Stravaganza - Capítulo 32

in #stravaganza5 years ago

“Primero, respira…”

“Tómate tu tiempo. No importa si eres la única alumna que quede en el aula, recuerda que todos aprendemos a ritmos diferentes”.

“Lee la pregunta las veces que sea necesario, hasta que estés completamente segura de haber comprendido qué es lo que te están preguntando. Entonces recuerda, busca en tu memoria algún ejercicio de los que hayamos practicado que se parezca al que tienes en el examen. Solo sustituye las cifras que utilizamos por las que tienes y asegúrate de realizar bien el proceso, sin olvidar ningún paso.”

“Pero sobre todo recuerda, Candy. ¡Tú puedes hacer esto! Yo confío en ti.”

La noche anterior, Terry había logrado tranquilizar el manojo de nervios y ansiedad que Candy arrastraba en su alma. La hermana Circe ya ni siquiera se aparecía en las asesorías nocturnas, y una noche antes de iniciar la temporada de exámenes, Candy creí que sería mejor renunciar a todo de una buena vez y evitar la humillación pública.

-Tengo que estudiar todo otra vez, ¡ésta misma noche!

-Lo que no aprendiste en todos éstos meses, no lo aprenderás en una sola noche, Candy. Mucho menos en éstas condiciones, mírate, éstas temblando. Y aunque me gustaría creerlo, dudo mucho que sea por mi presencia. ¡Ven!

-¿A dónde?- pero antes de poder asimilar la situación, se descubrió siendo arrastrada por Terry a la oscuridad de la noche.

Desde la noche de San Valentín, cuando Terry le había puesto un ultimátum para que definieran su situación sentimental, no habían vuelto a hablar al respecto. Sus interacciones se habían limitado al terreno “profesional”, alumna – maestro. Pero si él volvía exigirle una respuesta esa noche, su mente colapsaría, aunque en el fondo, muy en el fondo, lo necesitaba.

Parecía que aquellas escaleras jamás terminarían. Sentía que la fuerza de las piernas, y el aliento, la empezaban a abandonar. Pero Terry seguía avanzando a paso firme y la sensación cálida que le generaba esa mano grande y fuerte, envolviendo la suya, superaba cualquier malestar.

“Un millar de escalones para encontrar la puerta cerrada”, pensó con una fuerte sensación de decepción. Pero Terry ni siquiera se inmutó. Sacó la navaja que llevaba guardada en el bolsillo izquierdo de su pantalón y con sorprendente facilidad, la cerradura cedió.

-Adelante-hizo un gesto para guiarle el camino.

Habían llegado al campanario principal. Esa gigante campana que llamaba lacónica a los estudiantes a misa cada mañana de domingo. El lugar estaba polvoriento y plagado de telarañas, pero la vista, la vista era espectacular.

-¡Wow! Esto es…

-Hermoso, ¿no crees, Pecas?

-Definitivamente.

Terry tomó asiento en la orilla del muro dejando que sus piernas flotaran a la nada. Palmeo el pedazo de concreto que quedaba lateral a él como una coqueta invitación para que ella tomara asiento a su lado, y aunque la posibilidad de una caída desde dicha altura sería fatal, estar sentada a su lado la hacía sentir muy segura.

Se quedaron juntos por largo rato en silencio, solo observando. Londres lucía bella y misteriosa bañada por la luz de la luna, que esa noche brillaba redonda en todo su esplendor. Las luces del alumbrado público que se extendía en línea recta, hasta perderse en la distancia, parecían como si amenazaran juguetonas con desaparecer. El aire corría divertido por las calles, levantando remolinos de hojas por escasos segundo, para después dejarlas caer.

En el ambiente, reinaba la paz.

-Gracias-se atrevió a decir después de algún tiempo.

-Antes solía venir muy seguido a éste lugar, me brindaba paz-Candy seguía con mucho cuidado el relato de Terry, sin dejar de pensar en cuan hermosa era su estampa de perfil- aunque, siendo honesto, ha sido una afición que adquirí desde niño. Mi infancia fue… digamos que un tanto autónoma- Terry siempre minimizaba su sufrimiento de niño- cuando me sentía…exhausto, me gustaba subir a la torre más alta del castillo a media noche, desde ahí era capaz de mirar hasta el muelle, y la luna reflejada en el mar.

Era imposible que aquella, aquella…penitencia que cargaba por pertenecer a la familia Granchester, el horror que se gestaba dentro de esas frías paredes del castillo, fuera todo lo que había en éste mundo. Debía de haber más, cosas mejores, allá afuera, en ese amplio y maravilloso mundo, y estar ahí, solo representaba un paso, duro, pero necesario que me prepararía para cuando por fin fuera libre de marcharme de ahí.

No contaba con el hecho de que posteriormente me encerrarían aquí- le dedicó una intrépida sonrisa- pero el punto es el mismo, Candy. Esto no puede ser todo, es solo un paso. Tal vez ahora no lo entiendas, pero de alguna forma, lo que vivas aquí, bueno o malo, en algún momento te servirá.

No lo olvides. Y nunca dudes de ti, de tu capacidad. Ojalá fueses capaz de ver, todo ese potencial que yo veo en ti.

-Gracias, muchas gracias por tus palabras, me tranquilizan. Solo tengo una duda. ¿Por qué ya no vienes tan seguido aquí, Terry?

-Cambio de prioridades.

-¿A qué te refieres?

-Ahora prefiero pasar las noches mirando hacia tu balcón. Me recuerda que todo esto, vale la pena.

-Candy debes tranquilizarte. ¡Y por amor de Dios trata de comer algo! – Annie veía preocupada cómo el plato de Candy continuaba intacto. Tenía dos horas que el examen de matemáticas había finalizado y las manos de su amiga no dejaban de temblar.

-Revisamos las respuestas tres veces, y todas obtuvimos el mismo resultado.

-¡Pero yo olvidé realizar la comprobación, Patty! Y ese será motivo suficiente para que la maestra tome mi respuesta como mala.

-Eso no pasará Candy – Annie trataba de tranquilizarla – cuando las maestras revisen tu examen se darán cuenta de que…

-Patricia O´Brian, Annie Brither y Candice White, a la dirección, ahora.

Aquel fuerte llamado por parte de la prefecta, no sonaba nada bien. Pero el percatarse de que Eliza Leagan, lucía su más amplia y malévola sonrisa, mientras las tres eran escoltadas, cual peligrosos criminales, a la puerta principal del comedor de las chicas, la hicieron temer lo peor.

-Las he llamado a mi oficina porque existe una irregularidad en sus exámenes – comentó la hermana Gray – las tres tienen exactamente las mismas respuestas en la evaluación.

-Con todo respeto, hermana Gray – intervino Annie con cierta timidez- se trata de una examen de matemáticas, dos más dos siempre serán cuatro, es lógico que tengamos las mismas respuestas, y no crea que seamos las únicas estudiantes en todo el grupo cuyas respuestas sean iguales. No veo en dónde radica la dicha irregularidad

-Dos más dos siempre será cuatro, señorita Brither. Pero en el proceso para llegar a dicho resultado se encuentran las diferencias. Además, hubo estudiantes que se percataron de que ustedes se estaban pasando las respuestas en el examen.

-¿Cuáles estudiantes?-preguntó Candy a la defensiva- Porque nos gustaría mucho que estuvieran aquí y que pudieran sostenernos frente a frente dichas acusaciones.

-A los alumnos de éste colegio se les invita a denunciar cualquier anomalía, asegurándoles la protección a cualquier represalia por parte de los involucrados, bajo el amparo del anonimato.

-¿Quiere decir que cualquier puede acusarnos de la falta que se le venga en gana y nosotras ni siquiera tenemos el derecho de carearnos con nuestros acusadores? – “Acusadora”, pensaba Candy. Ahora cobraba sentido a maldita sonrisa de Eliza Leagan.

-¡Silencio, Candice! – La directora se puso de pie y rodeando su escritorio, se colocó frente a ellas en actitud amenazante – es obvio lo que sucedió aquí. Candice no podía reprobar un parcial más, y ustedes dos creyeron ser “buenas amigas” al facilitarle las respuestas.

-¿Qué?- gritaron las tres indignada, pero la hermana Gray pareció no darse por enterada.

-Ahora. En lo que respecta a ustedes, señorita Brither, y señorita O’Brian, su conducta en ésta institución, antes de que Candice ingresara, por supuesto, había sido intachable. Además de tener en consideración el hecho de que provienen de familias respetables y siempre apegadas a las normas de ésta institución. Solo por eso voy a tenerles un poco de benevolencia. Confiesen de una buena vez lo que hicieron y solo tendrán que pasar tres días en aislamiento.

-¿Confesar qué? – preguntó Patty.

-Que ustedes les facilitaron las respuestas del examen a Candice.

-¡Pero es que eso no es cierto hermana Gray! Nosotras nunca…

-¡De lo contrario, tendré que expulsarlas a las tres!

-¿Nos está pidiendo que mintamos, hermana Gray? – preguntó Annie indignada - ¿o de lo contrario afrontar una expulsión? Me siento un poco confundida hermana Gray, porque a mí en la iglesia me enseñaron que no debo decir mentiras.

-Ya veo – la mirada de la directora era implacable – prefieren llevar esto hasta las últimas consecuencias. ¡Preparen sus pertenencias! Mañana a primera hora recibirán su aviso de expulsión definitiva del colegio y deberán marcharse de inmediato.

-¡No lo voy a permitir! – Candy se había parado de su asiento con un enérgico salto, y sin darle oportunidad a la directora siquiera de reaccionar, se acercó hacia la religiosa quedando muy cerca de su rostro crispado por la rabia - ¡Me quiere a mí! ¿No es cierto? ¡Patty y Annie solo son un daño colateral pero yo no voy a permitir que se vean afectadas por esa cacería suya que tiene en mi contra!

-¿Cómo te atreves?

-¿Cree que yo no fui capaz de responder ese examen por mi propia cuenta? ¿Qué mis amigas en un acto de lástima y misericordia me pasaron todas las respuestas y por eso deberían sufrir el mismo castigo que yo? A usted no le importa expulsar a dos excelentes alumnas con tal de librarse de mí, ¡eso es todo!

¡Póngame el examen otra vez!

-¡Eso iría contra toda norma y regla de ésta institución!

-¿Y expulsar a dos alumnas inocentes basados en el testimonio cobarde de una persona que no se atreve a dar la cara está en el reglamento interno? ¡Póngame el examen otra vez! Solo a mí, aquí, a solas. Si no soy capaz de resolverlo sin la presencia de mis amigas, sería prácticamente una confesión, la confesión que usted necesita para deshacerse definitivamente de mí.

-Tanta soberbia me resulta sospechosa. Seguramente te memorizaste las respuestas del examen y por eso desbordas seguridad.

-Entonces póngame otro. Uno distinto.

-¿Uno más difícil? – preguntó la directora en actitud retadora.

-El que a usted le parezca apropiado.

-¿Candy por qué aceptaste ese reto? ¡Se trata de una trampa! –Annie estaba realmente asustada porque el futuro de su amiga estuviera en manos de la rencorosa hermana Gray.

-¡Porque de otra forma las expulsarían a ustedes también! Y eso sería…demasiado injusto para quedarme con los brazos cruzados.

-Tengo el presentimiento de que la hermana Gray te pondrá un examen mucho, mucho más difícil del que presentamos ésta mañana – agregó Patty con timidez- ¿quieres que te ayudemos Candy? Mis padres me obligaron a tomar clases de álgebra avanzada desde que tengo memoria. Podríamos estudiar ésta noche y brindarte una oportunidad contra la emboscada que la directora planea ponerte.

-Te agradezco tu ofrecimiento, Patty. Pero lo que no aprendí en todos estos meses, no lo aprenderé en una sola noche. Además, la directora fue muy enfática en que debía estar a su oficina mañana a primera hora. Necesito descansar, y estar en paz. No se preocupen, pasará lo que tenga que pasar.

Nos veremos mañana, confíen en mí.

Sus amigas se despidieron de ella con un cálido y prolongado abrazo, cargado de buenos deseos. De vuelta en la soledad de su habitación, sabía que no necesitaba atiborrar su mente de fórmulas matemáticas y fracciones. Necesitaba paz.

Pero la paz no la encontraría en la frustración e impotencia que sentía ante cada acto de injusticia y clasismo del cual era víctima en aquel lugar. Ni en estrellar los puños furiosa contra el colchón de su cama o en dejar que su almohada absorbiera sus lágrimas.

Ni siquiera en la tranquilidad de la torre más alta.

La paz la encontró, clavando su vista en el balcón de la habitación que quedaba frente a suya. Observando atenta aquella sombra oscura que se dibujaba en las cortinas del amplio ventanal, y en algún punto, no en el plano físico, sino en el espiritual, las miradas, y las almas de ambos, se encontraron.

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