Solidaridad heroica
Solidaridad heroica
Por: Antonio Pérez Esclarín ([email protected])
@pesclarin www.antonioperezesclarin.com
El palpar la generosidad del pueblo venezolano me renueva la esperanza. Como vengo repitiendo, el principal recurso de Venezuela no es el petróleo, ni el oro o el hierro. Es su gente sencilla y solidaria que en estos tiempos de dificultades trabaja con tesón y entrega, sin esperar nada a cambio, por remediar en lo posible los gravísimos problemas que vive la gente más humilde, entre ellos, el hambre. Por ello, estoy convencido de que Venezuela, con gente así, tiene garantizado un futuro de paz y prosperidad. A pesar de la grave situación, son muchos los que trabajan en silencio para sacar al país del abismo en que se encuentra. Reafirmado con su fe, yo no me voy a dejar derrotar por los que quieren que impere la desesperanza, la claudicación y el miedo.
Estoy volviendo de unas jornadas formativas en El Tocuyo, y visité de nuevo la olla solidaria que desde hace más de un año prepara la comunidad cristiana de la Parroquia San Francisco de Asís, en el templo de San Juan. Empezaron los domingos en Octubre de 2016, y desde el primero de diciembre de ese año, todos los días, excepto los sábados. Cada día preparan una rica sopa para más de seiscientas personas, y en alguna ocasión han pasado de mil, que acuden en busca de un buen plato. Para algunos, será la única comida y muchos piden para, si es posible, llevar a su casa. Me impresionó que un niño de unos seis años, sólo había comido la mitad, y cuando le pregunté si no le gustaba, me dijo que era para llevársela a su mamá. Sé de niños que se desmayan en la escuela por hambre, de madres que se privan de su ración para alimentar a los hijos, de escuelas que se están vaciando porque ya no les surten de comida. Por ello, iniciativas como las de este grupo que ha hecho de su fe un servicio solidario, son dignas de reconocimiento y de apoyo.
En la actualidad, preparan cada día ocho ollas: una de 120 litros, cinco de cien litros, y dos de ochenta. Y todo a base de esfuerzo, trabajo y múltiples solidaridades. Muchos ayudan con verduras, hortalizas, carne, frutas…Otros con dinero y los encargados del proyecto viajan a Turén a comprar granos o a san Felipe a comprar auyamas. La Nestlé les da también un aporte significativo. Un grupito de laicos comprometidos, dirigidos por el P. Luis, son el motor de la experiencia. Me impresionó su alegría, su entrega incansable, su paciencia y amabilidad con que tratan a los que comen, su confianza en Dios que nunca les ha fallado y siempre termina enviando a alguien que, en el último momento, les proporciona con qué llenar las ollas.
-Lo hago por mis hermanos, que están pasando necesidades -me dice Olga que a sus 76 años trabaja cuatro días a la semana desde las seis de la mañana, hasta el mediodía. -Es lo que nos pide Dios que hagamos. Si no ayudamos al necesitado no podemos llamarnos cristianos.
Matilde lava todos los días los cientos de tazones de los que comen, y lo hace con una sonrisa inapagable: “Lo hago con gusto porque le tengo mucho que agradecer a Dios. Si decimos que Dios habita en nuestro corazón, hay que demostrarlo”.
Gracias, Delia, Matilde, P. Luis, Xiomara, Inmaculada, Pedro, José, Alberto… por su testimonio. Sé que faltan muchos otros nombres pero lo importante es que Dios tiene a todos muy grabados en su corazón.