Caricatura: Luis Enrique Acuña Santaella

Volviendo a la temática de las caricaturas retratos, comparto con ustedes la presentación de un atlante de la Universidad de Oriente: LUIS E. ACUÑA SANTAELLA. Una de las virtudes es su cordialidad. Como amiga, admiro su honestidad y su forma de hacer política. Vuela dentro del mundo cibernético y está en constante actualización para promover proyectos que redunden en beneficio de la ciudad y por ende en el futuro del venezolano.

El profe, como cariñosamente escucho llamarlo, llegó para trabajar en la Universidad de Oriente por el año mil novecientos setentaiocho, y hasta el sol de hoy vive aquí. Apenas llegó a Cumaná debió buscar donde alojarse a través de una inmobiliaria. Un paréntesis, tengo la idea de que el cumanés es fácil de abordar y de entrada, trata al forastero con familiaridad porque no es pre-selectivo, ni desconfiado. La anécdota referida a continuación por Luis, habla claramente de ello. “Estaba yo buscando quien me indicara la dirección de una inmobiliaria, entré a un negocio que vendía y sellaba cuadros de caballo del 5 y 6, frente a la Plaza Miranda, y mientras el dependiente trataba de referirme la dirección, y no comprendía bien sus indicaciones, un señor colocado detrás suyo, me hacía señas con la mano, con ese clásico movimiento circular para indicar que el dependiente estaba loco, luego salió de allí, me acompañó y me señaló la avenida Mariño, -aún no estaba el puente construido -, para que viera a la distancia la Inmobiliaria. Yo le creí, seguí sus instrucciones y llegué al sitio que buscaba; luego supe que la persona que me había dirigido hasta allí era el bachiller Zerpa, todo un personaje. Con él mantuve una relación muy particular a lo largo de los años, me visitaba en mi oficina a venderme sus dibujos y de vez en cuando entraba en los salones en el momento del receso y antes del inicio de una nueva hora de clase cuando aún el profesor no había llegado, inventando lecciones que al momento se le ocurrieran. A diferencia de mis colegas, yo encontré una forma gentil de retirarlo a mi llegada, sin suscitar discusión alguna: -Zerpa, se te pasó la hora de clase-. Y él salía tranquilamente, sin protestar. No siempre estaba tan perdido en su propio mundo y sus fantasías, una vez llegó a hacer un reclamo formal ante la Asociación de Profesores de la Universidad de Oriente, generando una anécdota muy celebrada por todos… -Yo doy clases en el mismo salón del Profesor Acuña, ¿por qué a mí no me pagan?”