Hasta lo más fácil es Difícil en Venezuela

in #steemit7 years ago

INMIGRACION DE VZLA 1.jpgYa nada es fácil en Venezuela. Hacer cosas simples como tomar un bus, retirar dinero de un banco, o de un cajero automático, comunicarte por teléfono celular, pagar en una panadería, carnicería, mercado, tienda, heladería, entre otros, sacar la cédula o el pasaporte, pasear en un parque, sentarse en una plaza pública o despedir a un amigo en el aeropuerto, resultan proezas complejas que van desde perder tres o cuatro horas, recibir insultos, empujones, golpes o ser atracado, hasta perder la vida.
Quienes a diario luchamos con todas estas adversidades somos testigos fieles de los continuos milagros que Dios hace para nosotros porque sólo Dios sostiene al pueblo venezolano en estos días de crisis. Como prueba de esto quiero contarles que para despedir la hija de un amigo en el aeropuerto de Barcelona me tomó 60 horas llenas de suspenso, tensión, angustia, desesperación, decepción, abuso, extorsión, corrupción y ser testigo de la Poderosa Mano de Dios interviniendo milagrosamente en beneficio de quienes sufrimos las inclemencias de estos días terribles en Venezuela.
El domingo primero de abril de 2018, la esposa de un amigo, junto a su hija adolescente y yo, salimos a las 05 am en un taxi expreso desde la ciudad de Puerto Ordaz en el estado Bolívar con destino al aeropuerto internacional de Barcelona, Estado Anzoátegui.
Luisa Elena de 17 años, una joven brillante y hermosa, hija de mi gran amigo José Antonio quien, por la situación país, lleva un año viviendo en Lima, Perú, alejado de su esposa María Luisa y sus dos preciosas hijas, la adolescente ya mencionada y Cristina María de 7 años.
En ese nublado domingo, pasadas las 08 am, María Luisa, Luisa Elena y yo, junto al taxista Juan Temístocle, dejábamos atrás la cuidad de Maturín, estado Monagas. La madre, en el asiento trasero, consentía y acariciaba la cabellera negra de su hija quien recostó su cabeza en el regazo de su progenitora, sabiendo que pasaría mucho tiempo para volver a estar junto a ella, después de subirse al avión de una línea aérea comercial venezolana que la llevaría a Lima a encontrarse con su padre. Luisa Elena, como miles de nuestros jóvenes, cuyas esperanzas de progreso parecieran encontrarse lejos de las fronteras de Venezuela, partiría hacia Lima, Perú a las 04 de la tarde de ese mismo día.
Llegamos al aeropuerto a las 10 en punto de la mañana. A las 11 am se inició el chequeo de los pasajeros. Media hora después, se nos informó que la madre sólo podía retirarse del aeropuerto después que el avión despegara, y eso sería a las 07 30 de la noche porque el avión tenía un retraso de tres horas. El llamado a ingresar al área de tránsito para el chequeo migratorio sería a las 05 30 pm. Entonces, nos preparamos para la larga espera. Almorzamos unos sándwiches y caminamos por el pequeño, incipiente y caluroso aeropuerto. Allí conocimos a una señora sesentona peruana-venezolana que hablaba maravillas de Perú y despotricaba horriblemente de Venezuela (lo mismo hacen muchos venezolanos últimamente, hablar mal, muy mal de su propio país). Sin caer en discusiones estériles le dijimos que nuestro país es maravilloso, que en un tiempo le sirvió de albergue cuando ella tuvo que salir del suyo y que Dios nos va a ayudar a salir de esta crisis.
A las 05 30 de la tarde oímos el llamado al chequeo migratorio de los pasajeros con destino a Lima y nos trasladamos al patio central del aeropuerto a despedir a Luisa Elena. Cientos de personas también despedían a sus familiares y amigos. La gente se abrazaba, lloraba, se tomaban fotos, se besaban y gritaban promesas de esperanza y consuelo. Por ser Luisa Elena una menor de edad viajando sin acompañante, la aerolínea le asignó una empleada para que la escoltara durante todo el proceso migratorio y de embarque. La despedimos y la vimos desparecer por una puerta.
Nos sentamos cerca de esa misma puerta a esperar la hora de despegue del avión. Sin embargo, 10 minutos después, la acompañante de Luisa Elena salió con una funcionaria de Migración y nos pidió que nos acercáramos para decirnos que había cierto inconveniente con el Permiso de Viaje Fuera del País de un Menor. Sorprendidos preguntamos qué pasaba. Por lo que la mujer de Migración, quien se identificó como Mary Alejandra y con el documento en mano, explicó con detalles los errores de transcripción que presentaba dicho permiso. No obstante, Mary Alejandra dijo que hablaría con su supervisor para ver qué se podía hacer para resolver ese caso.
Luego, regresó con otro funcionario que se identificó como José Daniel. El último fue más enfático y preciso. Yo me presenté como un amigo de la familia y le pedí que si, por el interés superior de la adolescente, se podía hacer un acto de humanismo para que los errores de los adultos no afectaran a la menor. Pero, el funcionario me pidió que me alejara porque la conversación era con la madre. Me distancié como a unos cinco metros de ellos y esperé sentado. Unos minutos después, los dos funcionarios de Migración se retiraron y mi amiga, indignada y molesta, me contó que le pidieron 100 dólares americanos, que ellos se olvidaban de los errores de transcripción del documento y dejaban a la chica abordar el avión. Y aunque ella les dijo que no poseía esa cantidad de dinero, el descarado funcionario le preguntó si la niña tenía dólares con ella e incluso dijo que en vez de pagar la penalidad de 250 dólares a la aerolínea salía mejor darle 100 dólares a ellos.
Nos sentimos impotentes, con el corazón roto, triste y afligido, por lo que implicaba para Luisa Elena ese viaje. Nos sentimos frustrados, desolados, abandonados y desamparados en manos de unos delincuentes, corruptos que tenían la potestad de aceptar o negar el viaje a la chica. Oramos a Dios en silencio, en nuestra mente, sin decirlo mutuamente, y pedimos su orientación, su ayuda, su guía. Más de una hora después seguíamos esperando. Los funcionarios no aparecieron, pero si vi que la escolta traía a Luisa Elena de regreso. Sus ojos llenos de lágrimas; su rostro mostraba su descontento. Ya eran pasadas las 07 de la noche. María Luisa se encargó de consolar a su hija mientras yo me dirigí a los empleados de seguridad del aeropuerto para solicitar orientación. Yo necesitaba saber ante quien podía poner una denuncia por extorción. Les conté lo sucedido y aunque ellos admitieron que si procedía la denuncia, ninguno supo decir ante quien. Vi a unos policías bolivarianos y les pedí que me dijeran donde estaba la oficina o comando de la Guardia Nacional Bolivariana en el aeropuerto para levantar una denuncia. Un joven policía me dijo que estaba en la afueras del aeropuerto, pero que él podía buscar a un funcionario del CICPC.
Al rato, se apareció con un funcionario del CICPC. Este último me pidió evidencias, pruebas, fotos, grabaciones las cuales no teníamos. Pero, junto a los empleados de seguridad, se fueron a mediar con los de Migración. Media hora después regresaron diciendo que cada institución era independiente y que no podían hacer nada. Hablamos en la línea aérea para retirar el equipaje y nos dijeron que por la hora, debíamos regresar al siguiente día a partir de las 10 de la mañana. Hablamos con un taxista del aeropuerto para que nos llevara a algún hotel cercano. Nos pidió 400 mil bolívares por su servicio aunque no tardó ni cinco minutos en llegar al hotel. Pensé dentro de mí que esa había sido la carrerita más cara de mi vida, considerando la distancia y la hora. Sólo unos pocos minutos antes de las 09 de la noche.
Cenamos, nos aseamos y conversamos sobre muchas cosas. Debo decir que quedé maravillado con la actitud madura, relajada y alegre de Luisa Elena porque ella estaba consciente de la situación y de que sólo habría otra oportunidad de viajar a Lima después del mes de mayo por falta de cupos. Unos minutos después estábamos más tranquilos, aunque muy agotados. Así que nos acostamos a dormir bajo la bendición de Dios.
A la mañana siguiente del día lunes 02 de abril, nos despertamos temprano, salí a comprar café en el mercado municipal que está a una calle del hotel. Luego, desayunamos unas arepas y a las 10 de la mañana, tomamos un taxi que sólo nos cobró 30 mil bolívares por llevarnos al aeropuerto.
Le pedí al chofer que nos esperara porque sólo íbamos a retirar una maleta para que él mismo nos regresara al terminal de Barcelona. Fuimos a la línea aérea por el equipaje y nos comunicaron que la maleta de Luisa Elena había sido enviada a Lima en su supuesto vuelo. Sin embargo, la joven supervisora a cargo por ese día me informó que si corregíamos el documento, ella se encargaría de embarcar a la chica. Por su parte, María Luisa insistía en levantar la denuncia contra los funcionarios de Migración, Mary Alejandra y José Daniel.
Inmediatamente le comuniqué la buena noticia, sin abandonar la idea de denunciar a los corruptos. Entonces me encontré una vez más con el joven policía bolivariano y le pedí que me dijera dónde podía denunciar, pues ningún funcionario uniformado del aeropuerto sabía porque tan sólo escuchaban la palabra “denuncia”, olvidaban la ubicación de las oficinas de ese pequeño aeropuerto que se puede recorrer a pie de punta a punta en cinco minutos.
Mientras hablábamos con el policía, llegaba al aeropuerto el jefe de Migración, no lo conocíamos, obviamente, pero el joven nos indicó quien era y nos dio su nombre para que habláramos con él. Nos presentamos y le informamos todo sobre lo sucedido la noche anterior con sus funcionarios, Mary Alejandra y José Daniel. Al principio, Luis Manuel (nombre de dicho director), se mostró a la defensiva, preguntó en varias oportunidades si estábamos seguros que eran funcionarios de Migración, aclaró que él ya tenía conocimiento del caso e incluso, me pidió alejarme porque el asunto era sólo con la madre en cuestión.
Por lo que me concentré en hablar con la supervisora de la línea aérea sobre la posibilidad de embarcar a Luisa Elena ese mismo día y me aseguró que si antes de la 01 30 pm teníamos el documento corregido, la embarcaría. Vi la hora y me di cuenta que sólo teníamos hora y media para hacer eso. Volví a hablar con Luis Manuel, quien se puso a hacer una serie de llamadas telefónicas para ayudarnos a solventar lo del documento.
Dejamos a Luisa Elena en el aeropuerto frente al mostrador de la línea aérea para que hiciera presencia y no olvidaran su caso, y las 12 y 20 de la tarde, hora de almuerzo y receso de la mayoría de las instituciones pública de Venezuela, salimos a buscar la oficina del Consejo de Protección del Niño, Niña y Adolescente de Barcelona. Y aunque el taxista no era de Barcelona, sino de Puerto La Cruz y sabía tanto como nosotros, o sea nada, donde estaba dicha oficina, salimos, con toda nuestra fe y esperanza puesta en el Único y Poderoso Dios Verdadero, la Única Ayuda que sostiene a los venezolanos en estos momentos de angustia, a buscar un milagro.
Preguntamos y preguntamos hasta que llegamos a la oficina en cuestión. Tocamos la puerta y aunque desde adentro nos dijeron que estaban cerrados, almorzando hasta la 01 30 pm, no me detuve, empujé la puerta, entramos y dije que teníamos una emergencia, que veníamos del aeropuerto. Entonces, una abogada llamada Josefina Sabina quien ya sabía de nosotros, se encargó de las correcciones respectivas del Permiso de Viaje Fuera del País de un Menor de Edad.
Milagrosamente a las 01 30 horas en punto llegamos al mostrador de la aerolínea con el documento listo. Ahora teníamos que enfrentarnos a la penalidad que impone la línea aérea por perder el avión el día anterior. Sin embargo, María me comunicó que había surgido otro problema con la chica. En el reporte de pasajeros que viajaron a Lima la noche anterior, también estaba Luisa Elena. Alguien había olvidado retirar tanto el equipaje como a la chica del sistema, y para los efectos de la línea, Luisa Elena había volado a Lima y su boleto ya había sido consumido. Obviamente que mi amiga no tendría que pagar otra vez por un error de ellos, pero se requería de una autorización de alto nivel, algo casi imposible, en ese caso.
María se comprometió fervientemente en ayudarnos a embarcar a Luisa Elena y a las 07 de la noche, más de 6 horas de larga espera, suspenso, incertidumbre, sentimientos encontrados y todo tipo de emociones, María le dijo que ya podían chequearla. Habían aprobado su embarque. Le agradecí por todo su apoyo y le di un beso. Sin embargo, María me pidió un favor que deseo pedirle a todos ustedes mis amigos lectores. Ella necesitaba que orara por su hermana de 30 años, por los resultados de unos exámenes médicos.
No obstante, María Luisa, en ese preciso momento se encontraba reunida en la Oficina del Instituto Nacional de Aviación Civil con Luis Manuel, el jefe de Migración, la supervisora verdadera de la guardia anterior, los dos funcionarios corruptos, el empleado de seguridad del aeropuerto y la encargada del INAC, formalizando la denuncia contra Mary Alejandra y José Daniel. Después de una hora concluimos sólo con un exhorto a los funcionarios por no haber pruebas ni evidencias contra quienes nunca admitieron haber pedido 100 dólares para embarcar a la niña, a pesar de los errores de transcripción en el documento.
Sin que fuera necesario pagar la penalidad a la línea aérea se hizo el chequeo de Luisa Elena quien sólo pudo despedirse de su madre en una carrera veloz para no perder el chequeo migratorio correspondiente y por consiguiente el vuelo una vez más.
Entonces, agradecimos a Dios y sentimos su Amor y su Eterna Gracia sobre nosotros en ese momento. No obstante, como lo exige la línea aérea, tuvimos que esperar hasta las 09 30 de la noche que despegara el avión que esta vez estaba demorado por más de 5 horas.
A las 10 pm nos volvimos a encontrar con el taxista del aeropuerto, el mismo de la noche anterior, y esta vez, por ser más las 10 pm, nos cobró 800 mil bolívares por llevarnos al mismo hotel. Esta vez, me ahorro el comentario por si algún menor lee esto.
En la mañana del martes 03 a las 10 am tomamos un bus del transporte público de la ciudad hasta el terminal de Barcelona. Salimos a las 12 del mediodía y llegamos la casa de mi amiga en Puerto Ordaz a las 05 de la tarde. Fueron 60 horas para despedir a una amiga en el aeropuerto, más la bendición de ser testigo del Amor de Dios por Venezuela.

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