Amalgamas erróneos
Haciendo un ademán con mi mano, falseo la posibilidad de iniciar este texto. Mi mente está en blanco; mis uñas largas; mi pie, impaciente. Mis ideas divagan, mi albedrío no es libre, caigo en tentación. Defectos que me definen; es por ello que me pregunto cómo logré esforzarme tanto, con mi falsa bonhomía, para destrozar a una mujer ─en todo el sentido emocional y erótico de la palabra─ si luego arruiné mi ficticio acto del amor dejándome despedazar ─en todo el sentido existencial de la palabra─ por otra.
En todo el sentido erótico de la palabra, en el hecho de donde respiras a un mismo tiempo, donde gemidos van y vienen, donde la humedad es predominante. En donde se mezcla el engañado amor con el deseo y las ganas de arrancarse la piel. Donde destrozas el lugar, rompes la cama, la mesa, el armario; en pocas palabras, rompes la habitación de manera literal y metafórica ante el cruel acto del afecto sexual sin nada de afecto.
En todo el sentido existencial de la palabra, porque no marcas acciones injustificadas para luego no recibir el castigo del karma donde aniquila toda prueba viva del callejón sin salida que eres tú, haciéndote sentir aniquilado, en lugar de ser el que aniquila.
Una noche. Fuego castaño: primera mujer. Veintitrés noches. Zafiro negrizco: Segunda mujer. Tal vez no alcancen las hojas de papel para que mi pluma trace mágicamente las características especiales de ellas ─arranqué muchas páginas luego de escribir estupideces inconmensurables─. He de suponer que muchos párrafos serán superfluos, que repetiré muchas palabras. Pero la consecuencia que viene de la acción del estigma amoroso de lo efímero, es la capacidad de resiliencia hacía las crueles críticas del paradigma social de lo justo. Amores tasados muy caros, pagados muy baratos. Observaciones esenciales para la letra; sin corazón roto no hay historia, y crean que hay uno bastante roto.
Corazón de dolor sempiterno; ilustrado sobre la portada del libro imaginario de hojas escritas a lágrimas. Los vientos arrolladores del complejísimo sabor de la vida nos dictan que jamás vamos a conseguir el amor de una manera sencilla. Estoy bien con ello; quien lo consiga no puede decir que es amor. Antes se debe pasar por una complicada selección de malas decisiones donde nos emparejamos con la tristeza, la melancolía, la ira, la ignorancia, pero no el cariño o el placer. El problema es que los vientos no nos reflejan el verdadero significado de la palabra «complejísima». No es como si solo tiene que pasar el tiempo y creerse eso de que la vida nos tiene una persona esperando, en algún momento, para entrar en nuestro mundo; que debemos seguir haciendo todo como lo hacemos y que la coincidencia en algún punto nos iba a colocar en el mismo viaje a ese ser «especial». No hay manera de confirmar esto. Pero definitivamente tampoco avalo que debas buscar en cada mínima existencia que se te cruce de repente la respuesta a la pregunta «¿podré ser feliz contigo?».
¿Sabes lo mejor de los corazones rotos? Que solo pueden romperse de verdad una vez. Lo demás son rasguños.
Recordando fielmente el inicio de mis noches de «pasión efímera», he olvidado la mayoría de detalles. Esto puede parecer irónico: recordar fielmente que olvidé los detalles. Pero han pasado tantas noches que recordar cómo la conocí sería como recordar cuántas veces he respirado en mi vida, o cuántas veces le recé a Dios para que me resolviera un problema en vez de lidiar con él por mi cuenta. En fin, no tendré muchas introducciones e iré al punto. Su nombre... bueno, sinceramente lo he olvidado.
Olvidé su nombre, dirección, edad y voz.
Pero no olvidé ningún centímetro de su cuerpo.
No estaba preparada para resistir conmigo una relación completa, pero parcialmente lo hizo de maravilla. Su cabello era como divisar las hojas de otoño caer en el frío y el helado viento de octubre; castaño rojizo que daba frescura a quien la veía. No recuerdo cómo se me dio el haberla convencido para que termináramos acurrucados en una habitación de hotel, a la esquina siguiente del bar donde nos encontramos horas antes. ¿Cómo había terminado así? Solo recordaba decirme a mí mismo durante mucho tiempo que me iba a enamorar y ser fiel; en cambio estaba siendo dominado por mis impulsos carnales, dejando que me consumiera el tan nefasto manto de la sensualidad y seducción. Hace tiempo que sucedió. Ella no creyó que yo era el tipo de persona que la cotidianidad le sentaba bien; yo lo creí después. Pero resulta que no había destello en mis pupilas cuando la miraba. El no sentir esa explosión indica: no hay amor.
El destello centelleante de su perfecto cuerpo te dejaba sin palabras. Ella demostró desde el inicio que el romperme con solo caminar era posible; por lo cual nunca desaprovechó la oportunidad de hacerlo. ¡Oh! cómo explicar, cómo decir todo lo que desprendía de su ser. Ella era la segunda mujer. La que me quebró. Lo contrario a mi anterior sufragio de deseo: yo me moría por ella, no al revés.
No esperes amalgamas entre el amor y el deseo. Es un error caprichoso.
Muchas noches llenas de fuego, poesía, cantos y pájaros volando. El amor crecía ─anímico para mí, corporal para ella─ entre susurros de frenesí insensible, no apto para cardíacos; no aguantarían el ritmo llevado entre paredes de cristal incineradas por el incendio de dos estrellas rozándose. Mucha perspicacia aunada a la malicia: no dejó rastro alguno de su apasionante ímpetu, solo se marchó ─sin mucho arrepentimiento, me imagino─ dejando fraccionado un corazón que aun en ese estado, seguía amándola. Su voz se apagó en mi habitación una noche cualquiera. El grito que no se escuchaba por su parte. Desde entonces, la habitación vacía no se ha llenado de ruido alguno. No fui un plan para ella; en sus ojos no se encontraban los fuegos artificiales. En conclusión, no había amor. Yo lo sabía.
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Interesante y curiosa forma de jugar con el lenguaje.
Disfruté mucho esta lectura.
Gracias por compartirla.
Me encantó todo este relato, está increíble! Me hizo ir poniendo los escenarios y todos los elementos con mi mente.
Saludos!