácter fuerte, duro la mayor parte del tiempo y poco dispuesto a sonreír. Era un guerrero nato, había logrado, desde muy joven, hacerse con un buen patrimonio para su familia. Cuando se proponía una meta no había nadie que lo detuviera hasta obtenerla. Un hombre tan honesto y leal como altanero, y así como su lealtad le había hecho ganar muchos amigos, su altanería le había hecho ganar enemigos, sobre todo en los negocios.
Rosa María era una mujer tan dura y de carácter fuerte como su padre, había heredado no solo sus defectos sino también sus virtudes, como el amor por su familia. A sus 27 años administraba El Rosal junto a su padre. Era la mayor de Las Rosas, como las llamaban todos en los alrededores. Era la novia de Felipe Morales, el hijo mayor del socio de su padre y con el que prácticamente había crecido.
La joven discutía con su novio por el simple hecho de que no quería casarse, ni siquiera quería tocar el tema, al menos en un buen tiempo, pero el hombre no estaba dispuesto a dejarlo pasar. Llevaban más de 3 años de novios y toda una vida conociéndose, no entendía que más quería la joven para dar el paso final de formar por fin una familia juntos. Felipe había callado hacía más de diez minutos mientras la joven continuaba caminando frente a él de un lado a otro, alegando todo lo que se le ocurría para no casarse. Tenía los brazos cruzados, escuchándola hablar, y gritar de cuando en cuando.
De repente se levantó y comenzó a caminar hacia la salida. –¿Pipe, a dónde vas? –preguntó la joven sorprendida.
–A casa… Es obvio que no vamos a llegar a ninguna parte con esta discusión –respondió, metiéndose las manos en los bolsillos de sus pantalones.
Rosa María lo miró como si no entendiera lo que decía. –Pero si no hay nada que discutir.
Felipe se acercó a su novia, tomó su rostro entre sus manos y habló lo más cariñoso y calmado que pudo, conteniendo la furia que sentía en ese momento. –A ver, Rosa María... –dijo mirándola a los ojos–. Cielo, te amo más que nada en el mundo, y por ese mismo amor que siento es que creo que mejor me voy a casa –la joven frunció el ceño y Felipe se apuró en decir, sabiendo que pronto comenzaría una nueva discusión–. Cada vez que menciono el tema del matrimonio terminas histérica, poniendo mil y una excusas para no casarnos –vio como la furia de la muchacha estaba creciendo en sus ojos y quiso desviar el tema–. Tenemos tres años juntos, nos conocemos de toda la vida, no hay secretos entre nosotros… al menos por mi parte… Tengo 30 años, Rosa María, yo estoy seguro de formar una familia contigo, pero si tú no estás segura, entonces dímelo… pero ya no quiero seguir discutiendo por esto un día sí y el otro también.
Rosa María bajó la mirada, aun con su rostro entre las manos de su novio, buscó apartarse de él. No quería admitir que se sentía aterrada de la idea de casarse. Tener una vida fuera de la hacienda donde había crecido, además sabía que todo el mundo, ambas familias y amigos comenzarían a presionar con tener hijos y eso la aterraba aún más. –Dame tiempo, por favor –pidió la joven, apenas audible.
–Me invitaron a una exposición en España –ella lo miró sorprendida, sabía muy bien lo que eso significaba–. Solo invitaron a tres artistas nacionales, y yo soy uno de ellos –Rosa María se quedó sin palabras, no quería pensar en lo que podría ocurrir más adelante–. Sabes lo que significa –dijo Felipe, aun con sus manos en los bolsillos–. Puede que no regrese.
La joven sintió como si, con esas palabras, le arrancaran una parte de su corazón, pero no pasó ni un segundo cuando recompuso su semblante, y el orgullo ganó la lucha que tenía dentro. –Pues, vete –levantando su cabeza y mirándolo directo a los ojos–. Si no regresas es porque ya no quieres estar aquí –dijo con una seguridad que no sentía. Felipe asintió en silencio y lentamente reanudó su camino hacia la salida–. Si no regresas, es porque ya nada aquí te interesa –gritó para hacerse escuchar.
Felipe escuchó muy bien sus palabras, pero la que se había quedado en su mente era “vete”. Prefirió hacer caso omiso a la última frase y salir de allí lo antes posible.