Relato erótico: Mi derecho a ti...
Un dedo le recorrió el cuello lentamente hasta llegar a su hombro. Cerró los ojos. El roce era casi imperceptible. Una caricia que era lo suficientemente sutil como para atribuírselo a la imaginación, pero suficientemente fuerte para crear un rastro de fuego que se expandía y ardía en cada célula de su anatomía. Sonrió. Sólo él podía tocarla tan exquisita y contradictoriamente.
Ese dedo, cuyo dueño ya había identificado, siguió su camino por la clavícula con la misma tentadora suavidad y descendió al centro de su pecho, torturando su piel en el camino. Él la veía tan intensamente que ella podía sentir su mirada en la piel. Celebrando esto, musitó en su mente “sí, soy tuya”. Él lo sabía. En momentos así, ella era enteramente suya y por eso la disfrutaba de a poco.
Ese tacto diminuto en su pecho creaba ondas de necesidad a su alrededor. Lugares que rogaban ser atendidos. Rincones que explotaban de deliciosa expectativa. Una cálida respiración se pegó a su oído y ella se estremeció. Su respiración se volvió irregular mientras que el dedo bordeaba la parte inferior de su seno y llegaba a sus costillas, donde otros cuatro se situaron y bajaron hasta la curva de su cintura.
Los temblores de su cuerpo hicieron que él riera entre dientes y ella pudo sentir su sonrisa en la parte trasera de su oreja, sus labios la torturaban con un contacto perfecto. Él siempre le daba exactamente lo que ella quería. A su medida, y ella, impaciente, ya quería empezar a gemirle en la boca lo que él le provocaba. Con una mano ciega, ella buscó su cuello y trató de halarlo hasta su boca. Lo necesitaba.
Él encontró su mano con la suya y entrelazó sus dedos con los de ella, llevando su brazo hasta arriba y sujetándolo a la cama que los sostenía. Ella reprimió a duras penas un quejido de frustración. No quería volver a ceder. Quería guardar un poco de dignidad, ya que la había completamente perdido momentos atrás, cuando se incendió espontáneamente con tan solo un leve roce suyo. Él la conocía, y con eso situó su boca en su sien y acarició y besó suavemente con sus labios un par de veces hasta que logró borrar su frustración dibujándole una sonrisa.
Él levantó la cabeza para admirar esa sonrisa y resistió el impulso de besársela. No había prisas, la tenía y la disfrutaría plenamente. Cada vez que él se dedicaba íntegramente a ella, ella hacia lo mismo: cerraba sus ojos para concentrarse y disfrutar a plenitud las maravillas que él le regalaba. Nada la distraería de esto. Mente y cuerpo sólo para él. Ella extendió su mano libre y le acarició ligeramente la espalda. Él cerró los ojos y su piel se erizó por el contacto. Era casi electricidad. El deseo se hallaba flotando entre ellos, casi se podía ver.
Con un suspiro, mitad gruñido, él se rindió y la besó. Sus labios encajaron perfectamente en los de ella. Ambas bocas cantaban victoria. Sus lenguas se acariciaban y disfrutaban del contacto de la otra. Sus labios se movían en una sincronización lenta e intensa que les dolía a ambos entre las piernas. Él sabía a fuego. A ella le parecía como un fuego celestial. Él era como su propio nirvana.
Aún con sus labios juntos el se situó más cerca de ella, extendiéndose estratégicamente para hacer contacto con el costado de sus curvas. Sus pieles estallaron en llamas y hormiguearon donde se tocaban. Atracción, energía y deseo puro se desprendían de ellos. La mano de él descendió de su cintura a su muslo y ella volvió a estremecerse. Él se aferraba con la mano a su pierna, venerando la piel debajo de ésta y la empujó a un lado para abrirla un poco más.
Ella permanecía con ojos cerrados y corazón acelerado. Él se despegó de su boca sólo para situarla en su pezón derecho y empezar a lamer y hacer que ella hiciera gemidos mudos y se mordiera los labios. Él se pegó más a su cuerpo y comenzó a mover su mano a la parte interna de su muslo. El fuego creció dentro de ella y abrió un poco mas las piernas, provocándolo. Él deslizó su mano a su centro.
Sus dedos acariciaron la humedad y su deseo, ya hecho tormenta, se volvió casi insoportable. Ella estaba tan lista. Acarició arriba y abajo lentamente la línea mojada, empapándose de su excitado rocío. Introdujo dos dedos dentro de ella y se dejó perder en la sensación. Ella se arqueó y gimió en su garganta, sin abrir su boca. Él quería escucharla. Movió en círculos y empujó más profundo ambos dedos con un ritmo delicioso hasta que un auténtico gemido salió de sus labios. Eso fue todo para él. No podía esperar más.
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Ella, suficientemente húmeda, suplicaba silenciosamente. Él se situó encima de ella, inclinándose hasta que se tocaban en los lugares correctos. Era un incendio de dos cuerpos consumidos en un ansia mutua. Él colocó su mano en el muslo de ella y luego apretó su nalga derecha mientras se ajustaba entre sus piernas. Ella ya lo sujetaba con ambos brazos por el cuello mientras casi lloraba de anticipación.
Cuando estuvo listo y justo en la entrada de su cálida humedad, él la besó intensamente sin mover sus caderas, solo para torturarla un poco, pero era él quien no podía aguardar ni un segundo más. La espera los presionaba y les dolía de la forma más placentera. Él quería enterrarse en su cuerpo. Ahora.
-Mírame- le dijo a ella en la boca.
Lentamente, ella despegó sus párpados y se encontró con dos ojos oscuros, hambrientos, que reflejaban lo que ella sentía en todo su cuerpo. Se miraron y la conexión se hizo tangible. En ese momento ella supo que jamás olvidaría aquellos ojos llenos de tanto.
Poco a poco, él se fue introduciendo dentro de ella sin romper el contacto visual. Cada centímetro era arrebatador. La fricción era sublime. Todo valió la pena en ese momento. Con una fuerte embestida se terminó de hundir en su cuerpo y la llenó completamente. Un gemido sonoro se escapó de la garganta de ella mientras él gruñó de satisfacción. Carne con carne. No habían barreras. No podían estar más cerca.
De puro placer, ella cerró los ojos y los volvió a abrir, obedeciendo inconscientemente la demanda mental que él le había hecho. Él quería verla. Ella no se quería perder nada mientras él trabajaba dentro y fuera de ella, una y otra vez. Con fuerza. Con tanto deseo que los consumía por dentro.
Entonces ella lo sintió. La sensación más exquisita se empezó a formar entre sus piernas mientras el gruñía y respiraba aceleradamente sin dejar de verla. Sabía lo que le pasaba, él también lo sentía... Y aceleró sus estocadas. El sonido de sus respiraciones y sus cuerpos chocando llenaba la habitación. Sus besos se volvieron salvajes. Se gemían en la boca y se besaban todos los deseos. Saboreaban cada segundo mientras ambos se perdían en la explosión de fuego que crecía en donde estaban conectados.
Ella no pudo seguir viendo esa mirada feroz. Todo era demasiado. Lo sentía en todo el cuerpo. Él la invadió por completo. Su cuerpo en llamas pedía liberarse. Él estaba al borde de dejarse ir y llenarla, pero resistía solo para disfrutar un poco más de la sensación. Cuando ella ya no pudo más, el orgasmo llegó y la sacudió debajo de él gritando su nombre y haciendo que él se rompiera en pedazos...
Ambos llegaron a lo más alto. Ella se encontraba como un volcán por dentro. El latido entre sus piernas era delicioso. Los restos de su orgasmo aún ondulaban por su cuerpo mientras repetía una y otra vez la misma palabra en su mente. Ese nombre que la estimulaba, que le proporcionaba siempre lo mejor.
Luego ella abrió los ojos. Miró al techo oscuro de su habitación y luego hacia abajo, donde hace unos segundos se encontraba él. La versión de él que su mente y sus dedos le ofrecían cada vez que se permitía una dosis...