Confesiones

En un día como hoy, no me quedó más opción que hacer una confesión abstracta de lo que grita mi mente cuando todo está en silencio (o incluso, cuando todo está muy ruidoso).

A veces soy tan pero tan consciente de mi situación, de mi estado, de mi estatus, de mi mente, que no se me ocurre nada más que rodearme de banalidades para intentar motivar una mente sumergida en el abandono. Como cuando estás triste y algún amigo te dice "vamos a salir para que despejes tu mente", yo convoco la salida antes que alguien más lo diga. Como cuando alguien me dice "necesitas tiempo a solas", yo convoco mi soledad antes que alguien suelte la palabra. De cierta forma, la parte buena es que me volví mi mejor amiga, mi mejor aliada, pero eso no parece ser suficiente.

Mi propia compañía tanto como la de los demás me satura. Quizás mucho que pensar, quizás poco que pensar. Blanco o negro. Incluso hasta lo neutro duele, porque sientes como que estás en automático y eso es casi peor que los dos extremos. No hay un punto de vividez, de gloria, donde la mente pueda expandir su luz y cubrirme de alegría.

A veces la vida es tan extraña que mientras estoy llorando, puedo estar felicitando a algún amigo por algo bueno que le sucedió. O a veces puedo tener lo que quiero, tener una buena fiesta de cumpleaños, dos tortas, amigos que viajan, personas que me quieren y me hallo llorando a las 3 am pensando que no lo merezco. O que quizás, no he hecho lo suficiente como para que me den algún regalo tan grande como la amistad y el agasajo.

Me acostumbré a las noches de insomnio, a mi confusión ante las palabras, ante mi miedo irracional ante las cosas normales como la oscuridad, la calle, la muerte, el amor, el odio y la compasión. Y aún así, no sé de dónde saco ese sol que irradia a los demás, esa vibra tan bonita de la que todos hablan, esa fantasía creada, una imagen de mi persona que yo no puedo ver ante el espejo. Y lloro, porque no lo entiendo. Porque no entiendo por qué sabiendo que tengo la solución al frente, no se soluciona nada. Como si estuviera estancada, abrumada.

Y en los días donde el alma titila por hacer demasiadas cosas pero el cuerpo no me deja pararme del sofá cómodo donde puedo dormir cada vez que la mente me torture, sólo nacen estos pensamientos, este odio irracional por mis propios sentimientos. ¿Cuándo seré lo suficientemente consciente para entender que hay cosas que merezco, que todo lo que ocurre a mi alrededor es una manifestación totalmente normal de todo lo que he dado en estos 21 años de vida? Y a pesar de que perdono, a pesar de que renazco del fuego, vuelvo a ese punto de inicio donde me cuestiono si en realidad brillo, si en realidad soy buena persona, si en realidad merezco lo bueno y si en realidad, las cosas malas que me pasan, es una equivalencia de intercambio.

A veces quiero cuidarme tanto y protegerme, nutrirme, aprender, levantarme de la cama, estudiar, regalarle lo mejor al mundo, lo mejor que pueda dar. Perdonarme por lo poco que puedo hacer y valorar lo poco que pude hacer en días donde el "to do list" explota. Pero en días como hoy, sólo quiero llorar y refugiarme en algún tipo de soledad justa. O simplemente, dejar de sentirme tan muerta y darme un golpe para revivir un poco. O dos, o 3. Los necesarios para entender que el mundo sigue adelante.

Son 21 años de vida que no han pasado en vano; he vivido tanto, he llorado tanto, revivido muchas veces, he visto la injusticia, la crueldad, el mundo en peligro llenando mi timeline, la felicidad ausente de las caras que veo en la calle, los momentos súper efímeros que pasan como un flashback ante a mis ojos. Y mi felicidad intentando buscarme y tocarme los dedos, darme vida y mantenerme despierta. Yo sé que en algún lugar está, pero aparentemente no la encuentro en esta ausencia.