El Doctor flautista
El Doctor flautista
En los ficheros oficiales de la policía local en la Isla de Onu se encuentra uno de los informes más impactantes que jamás haya visto la luz local. En él, narran la historia del Dr. Keya quien luego de una honorable y digna carrera en la medicina tradicional asiática fue encontrado muerto a las afueras de la aldea de Yin, con un aspecto monstruoso. Lo que se cuenta son detalles oscuros acerca de su enfermedad que acorde a lo investigado hacían que el Dr. Keya padeciera visiones y conexiones con mundos paralelos. Cierta tarde, cansado de toda aquella agonía y con vecinos de testigos, decidió arrancarse los ojos de sus cuencas de una manera tan sucia y precaria que su consultorio parecía una morgue abandonada. Los alaridos que dio el “Dr. flautista” (nombre por el cual se lo conocía) impregno de terror y preocupación la aldea de Yin. Hay quienes aseguran haberlo visto correr de forma despavorida hacia el bosque como si fuese perseguido por algo maligno. Otros, afirman haber observado a dos personas de gran porte y altura guiar al doctor hacia un camino cercano al río. La realidad, es que ninguna de aquellas situaciones pudo ser confirmada y el caso quedó como muerte desconocida.
El 12 de Marzo de 1991, tres días después de aquel incidente, fue hallado el cuerpo del Dr. Keya en un húmedo lecho de musgo dentro del bosque.
Sus brazos dañados mostraban síntomas de lucha, mientras que su hombro derecho quedó con la clavícula fuera de la piel por la terrible dislocación. Lo llamativo de aquel pútrido espectáculo se encontraba en su espalda. Al hallarlo boca arriba nadie pudo percatarse a primera vista la salvajez por la cual este hombre había sido partícipe. Su espina dorsal había desaparecido por completo.
Un corte milimétrico en vertical en su espalda abrió camino al presunto (y hábil) asesino para poder llegar a sus huesos de manera eficaz. Un trabajo tan mórbido y a la vez tan limpio se realizó en él, que puso en tela de juicio si realmente no había sido accionado por un cirujano o alguien asociado a la profesión.
Las hipótesis que se intentaron llevar al cabo sobre el Dr. Keya no llegaron a buenos puertos. Su cuerpo fue velado en la aldea de Yin, mientras que sus restos fueron cremados y lanzados al río. Es justo en este instante en donde toda la investigación toma un giro repentino. Según se sabía, el Dr. Keya atendió a todos los enfermos en la aldea de Yin por más de 10 años. Y aunque los pueblerinos estaban convencidos de que dicho doctor era del pueblo, la realidad fue otra.
Más de 10 años pasaron para que jóvenes profesionales de la policía un tanto asombrados y obsesionados con dicho caso, re abrieran la investigación para atar los cabos sueltos que nadie había podido encontrar. Los resultados estremecieron a toda la isla. Su nombre verdadero era Kino Albaran, había nacido en la ciudad de Bogoh a más de 600 km de Yin. Allí mismo obtuvo su doctorado en medicina tradicional además de formar parte del consejo nacional de medicina. Lo que aún no se sabe con exactitud es en que momento decidió cambiar su nombre. Se teoriza que la búsqueda de una nueva vida pudo ser la razón de ello, lo que a ciencia cierta se sabe es que una vez tomadas las riendas de su nueva identidad se encaminó como un médico peregrino. Viajaba de aldea en aldea curando todo tipo de males. En este punto, la travesía del doctor lo llevo a la comunidad de Oja, la cual es marcada como la menos pobladas y más analfabeta que haya existido por esos lugares. No obstante, la ignorancia no era lo importante. El estado de salud del pueblo entero estaba a un nivel mayor que cualquier comunidad promedio. Según los lugareños, la razón de aquella falta de males se debía a una curandera muy poderosa. Un milagro de los espíritus según contaban. Pero para un hombre de ciencia, las fantasías e historias de espíritus estaba más relacionado a la estupidez que a la lógica.
Cuando por fin pudo conocer a la niña mágica, sus pensamientos comenzaron a divagar. La pequeña Miko tenía apenas 6 años, había nacido en una noche de luna llena, en donde según su cultura aquellas ocasiones generaban en el recién nacido un poder divino y sobrenatural. A temprana edad y con el asombro de sus padres comenzó a manifestarse ( despertarse quizás) su mágico don. La aldea de Oja se sentía con un augurio tan positivo que los monjes catalogaron a la niña con poderes de sanación dados exclusivamente por los dioses. El resto es historia conocida.
Al parecer el Dr. Keya se encaprichó con ella, de manera muy estratégica e inteligente logró convencer a sus tutores de dejarla ir con él. Un hombre con una carrera intachable y conexiones podía llevarla a todas partes para que continuase con su misión de sanar. Según dicen, la ignorancia junto al dinero son fusiones peligrosas. El Dr. Keya logró su cometido, se llevó a la niña en su peregrinación.
Cada aldea en la que paraban, el profesional quedaba más asombrado de cómo esta niña de pocas palabras y gestos delicados podía sanar a quien fuese con tal solo posar sus manos cerca. Aquellas travesías quedaban escritas en su diario profesional. Había días en que las palabras teóricas no alcanzaban para explicar los sucesos con aquella infante, por lo que empezó a recurrir a ciertas palabras como "envidia”. Veía desolado como el esfuerzo categórico de un respetado doctor se quedaba en las arenas insignificantes del olvido, todo por una niña mágica. “La gente se está curando, debería de aplaudir pero no es la medicina la que está ganando esta lucha. Son tan sólo 16 kg de supuesta magia. No puedo imaginar un futuro así. ¡Toda la ciencia médica desaparecerá! El trabajo de todos mis colegas, el trabajo de todo el mundo será olvidado en poco tiempo, ya no obtendremos respuestas, solo nos quedaremos encerrados en la magia. Ese no es el futuro que merecemos. Algo tengo que hacer. Esto necesita un freno…”.
Gracias a un engaño barato tomaron una ruta falsa hacia las montañas donde en teoría agonizaba una octogenaria. La pequeña Miko tenía el maravilloso don de la cura, pero jamás aprendió el significado de la ira, la desesperación, la envidia, ni mucho menos la sospecha. Se hizo de noche y una tormenta azotó la región. Al entrar a una casa abandonada y con la mirada puesta en salvar a su carrera, el Dr. Keya pidió disculpas en voz baja antes de golpear el cráneo de la joven con una estaca de madera. –¡Lo hice! Se dijo así mismo envuelto en adrenalina. La oscuridad fue sabia en tapar el derrame de viseras y sangre por el suelo podrido. Ni sus padres, ni todos los curados supieron que en ese preciso momento, en un lugar inhóspito entre furia y demencia, repetidos golpes destrozaban el cuerpo de la pequeña milagrosa.
Improvisando con caseras y contaminadas herramientas de granja, el Dr. Keya desoyó a la niña. Eran tales las ansias de respuestas que la lógica se había quitado la camisa para abrirle paso a la inconciencia violenta. Mientras más rasgaba sus carnes más curiosidad sentía. Estaba convencido de que algo en su organismo (a estas alturas hecho añicos) explicaría el fenómeno de sus actos.
Horas más tarde quedó mirando el techo mientras oía la lluvia con el cadáver esparcido a sus pies. La plena oscuridad le hizo notar cierto objeto brillante proveniente del interior del cuerpo, algo color plata forraba la espina dorsal de Miko; era una especie de coraza muy brillante que la hacía parecer pintada y pulida por motas grises. Todas las preguntas del Dr. Keya ya no tenían sentido. De hecho, fue puro instinto. Cortó aquella espina dorsal, sabía que en algún momento tendría nuevas respuestas. Se deshizo del cadáver y se marchó.
El tiempo cumplió su función y al parecer el Dr. Keya jamás obtuvo respuestas lógicas o de ciencia. Una noche, muy pasado por alcohol, tuvo la visión repentina de como aquel adminiculo gris tenía la forma de una flauta. Quizás eso era, podía construirla. Con paciencia profesional y delicados toques de artesano, logró cortar el hueso dándole una perfecta forma de flauta. La diferencia, es que esta misma brillaba cuando era soplada. Gracias a esta accion lo comenzaron a llamar el Dr. Flautista. Curaba enfermos sometiéndolos a sesiones de musicoterapia, la magia al parecer aún existía en los huesos al ser interpretados por el Dr. Keya delante de un paciente. Todo era como debía de ser excepto por un detalle, aquella magia que curaba a los enfermos al mismo tiempo enfermaba al doctor cada vez que ponía sus labios en el hueso. Envejeció de manera abrupta, no parecía de su edad. Debilitado pero con avaricia de ser recordado seguía interpretando aldea por aldea. Cada melodía que sonaba además de curar, absorbía parte de su alma. Luego comenzó a tener sueños extraños.
Despertaba por los olores pútridos de sus pies que a esas alturas estaban consumidos en gangrena. Optó por el insomnio voluntario, lo que lo llevó a la paranoia. Nadie jamás supo, ni por registros, ni pistas, que llevó al Dr. Flautista a quitarse los ojos. Sea lo que haya sido, acabó de manera lenta y dolorosa con el profesional. Digirió su alma como un plato frío. Consumió su cerebro por dentro. Vio de reojo a todo el mundo siendo curado mientras él alucinaba con espíritus de muy mal augurio. Dejó bien en claro lo que una melodía en la vida puede generarnos. Un bien o un mal. Todo depende de quien sea el autor de dicha melodia o dicha acción. Si sus intenciones son puras encontrará el bien, de lo contrario se verá cara a cara con el mal. Quizás de eso se trate el equilibrio cósmico, de vivir o morir, del bien y el mal. Según cuentan en la Aldea de Yin aún se puede escuchar dicha melodía, solo que esta vez no se sabe quién es la persona que la interpreta...