Abrió sus ojos un tanto emocionado por lo que había soñado. Unas lágrimas se asomaban con ganas de salir, pero no eran lágrimas de tristeza, eran lágrimas de felicidad y nostalgia. Se sintió luego decepcionado mientras se incorporaba, al darse cuenta de que todo había sido un simple sueño y que nada fue real. Hacía ya un año que la había abandonado, y sus sueños con ella habían comenzado unos pocos meses después.

“¡Qué sueños tan maravillosos!”, pensaba cada vez, “¡Qué recuerdos tan lindos!”.

Él no quiso abandonarla, pero no tuvo opción. Se reprochaba todos los días por haberlo hecho, pero su felicidad y la de su familia eran más valiosas para él; tanto, que eran más fuertes que el amor que sentía por ella.

Muchos estaban en su misma situación; y la verdad es que era gratificante reunirse con personas que comprendían lo que él sentía. No todos eran buenos, algunos hasta le tendían trampas para beneficiarse ellos mismos, sin importarles lo que podía pasarle a él. Sin embargo, encontró un grupo muy reducido con el que tenía buena química. Ellos se apoyaban los unos a los otros para superar todos los obstáculos que se encontraban en el camino.

Ella era de todo lo que él conseguía hablar. Sus amigos lo animaban para que siguiera adelante, pero ni ellos mismo lograban hacerlo entrar en razón. Fueron tantos momentos bonitos y mágicos que vivieron juntos, y él no supo apreciarlos ni valorarlos; y al final, tuvo que dejarla atrás.

“¿Por qué la vida es tan injusta?” Esta era la frase por excelencia para comenzar la conversación sobre aquel amor lejano. “¿Cómo hacen ustedes para seguir adelante sin pensar en eso?” Las respuestas siempre variaban, pero las ideas eran las mismas, y todas coincidían: nadie seguía adelante sin pensar en eso, seguían adelante a pesar de eso. Sus familias eran su motor de impulso, lo que no permitía que desmayaran.

No todos corrían con la misma suerte que con la de ellos. María trabajaba en un Call Center del centro de la cuidad; Juan era el cocinero de un importante Restaurant de comida Japonesa; Pedro, que era médico graduado de la Central, trabajaba en una farmacia cerca del Call Center donde trabajaba María; y él trabajaba sacando copias en un centro de que copiado en las afueras de la ciudad.

Ya habían arremetido contra ellos en muchas ocasiones. Los llamaban venecos, extranjeros de mierda, y diciéndoles cosas como que “no les quitaran sus trabajos” y “regrésense a su país”.
Él intentaba no darle mucha importancia, y, de hecho, él era al que menos le afectaba del grupo; aun así, poco o mucho, igualmente lo hacían sentir muy mal. No entendía por qué las personas se comportaban de esa manera. Él solo era una persona del mundo que intentaba ganarse la vida honradamente y crecer tanto profesional como personalmente.
Aunado al hecho de que era discriminado por su nacionalidad, aquella hermosa mujer no salía de su mente. Era el amor de su vida. Era imposible olvidarla. Ella era corazón, fuego y espuela. Sus caminos se le acortaban con sus recuerdos. Su aroma aun lo llevaba en la piel.

Nunca olvida el color de su ropa la última vez que supo de ella. Era tricolor: amarillo, como las flores del araguaney y el plumaje del turpial; azul, como el inmenso mar de las playas, que en el horizonte se confunde con el cielo; rojo, como los hermosos atardeceres de los llanos; y finalmente, un juego de perlas relucientes como estrellas en su pecho.
Es hermosa, y cada vez que despertaba de ese maravilloso sueño que tenía decía su nombre entre susurros con una sonrisa en el rostro: VENEZUELA.