las aventuras de la joven walter
-¿Walter?... ¡hey, Walter Hola! como estas. Alzo la vista del libro que la absorbía algo desconcertada mientras entrecerraba sus oscuros ojos marrones y con una graciosa mueca intentaba reconocerme.- soy Iván- termine recordándole- el chico de la fiesta, ¿lo recuerdas?…
-oh si el chico de las preguntas raras-
En ese momento en su rostro se dibujó aquella hermosa sonrisa que antes mantenía oculta. –jajaja, si ese mismo; ¿cómo estás? Nunca te había visto por aquí.
-si. Nunca había venido pero espero a unos amigos y decidí entrar y leer un poco; siempre es bueno llevar un libro cuando sales: “nunca sabes cuánto te pueden hacer esperar”. No sabía que trabajabas aquí, es un agradable lugar, muy vintage, muy retro, todo a la moda.
-es lo que vende y los dueños solo piensan en vender, no hay autonomía, una marca, un sello distintivo que te haga pensar que realmente estas en un lugar único- y acomodando una silla me dispuse a sentarme en su mesa- y lo que es peor a las personas no les interesa, solo vienen y se toman fotos, en las mesas de madera rustica con sus vasos con el logo impreso y su comida “gourmet” para publicarlas en su muro y recibir su recompensa virtual.
-no estás trabajando? No quiero que te metas en problemas por estar hablando conmigo- dijo un poco al verme sentar.
-descuida, me dan diez minutos de descanso y que mejor que encontrarte un día como hoy.
-entiendo, entiendo- y observe en su mano guardar su teléfono.
-oh lo siento, a veces hablo de mas, no era mi intensión hacerte sentir mal.
-lo dices por mi teléfono? No pasa nada, en realidad apoyo en cierta forma tu teoría, además tengo mi libro- dijo señalando su libro.
-¡exacto! tienes un libro.
entonces acercándose, mirando a los lados, me hablo en voz baja: (pero debo admitir que si me tome una o dos fotos en esta mesa con el vaso.) Hahahaha y comenzó a reír, Walter llevaba un sencillo vestido de flores que le quedaba hermoso; al observarla reír pensé: en lo increíble que una persona con una sencilla prenda pueda lucir tan hermosamente radiante como ella y no importar nada más. Yo también sonreía aunque ya no por su comentario sino por verla reír, aquella risa que se dibujaba en su rostro era tan genuina y fantástica que te contagiaba a sonreír junto con ella.
-de que trata tu libro?- pregunte luego de haber habernos terminado de reír. Ella por su chiste y yo por su sonrisa.
-el guardián del centeno- estirando sus manos lo puso en las mías. Lo observe un momento, ya antes lo había leído, lo hojeé un rato y entonces encontré la página que ella leía marcada por una foto; la observe un momento, era una niña junto con una señora mayor que podría deducir que sería su abuela y aquella niña, ella ya que en la foto sonreía de igual modo que lo hacía hoy día. Le devolví el libro pero permanecí un rato observando la foto, estaban en una playa, se podía ver el ancho mar al fondo y la arena blanca a su alrededor; solo estaban ellas en aquella fotografía, dando una sensación de melancolía mezclada con una quietud al ver a aquellas dos almas reír mientras posaban para la foto.
-veo que te gusto mi marca libro- dijo Walter haciendo una seña con sus ojos.
-lo lo siento, solo la estaba observando y me deje llevar, parece un lindo momento- le devolví su foto, ella la observo un rato y al final exclamo: lo es. ¿Qué piensas?
-¿de qué?- pregunte
-de la foto, cual crees que es su historia- dijo mientras la volvía a colocar en mis manos, la sostenía con cierta delicadeza, tomándola de sus bordes. La tome y observe a Walter mientras volvía a acomodarse y con una sutil sonrisa esperaba mi opinión. Observe de nuevo la foto, aquel lugar, aquellas dos personas.
“había una niña, que gustaba de pasear todas las mañanas por la playa, recoger caracoles y conchas; tenía en mente hacer un hermoso collar con todos estos hallazgos que el mar le entregaba. Esto hacia todos los días.
Un día, en un eclipse apareció la dama de la luna y hablo con la niña y decidió (la dama de la luna) ayudar a aquella niñita a recolectar conchas y caracoles; estuvieron toda la mañana hasta que llenaron toda una cubeta, luego pasearon por toda la costa jugando con el agua y charlando. Cuando el sol estaba en su punto más alto se escondieron debajo de una palmera y mientras la niña caía rendida del sueño la señora de la luna permanecía observando las tranquilas olas tocar la blanca arena, al despertase la niña ambas decidieron bañarse y nadaron, nadaron tanto que ya ninguna de las dos podía tocar el fondo pero la señora de la luna calmaba a la pequeña con su suave voz diciéndole que no le temiera al mar. Luego juntas sentadas en la orilla tejiendo unas pulseras con las conchas recolectadas, la señora del mar le contaba cómo era el lugar de donde venía ella, la niña muy emocionada escuchaba y deseaba ir con ella.
Al caer la tarde ya en las últimas horas de luz, la señora de la luna se acercó a la niña y le explico que ya debía marcharse pero que apreciaba poder haber pasado un día junto con ella, que para ella era por mucho su mejor día de su vida, entonces la niña entregándole un collar lleno de las conchas más hermosas que había recogido y con un fuerte abrazo se despidió, ya que sus padres la llamaban para cenar. Al caer la noche la señora de la luna se había devuelto a su hogar y la niña acostada en su cama, soñaba con flotar en el océano y sumergirse explorando las profundidades que se ocultan en este.”
Alce de nuevo la vista y note a Walter observarme, sus ojos estaban algo húmedos y su nariz roja, pero en ella estaba aquella hermosa sonrisa dibujándose de nuevo, le entregue de nuevo la foto.-lo siento si invente un poco en la historia-
-no no, ¡así era!
-WALTER- escuchamos en la entrada. Era una joven muy hermosa con unos llamativos ojos que se acercaba hacia donde estábamos sentados, al ver a Walter la abrazo y comenzó a decirle que la estaban esperando, Walter secando sus ojos guardo de nuevo su foto en el libro y luego de despedirse de mí y hacer una breve e improvisada presentación me entere que aquella chica llamativa se llamaba: cate. En aquel momento todo comenzó a andar muy rápido que no me dio tiempo de procesar lo que acontecía y ahora me encontraba en la puerta despidiéndolas, viéndolas montarse en un carro y marcharse y en el fondo escuche oír a mi jefe llamándome de nuevo, porque ya habían pasado mis diez minutos de descanso.