Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar. Al andar, se hace camino, y al volver la vista atrás, se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.

Hasta ahora lo he dicho muchas veces, pero mis días inician temprano. Demasiado temprano.

A veces, el inicio y el final de mis días es tan difuso entre sí, que pareciera que no existe. Entre lo tarde que me duermo y lo temprano que me levanto, un día de estos me encontraré a mí misma haciéndome café en la cocina de la casa.

Hace algún tiempo, en ese lugar, donde hoy los bosques se visten de espino...

Si separase los aspectos individuales de un mal día, este podría no resultar demasiado molesto. Una noche intranquila, de poco sueño. Un desayuno insuficiente, y un almuerzo aún peor. Horas y horas en una fila. Caminar durante más de dos horas. Mala conexión de internet.

Todos ellos por separado podrían ser cosas feas, pero no necesariamente harían de un día, un mal día. Sin embargo, cuando se mezclan, te dan como resultado el peor día posible.

Se oyó la voz de un poeta gritar: ¡Caminante, no hay camino! ¡Se hace camino al andar!

Si lo pensamos, el calendario es un campo minado. Cualquier día te puede explotar en la cara. No me considero pesimista -pese a lo que muchas personas puedan creer. Más bien soy realista. No sabemos qué es lo que puede pasar, hasta que finalmente pasa, por eso, tenemos que estar preparados para toda clase de eventualidades.

Cuando el jilguero no puede cantar, cuando el poeta es un peregrino, cuando de nada nos sirve rezar...

La vida en Venezuela podría describirse como jugar a la ruleta rusa en medio de un campo minado. Aún recuerdo diciembre del 2016, cuando un fin de semana desperté, y la ciudad estaba siendo arrasada por una ola de saqueos.

Así como recuerdo el día de ayer, cuando salí de casa sin tener ni idea de la clase de día que tenía por delante.

¡Caminante, no hay camino! ¡Se hace camino al andar!

Sinceramente, me tomó totalmente desprevenida, o como le dirían aquí, "me agarró fuera de base".

El plan de mi día era ir a la universidad, presentar una queja por la constante falta de un profesor en particular, ver mis clases usuales, regresar a casa, hacer mis deberes, preparar un post y dormir.

No tienen ni idea de cómo nada de eso salió acorde a lo que pensaba.

¿Saben qué es más frustrante que ir a clases a primera hora y que quien imparte la clase, no asista? Directamente no ver clases en todo el día, sin previo aviso, por culpa de la mala planificación de otras personas.

Estuve en la universidad desde las 7:40 de la mañana hasta las dos de la tarde, en una fila para poder sacar mi identificación estudiantil, o el carnet. Y, sí, como están pensando, no tenía ni un poco de comida conmigo.

Y cuando pensé, ya puedo volver a casa, llama mi señora a pedirme un favor.

Allí, inicia mi caminata.

Golpe a golpe, y verso a verso.

Caminar sola por la ciudad es un peligro inimaginable; por ello, un grupo de conocidos, que después de pasar más de dos horas caminando juntos, me atrevo a llamarles amigos, se ofrecieron a acompañarme.

Descubrí muchas cosas, como que la pequeña Ciudad Bolívar, se hace infinita cuando se cruza a pie. Como que, cuando hace hambre y sed, incluso un pan canilla frío y agua caliente es bien apreciado. Y, cuando se está estresado, cualquier distracción se agradece.

Los autobuseros pueden ser tu peor pesadilla, pero eso no es nada nuevo.

Del día anterior lo que me queda es un gran dolor muscular, el recuerdo de correr tras un bus que no se detuvo a esperar ni por medio segundo, y la enseñanza de nunca, nunca más intentar hacer algo después de las dos de la tarde.