Alas Rotas
El olor de ese local hacía escocer los ojos y arder el pecho; el piso estaba resbaloso por los numerosos tragos derramados y el calor y el tumulto de personas hacían recordar al mismo infierno. Desidia, decadencia, excesos e impudicia se revelaban tras esa gran puerta de hierro escondida en un callejón oscuro de la ciudad. En él, los hombres dejaban de ser hombres para convertirse en bestias, esclavos de los instintos y de las tentaciones; y las mujeres eran a la vez diosas y demonios, complaciendo sus deseos por un precio y desmoronando su dignidad con cada cliente que atendían.
Ella seguía encerrada en un cubículo del baño, contando. Los billetes pasaban rápidamente de una mano a la otra y frente a ellos una sonrisa se iba expandiendo. Tras terminar esa labor, enrolló los billetes y los ocultó en su escote. Sus ojos azules se encontraron con su reflejo en el espejo del baño cuando abandonó el cubículo. Aquellos labios color rojo escarlata se contrajeron en una mueca de desdén, y esos hermosos ojos tan perfectamente delineados fijaron su mirada en el suelo. Acomodó un mechón rebelde de sus ondulados y largos cabellos negros detrás de su oreja y salió del baño.
Las miradas lascivas que recibió por parte de hombres y mujeres no eran para menos, aunque ella las ignoró mientras caminaba con pasos firmes y elegantes a la salida. Sentía desprecio por todos en ese lugar.
— ¿Tú quién te crees que eres? No te engañes. Eres una basura incluso peor que ellos. Esos billetes ya te están quemando el pecho, ¿qué esperas para ir a buscar la dosis de hoy? —
— Cállate. Estoy en eso. —
Las calles oscuras y silenciosas parecían temblar bajo los tacones y la quietud se quebraba cual cristal por el resonar de las pisadas. Tras algunas cuadras de trayecto, se detuvo frente a una puerta gris y tocó el timbre. Un hombre delgado y demacrado salió a su encuentro y le extendió un pequeño paquete; a cambio, ella le dio parte del dinero que llevaba. Sin tiempo que perder reanudó el paso, ignorando el brillo de perversión en los ojos del hombre que dejaba atrás.
Continuó su ruta, en la que parecía imperturbable la seriedad de sus facciones. Las pupilas se fijaban aquí y allá, deteniéndose un segundo en cada dirección. El vaho salía de su boca ligeramente abierta y la mano derecha en el bolsillo retorcía con insistencia el paquete minutos antes recibido.
Las ansias le picaban cuando pisó su apartamento. Se desprendió de casi toda su ropa y se abalanzó febrilmente sobre la bolsa, sacando e ingiriendo buena parte del contenido del envoltorio: unas curiosas pastillitas. Recostó su espalda a la pared y se dejó caer lentamente entre pilas de ropa y libros viejos mientras, con la mirada esta fija en la ventana, contemplaba la lluvia torrencial que acababa de desatarse. Su mano tropezó con un pequeño objeto a su izquierda: una cajita pequeña y rectangular, hecha de madera oscura. Con delicadeza subió en objeto a la altura de su rostro y lo apoyó en sus rodillas flexionadas hacia arriba. El paraíso mismo pareció encontrarse frente a sus ojos cuando abrió aquél tesoro.
Una figurilla de un caballito del diablo con hermosas alas inició su aleteo presurosamente, y una melodía dulce, suave y serena comenzó a fluir.
Las notas que despedía ese objeto la hipnotizaban. Sentía el sonido bailar a su alrededor, resonando en cada esquina, rebotando en las paredes vacías y desvaneciendo la penumbra. Esa pieza estaba tan llena de todo lo que le faltaba. Cada nota estaba abarrotada de recuerdos; para ella se sentían como brisa de verano, en ellas podía ver los colores del ocaso y saborear la cereza más dulce. A su nariz llegaba el olor a pino y casi podía oír a su madre llamándola desde la puerta de madera de su antiguo hogar.
Con los ojos cerrados se imaginaba una vez más llegando a casa de la escuela, siendo cargada en hombros por su padre y recibida con amor por su madre. Se puso de pie con la cajita en su mano y comenzó a dar vueltas agraciadas por el lugar siguiendo el compás de la música. Al pasar frente al espejo que pendía sobre una pared cercana, se detuvo. Sus ojos siguieron con esmero cada rasgo de su rostro y torso, fijándose en cada detalle.
— Ella siempre me decía que mi sonrisa iluminaba el cielo…¬— una mueca que vagamente se acercaba a una sonrisa surcó sus labios. Con decepción ante lo que veía deshizo el gesto —…ahora solo ilumina habitaciones. — el sonido salió quebrado de su boca. — Sólo un amasijo de maquillaje y ropa cara, eso soy ahora. Al menos ellos nunca me verán así…—
— ¿Cómo puedes siquiera pensar en ellos después de lo que les hiciste? Me das asco. Tan solo sientes pena por ti misma.
— Basta. —
— ¿Qué harás para detenerme? ¿Me harás lo mismo que les hiciste a ellos? ¿Los apuñalarás por la espalda y huirás?
— Es suficiente, por favor. —
— No importa lo que hagas. Jamás podrás huir de mí.
— ¡Cállate! ¡Puedo deshacerme de ti cuando quiera! —
— Oh, ¿en serio? ¿Y por qué no lo haces? — ella permaneció en silencio con los ojos bien abiertos. — No hay forma de escapar, querida. Creo que aún no lo has entendido del todo — agachó la mirada a la caja de música — ¿Qué pasó con tu valor? —Los ojos le escocían fuertemente — Mírate. No te atrevas a voltear. Esto es quien eres. Esta cosa es lo que eres. Fíjate bien en cada línea y sombra. Eres tan efímera como esa melodía. Tan sólo un poco de agua y tu belleza se esfumó. Ojos de ángel, cuerpo de cortesana y alma de alquitrán. Eso es lo que eres y seguirás siendo. — Una tras otra comenzaron a correr las gotas manchadas de negro.
Al día siguiente despertó con un punzante dolor en las sienes. No recordaba cuándo se había quedado dormida y mucho menos cómo había terminado tirada en medio de la habitación. Se levantó pesadamente y su vista se posó sobre la caja de música cerrada en el piso; luego se dirigió a la ventana, recorriendo con la vista cada una de las gotas que había dejado la lluvia, y por último al paquete repleto de pastillitas que reposaba sobre una mesa baja, y allí se quedó por un buen rato. Por su mente cruzó el deshacerse de esa bolsa… ¿Lo soportaría?
Unos toquecitos en la puerta la sacaron de su ensimismamiento. Se asomó a la entrada y miró hacia abajo para encontrarse con una melena rojiza y dos grandes ojos grises mirándola fijamente.
— Hola, señorita. ¿Podría darme agua, por favor? — la voz tierna de la niña llegó a sus oídos como un tímido susurro —Sí, pasa. — fue su respuesta.
No debía tener más de ocho años. Al momento en el que vio el vaso de agua y las galletas que le eran ofrecidas, sus ojos parecieron relucir de felicidad. La mujer le ofreció asiento y se sentó frente a ella. Al mirarla más detenidamente, se dio cuenta de que la chiquilla estaba muy flaca, y su ropa estaba hecha jirones y muy sucia y empapada, igual que su rostro y sus largos cabellos. “Seguramente se habrá mojado con la lluvia de ayer”, pensó. La niña, después de devorar todo lo que había en plato, comenzó a preguntarle trivialidades con una gran sonrisa en la cara, a las cuales ella respondía sin darse cuenta de que en sus labios comenzaba a formarse una curva casi imperceptible. La pequeña no paraba de hablar y de reír, arrancándole sonrisas e incluso carcajadas a la mayor con cada gracioso gesto y comentario, las cuales trataba de disimular sin mucho éxito. A medida que transcurría la tarde, la criatura se notaba cansada.
— ¿Tienes dónde pasar la noche? — en sus ojos guardaba la esperanza de que la pequeña negara. — No, señorita. —
Eso fue más que suficiente. Al día siguiente la pequeña seguía profundamente dormida y envuelta en cobijas, con una expresión de total serenidad en el rostro. Ya era pasado mediodía y seguía durmiendo; debía de estar agotada. Unas manos cálidas acariciaron los cabellos rojizos. Ese día, por primera vez en mucho tiempo, los ojos azules no se miraron con repulsión en el espejo. Aquellas curiosas pastillitas se esfumaron bajo el grifo de agua, y la pequeña pelirroja fue despertada por las notas dulces de una caja de música.
¡Sencillamente hermoso! Me ha encantado como has logrado captar los pequeños esbozos de luz, dentro de un escenario sombrío en el que habita un alma atormentada, aparentemente llevada a tomar un estilo de vida que odia profundamente. Aún así, como una sonrisa camuflada, una posibilidad de encontrarse nuevamente aparece. ¡Muy bello escrito!
Hola @singlerose, upv0t3
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<3 Este es un corazón, o un helado, tu eliges .
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