La decisión correcta | Relato
Hector nunca quiso jalar de aquél gatillo, pero tenía que hacerlo, era su deber como hermano mayor proteger a su pequeño hermano que no entendía qué es lo que sucedía. Aquellos hombres, que no parecían para nada los que conocían en el parque o en el vecindario, habían obligado al más pequeño de la familia a jalar del gatillo. “Los niños tienen que hacerse hombres desde temprana edad”, es lo que afirmó aquél hombre de barba blanca, y entonces le dio el arma al joven y le indicó que disparara a una persona que tenían de rodillas, asustado y soltando lágrimas. Pero aquél chico, muy chico para entender de justas e idas y venidas, no sabía qué hacer. Temblando, hizo el intento de jalar del gatillo, pero Hector lo detuvo, tomó el arma y disparó aquél hombre que había sentenciado.
Todos rieron y alzaron la cerveza al aire, porque un chico había tenido las agallas de hacerlo. Hector tenía miedo, mucho miedo, pero si no era él quien perdiera la inocencia lo haría su pequeño hermano. Él sería capaz de lanzarse a la cueva del lobo por su hermano, lo haría una y mil veces, porque lo amaba, lo ponía por delante siempre. Su hermano asustado lo miró, Hector no tenía brillo en los ojos y ni siquiera lloraba. ¿Qué iba hacer? ¿Correr? No era una opción. Tenía que jugársela de carnada para que la atención que yacía en los presentes se centrara en él. Sería un asesino si tenía que serlo. Pensaba que mientras todos lo miraran y se llenaran la boca de lo que ha hecho, su hermano pasaría inadvertido, e incluso, si existía la mínima oportunidad, iría a la escuela con una educación y al menos uno de los dos sería alguien en la vida.
Y así fue. Mientras Hector lo reclutaron como uno más de aquél grupo de matones, su pequeño hermano asistía a clases, hacía amigos, se enamoraba, alcanzaba metas y se vestía elegante. Cuando llegó la sabiduría de la madurez, su hermano entendió todo lo que había sacrificado Hector por él y lo quiso detener, pero él ya estaba lo suficientemente lleno de sangre como para retirarse, y mucho menos cuando había hecho un pacto con aquél grupo para que su hermano fuera sagrado y no lo tocaran. Todos los que quisieran meterse con él antes tenían que enfrentarse a Hector. Ley de la calle.
Ambos crecieron, mientras la sangre tragaba a Hector y la mala vida lo perseguía, su hermano estudiaba en la mejor universidad del estado, se convertía en alguien importante, lo suficiente como para influir en aquellos que no podían decidir. La vejez llegaba y Hector más de una vez la vida le pedía que rindiera cuentas, lo supo cuando aquella bala por fin lo alcanzó.
En una calle, solo y sin nadie que lo viera, lanzó la vista hacia el enorme apartamento. Había un afiche, lo suficientemente grande como para que alguien moribundo lo viese. Era una foto de su hermano en campaña para ser alcalde. Hector no se quejó, simplemente sonrío. La decisión que había tomado muchos años atrás era la correcta.
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don.quijote (69) 5 years ago