A Lucilda le desagradaba el hecho de pensar en las horribles uñas de Patricia, marrones y carcomidas, haciendo ese sonido tan espantoso. Se levantó de la cama esa noche para asomarse por la ventana y gritar con todas sus fuerzas llena de ira, pero antes de hacerlo, notó que sobre el tejado de la casa había una figura negra posándose. Gracias a la luz de la luna, Lucilda pudo percibir a aquella criatura casi a la perfección; y espantada acudió a mí para despertarme y mostrarme lo que estaba viendo.

Yo la seguí hacia la ventana semidormido y ella me señaló con su dedo trémulo aquello que le causaba un terrible pánico. Era una figura semi humana; cubierta con plumas enormes que parecían pertenecer a un ave gigantesca, quizás de cóndor. Sobre su rostro se posaba un pico, quizás era una máscara aunque no estoy muy seguro de eso, ya que la imagen de la criatura se hacía difusa a medida que forzaba la vista para vislumbrarla mejor bajo la luz de la luna.

Lucilda estaba paralizada por el asombro; no dijo palabra alguna en ese momento, yo estaba casi igual pero con la diferencia de que mis sentidos aún estaban cuerdos ante tal situación. Luego de unos minutos de impresiones desconcertantes e intenso silencio, vimos algo que nos asombró aún más. Vimos como la criatura se hundía en el techo del tejado, ¡No podía creer lo que veía! Era como si… ¡Lo atravesara!

Sé que aquello no era posible, incluso pensaba que mi mente me estaba haciendo la peor de las jugadas, pero al parecer no era así, ¡Porque Lucilda también vio aquello tan asombroso con absoluta atención! Lo que la dejó aun peor. La criatura había desaparecido por completo ante nuestros ojos y mi esposa, alterada por lo que sus ojos vieron, decidió impulsivamente llamar a la policía para informarles lo que estaba pasando.

A los veinte minutos una patrulla arribó frente a la casa de Patricia, mientras que nosotros aún procesábamos y discutíamos sobre lo que habíamos visto. Pusimos nuestra atención en aquellos oficiales; dos hombres y una mujer, mientras tocaban varias veces la puerta de la casa. Al no tener respuesta alguna los oficiales procedieron a derribarla y entraron para investigar el lugar. Al cabo de unos largos y desesperantes minutos, uno de los oficiales salió disparado de la entrada, con la cara larga y pálida, como si hubiese visto lo peor. Sacó su radio y comenzó a pedir apoyo a la estación policial más cercana.

A mi esposa y a mí nos invadió el miedo, pero también la curiosidad; y esta última era más fuerte que la primera, así que decidimos escabullirnos por detrás de la casa de Patricia para averiguas que pasaba. Fuimos cautelosos al entrar por la parte de atrás, la cual, sorprendentemente la puerta estaba abierta y sin seguro. Entramos sigilosamente y en silencio; y mientras avanzábamos nos abrigó un frío incomodo en todo nuestro cuerpo. Yo no quería seguir, pero Lucilda estaba afanosa por saber que había pasado con Patricia; y con la espantosa criatura que entró a su casa.

Al entrar en la habitación de la muchacha, la encontramos a ella tumbada en el suelo; con la boca y los ojos abiertos hasta el límite, y con el cuerpo sumamente esbelto y más pálido de lo normal. Después de verla, Lucilda exhaló un grito fuerte y agudo y luego se desmayó al instante. Los policías que nos vieron quisieron ayudarnos mientras yo sujetaba a mi esposa con todas mis fuerzas. No dejé de ver ni por un momento el cadáver horrendo de Patricia.

Luego de una hora de reposo por aquella penetrante y dañina impresión, los oficiales nos llevaron a la comisaría donde nos hicieron preguntas hasta el cansancio y sin poder dormir. Les confesamos que habíamos sido nosotros los que habían solicitado apoyo, porque habíamos visto a aquella criatura atravesar el techo de la incauta. Los oficiales investigaron y no encontraron rastros de otras personas o indicios de información que habíamos proporcionado.

Nos miraron incrédulos ante nuestra confesión, incluso llegué a dudar de mí mismo, pero Lucilda estaba negada a pensar que aquello que sus ojos vieron fue producto de su imaginación. La forma en cómo murió Patricia, era la más anormal que podría existir en este mundo. Era como si toda su fuerza vital hubiera sido arrebatada de una manera no abrupta.

Al no encontrar pruebas incriminatorias en contra nuestra sobre la muerte de la muchacha, decidieron soltarnos, pero su muerte sigue un misterio, tanto para la ley como para nosotros. Aún estamos traumatizados sobre ese día, cada vez que lo recordamos apretamos nuestras manos y contenemos la sensación de fatiga y repulsión. Jamás sabremos lo que pasó a Patricia; y ya en este punto, no queremos saberlo en realidad.

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