CAPITULO 1: "En algun lugar de una tierra extraña, Querido Diario" - Rosseline White
Capítulo 1: Querido Diario.
En algún lugar de una tierra extraña.
Nunca he tenido un diario antes, así que no sé por dónde empezar. Supongo que podría iniciar por la frase de siempre: “querido diario”, como todas las niñas; pero el problema es que este no es mí “querido diario”, que no escribo en él por placer, y que ya no soy una niña. Escribo para registrar mi vida, el torbellino de acontecimientos por los cuales ahora mi futuro es incierto. Escribo sobre esta vida, que para bien o para mal, es nueva.
Mi nombre es Rosselyn White, tengo 16 años, y hace un mes tenía una familia y una vida simple, humilde y tranquila. Mis dos hermanas, Katherine, de 20, y Eva, de 10 eran lo mejor que me había dado la vida, y junto con mis padres, eran mi felicidad. No tenía grandes expectativas para mi futuro: terminar mis estudios, trabajar medio turno para pagar mi universidad y encontrar un trabajo estable. También quería ayudar a sustentar nuestro hogar, como lo hacía Kath, que debido a que mi madre no podía trabajar por el problema en su columna, se ofreció a dejar sus estudios para ayudar en la casa. Aun hoy creo que yo podría haber hecho las dos cosas.
Mi padre, era un hombre increíble. No importaba que tan cansado estuviera, siempre le plantaba una gran sonrisa a Eva cuando ella le pedirá que jugaran juntos. Mi madre era un ama de casa excelente. La mejor. No, su problema de columna era de nacimiento. Pese a todo mi padre la amó, tanto así que no le importaba matarse trabajando con tal de darle todo lo que necesitaba sin que ella tuviera que esforzarse. Eso era amor.
Pero las cosas cambiaron un día. Aquel día de octubre en el que comienza esta historia.
—El lago de los cisnes esta en estreno, ¿no es maravilloso? —Pregunte a Kath sarcásticamente.
—Calla Rosse, ella nunca la ha visto, no la desanimes —refiriéndose a su pequeña hermana, a quien le brillaban los ojos mientras el príncipe aparecía a través del telón, y la escenografía cantaba y cantaba.
Y así fue como mi hermana me calló por el resto de la obra.
Al salir Eva hablaba de que quería un cisne de mascota, y Kath y yo le decíamos que no haríamos eso a menos que quisiera que papa lo usara de pavo el día de acción de gracias.
Rodeábamos la plaza exterior al teatro, estaba obscureciendo, y había mucha gente fuera, compartiendo. Corrían tiempos difíciles en nuestro país, nuestras dos naciones vecinas estaban en conflicto; no habían recurrido a las armas, por lo menos no aun. Sin embargo, al estar nosotros en medio también salíamos afectados, ni hablar de que el conflicto pasara a mayores. El gobierno se había declarado zona neutral, “no tenemos nada que ver en sus conflictos, y no queremos ni estamos obligados a elegir un bando”; esas fueron las palabras de nuestro presidente.
—Todos se ven despreocupados, ¿no? Como si nada se cerniera sobre nosotros, amenazante—dije.
—Creo que prefieren no preocuparse por eso, después de todo, así es nuestra gente. Siempre hemos sido un país alegre y pacífico—dijo Kath mientras mecía la mano de Eva que llevaba sujeta.
—Aunque así sea, creo que no fue una buena idea estar en medio de todo esto, es decir, geográficamente—«gran chiste, Rosse», me dije sarcásticamente— ¿Por qué pelean nuestros vecinos?
—Por lo que se, es como la Guerra de los 100 años, digo, en cuanto a tiempo. Se pelean desde los tiempos de la monarquía; solo que anteriormente habían estado calmados. Son como niños pequeños peleando por un juguete.
—No entiendo las guerras, ni su ciencia, ni sus implicaciones y menos sus motivos. ¿Crees que este bien estar en medio siendo neutrales?
—Creo que nuestro gobierno lo hizo para resguardarnos de cualquier ataque del bando al que no elijamos, debe estar entre la espada y la pared—Kath miraba el sol ocultarse tras los tejados rojos de la ciudad. « ¿Eran rojos antes?»—. No debe ser fácil gobernar una nación, y menos cuando alrededor están en guerra…
Caminando dimos al final de una callejuela que daba cerca de nuestra casa. Entonces nuestro camino se vio truncado por una muchedumbre, estábamos muy atrás, Eva preguntaba que sucedía. Eso me preguntaba yo también.
Había un sujeto con un parlante, estaba sobre un auto que parecía del ejército, blindado y muy cerrado. Más hombres uniformados estaban cerca de él, controlando a la muchedumbre. Eran demasiados. Y no era el uniforme de nuestro ejército.
—Señores, les pido calma por favor—hablaba el hombre a través del altavoz—-. Les repito, esto no es una invasión, es por su protección, interceptamos un mensaje de nuestro enemigo, planeando un ataque terrorista a esta ciudad. Avisamos a su gobernante, quien nos dio pase libre para resguardar también el lugar.
Un hombre corpulento a quien reconocía se dirigió al desconocido uniformado. Era el carnicero del vecindario.
—Nosotros no tenemos nada que ver con sus asuntos. No elegimos ningún bando, deberían respetar eso.
Subió la voz en un abucheo, y la mitad de las personas lo secundaron. Yo solo quería ir a casa. Dimos vuelta para marcharnos, pero nos percatamos de que también había más soldados detrás de nosotros. ¿Estábamos rodeadas? No entendía nada. Kath sostenía a Eva en brazos, y yo tenía una mirada recelosa. Así me sentía, furica, como un león acorralado.
—Su gobernante se dio cuenta más tarde que temprano que su neutralidad no valdría de nada. Y ya que ha solicitado nuestro apoyo estamos en el libre ejercicio de resguardarlos debido a que ustedes no cuentan con un ejército—el hombre hablaba con una voz calmada y ronca; pero lo que inspiraba desconfianza eran esos pequeños ojos grises que brillaban bajo el farol de aquella esquina. Ojos duros, que sellaban con firmeza lo que salía de su boca—. Por favor, solo sigan nuestras instrucciones y estarán bien. Necesitamos reunir a todos los menores de edad.
Y eso fue todo lo que necesite.
Tome a Kath del brazo y nos zambullí en la masa de personas, no podíamos avanzar ni por delante ni por detrás; mezclarse entre la gente y huir por los lados era la mejor opción. Las personas comenzaron a salirse de control, gritando y objetando lo que decía el señor de ojos grises. Entonces la luz del farol nos dio en la cara, como mínimo voltee la vista y el me vio, entre tanta gente su vista me encontró. Sentí el tiempo detenerse en ese instante «él, ¿me sonrió?».
Al final solo pude escuchar de su voz un “…los mantendremos seguros”.
No faltaba mucho para llegar a casa, de callejuelas en callejuelas dimos con ella. Dentro estaba madre y padre, sentados frente a la pequeña tv de la sala, tenían el canal de noticias, en la pantalla se veía un lugar en llamas, había humo y gente herida pasar por frente las cámaras. Era un suceso en vivo. Y ocurría aquí, en nuestra ciudad.
No podía estar pasando.
Al oír la puerta cerrarse los dos se levantaron bruscamente y fueron a nuestro encuentro, no dejaban de hacer preguntas sobre como estábamos o de si había pasado algo inusual afuera. Eva abrazaba hacia padre. Lloraba. Y mamá hablaba seriamente con Kath. En ese momento no pintaba nada. Solo pensaba en los ojos de aquel señor.
Tocaron a la puerta. Se oía gente fuera, los vecinos de al lado, quienes gritaban el nombre de su hijo. Entonces me di cuenta de la situación.
—Ocúltense arriba—dijo papá—. Si es posible en el tejado. Allí no las encontraran. Kath, Rosse, cuiden a Eva.
Subimos las escaleras que daban al segundo piso, nuestra casa era pequeña, una parte estaba a nivel subterráneo, las calderas; en el primer piso la cocina, y arriba las habitaciones y el ático. Una vez arriba Kath se dirigió a mí en voz baja.
—Voy a bajar Rosse, cuida de Eva.
No tuve tiempo de detenerla, tampoco pude gritarle que esperara, que no nos dejara solas. Yo también era una niña, necesitaba que alguien cuidara de mí también. Lo próximo que hice fue sostener a Eva, que trataba de bajar con su hermana. Incluso tuve que tapar su boca, quería gritar, y si lo hacía nos descubrirían. No podía dejar que nos separaran.
No sé qué ocurrió abajo, escuche a mamá gritar, y voces que no me eran familiares empezaron a oírse más cerca. Pero percibí que una de ellas si era familiar, una voz ronca que me inspiraba miedo y desconfianza. Solo esperaba que no viniera acompañada de aquellos ojos grises.
A pesar de forcejear y lanzar manotones para defender a Eva, no pude evitar que nos llevaran. Al final por lo menos conseguí llevarla en brazos para que se calmara un poco. Le susurraba al bajar las escaleras cosas como: “si nos llevan estaremos juntas, no te preocupes. Todo estará bien”. Al llegar abajo papá estaba siendo sujetado por dos uniformados, y madre estaba sentada en una silla, pálida, se veía descompensada, y como con 20 años más en su rostro.
—Eva, Rosse—dijo en una voz tan apagada. Como con el último suspiro de su alma.
—Es por su propia seguridad—dijo el hombre gris, parecía ser el líder—, tendremos que llevarlas al límite con nuestro país, a los campos. Hay familias esperando por todos—hizo una pausa y miro a mis padres—. Es un programa de reubicación para los menores de las ciudades que han sido amenazadas. No será por mucho tiempo, y ellas estarán seguras. Esto es una iniciativa de su gobierno. Nosotros solo somos el medio—se dirigió hacia los militares—. Suelten al Sr. White.
Al soltar a mi padre Kath y yo corrimos a su lado. Era alto y siempre había significado para nosotras un lugar seguro. Pero ahora padre no podía hacer nada. Solo quedaba acatar todo y esperar que esto no durase demasiado. Había que
confiar en completos desconocidos.
Y entonces mi papa, el hombre más grande en este mundo dijo al fin al hombre de ojos grises:
—No queda más que hacer. Cuide a mis hijas, es todo lo que le pido.
Y esa fue la última palabra.
La estación de tren estaba abarrotada de gente. Niños, niñas, adolescentes, todos llevábamos maletas. “debe se r poco equipaje. Lo que quepa en una valija que ustedes mismas puedan cargar” había dicho el hombre a quien había apodado El Gris, cuando salió de la casa con sus soldados. Nos dio la hora de estar alistadas, un auto pasaría por nosotras. Después de esa noche no volví a verlo.
La mañana antes de partir fue la más fría y triste de toda mí vida. Debía separarme de mis padres, y eso era una pesadilla. Me sentía desnuda, despatriada, insegura. Por lo menos estaba con mis hermanas, nos teníamos a nosotras mismas.
No quiero escribir sobre las despedidas…no quiero traer de nuevo aquel sentimiento de mi alma siendo dividida en dos en el momento en que retuvieron a mis padres antes de llegar al andén. Solo ellos no pudieron pasar con nosotras.
En ese instante apareció un señor de baja estatura, llevaba aquel uniforme que ahora empezaba a volverse familiar, una boina cubría la parte de su cráneo que no tenía cabello, sin cumplir su objetivo.
—Yo guiare a las pequeñas desde aquí—dijo, su tono de voz era agudo y sus palabras, amables.
Eva estaba destrozada, Kath pretendía ser fuerte, pero se derrumbó en el último instante. Yo, en cambio, estaba en shock, aun asimilaba todo. Llore, sí, pero mantuve mi cabeza en alto y mis hombros rectos, debía ser fuerte si nadie más lo era.
El señor calvo nos llevó a través de la multitud de personas al embarcadero del tren que nos llevaría a nuestro nuevo hogar temporal.
«Espero».
—Es este, Señoritas—el señor señalo un tren grande, ya estaba lleno de gente, niños llorosos escurriéndose por las ventanas, despidiéndose de sus padres. Era una escena lamentable—suban por aquella puerta, allí los espera un operador que las guiara a sus asientos.
Como dijo el hombrecillo, nos esperaba un operario, y muy amablemente nos llevó hacia nuestros asientos.
—Debe haber un error—Kath hablaba al hombre mientras cargaba a Eva—, aquí solo hay dos asientos disponibles—se rehusaba a sentarse.
—Perdone, señorita, debió haber un error en la lista, solo están registradas Eva White, y Katherine White.
—Tranquila Kath, puedo sentar a Eva en mi regazo—dije, mostrándole una sonrisa. Ella parecía exaltada.
—Lo siento, pero eso no podrá ser, señorita. No está permitido.
—Pues debo ir con ellas, son mis hermanas.
—Mis disculpas, pero debe desembarcar—su voz ya no sonaba tan amigable.
Eva comenzó a llorar.
—Necesito hablar con su superior, el encargado de esa lista—le exigió Katherine.
—Soy yo—dijo alguien a mis espaldas, no esperaba encontrarlo hoy. No esperaba verle de nuevo.
El Gris estaba allí.
—Ha ocurrido un error en la lista—decía Kath—Rosse no aparece.
—En Efecto. Rosse no tiene un asiento aquí porque simplemente nunca estuvo en la lista.
Aquel hombre saco un documento de uno de los bolsillos de su chaqueta y empezó a leer lo que allí estaba escrito.
Familia White:
Dos hijas: Evangeline White, de 10 años, y Katherine White, de 20 años, quien ha sido enviada como excepción, para cuidar de Evangeline a falta de otra persona responsable.
Fue todo lo que leyó, no había mucho más que eso, pero llegue a ver la firma de padre en el documento. Eso me rompió en mil pedazos.
— ¡No puede ser! Usted estuvo allí, usted sabe, ¡arréglelo! —Kath rugía ahora.
El Gris se mantenía impasible, ni una expresión en su rostro— Eso no va a poder ser, cariño, ya que yo lo dispuse así—. Y se volteo hacia mí, quería que todo eso fuese un sueño, deseaba despertar—Tu vendrás conmigo.
No me gustaba soñar así.
Hombres uniformados subieron al tren, asustando a los niños que presenciaban todo el espectáculo, bebes lloraban alrededor, oí el grito de Eva, cuando la sujetaron para que estuviese quieta, y vi como Kath se debatía entre dos guardias en el estrecho pasillo del tren para llegar hasta mí, a solo 5 pasos de ella. Les estaban haciendo daño. Quería que parara, y no estaba en posición de dar órdenes. Solo acatarlas.
Creo que fue lo mejor que pude hacer. Salí de aquel tren por mi cuenta, sin decir una palabra. Me sentía fuera de mí, pero mis pies se movían solos, hacia el exterior del vagón. No mire atrás, sabía que él me seguía y me predispuse a que no iba a doblegarme otra vez. Con la cabeza bien en alto subí al tren contiguo, más lujoso y nuevo. No se dirigían al mismo lugar, lo sabía. Los guardias de hace un rato me rebasaron para ubicarse en los asientos de adelante. Lanzaron miradas de reojo hacia mí, uno de ellos sonrió de soslayo, eso me preocupo, pero no podía dejar que vieran mi miedo.
Un nuevo operador me dirigió hacia mi asiento. Me coloque junto a la ventana, que hubiera peleado con Eva para ver quien se la quedaba. No pude seguir fantaseando porque en aquel instante se sentó en frente un hombre que ahora odiaba con todas mis fuerzas, lo odiaba con cada fibra de mí ser, y sabía que fuese lo que fuese que planease, no sería bueno.
No se dignó a decirme una sola palabra, solo estaba sentado, de piernas cruzadas, observándome, recostado a su ventana, sosteniendo el peso de su cabeza con uno de sus brazos. Sonreía.
Sonaron los silbatos de los trenes, uno después de otro, y lentamente comenzamos a avanzar. Nunca antes había subido a un tren, y este primer recuerdo sería imposible de borrar. Había vías férreas que corrían paralelas hasta cierto punto. Justo allí coincidimos. Ellas a mí no me notaron, pero yo podía verlas desde la ventana. Al final Eva aún tenía a Kath, y Kath tenía a Eva.
« ¿Y a quien tenía yo?».
Si llegaron hasta aqui, les admiro y quiero por haber leido tanto. es el primer capitulo de esta historia que ademas, es la primera vez que posteo en publico, y en Steemit. Espero puedan seguirla, les prometo no decepcionarlos muchachones. Cuentenme que les pareció. Besos xoxo
Srta.Tristeza.
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