Nací un martes 13 en Caracas del año 1983, cuando se realizaban en Venezuela los Juegos Panamericanos. Entonces, mi padre tuvo la ocurrencia de prometer que el nombre del atleta que ganara la primera dorada para el país sería con el que bautizaría a su primogénito a punto de nacer. No intuía que, derrotando a todas sus rivales sin dificultad, una karateca venezolana llegaría a la final y conquistaría la primera de oro:

Eso fue el comienzo de una existencia marcada por un nombre unisex Álinson, al que le agregaron otro más ambiguo Evis para combinarlos con apellidos de procedencia ibérica Pino Bellorín. De esto surge alev pinbello.

Como niño solo me atreví a lo conductualmente permitido por mi crianza. Sin travesuras, nada de trepar árboles o correr bajo la lluvia, menos jugar en la calle a la pelota. Mucho de esta época fueron duras y extensas lecciones de matemáticas y caligrafías y horarios restringidos para mirar el Chavo y los Thundercats. Antes de cumplir diez, mi padre, cansado de las tantas preguntas con las que lo acosaba, me llevó a su biblioteca y dijo:

Me cuestiono si esas fueran las palabras exactas o si lo inventé. Pero siempre contaré lo mismo, porque es la mejor anécdota para relatar el comienzo de mi pasión por la lectura.

A los 14 me especialicé en el prefijo —izo (enamoradizo, huidizo, pajizo, olvidadizo, apagadizo…). Tras una huelga de profesores en el colegio donde comencé la secundaria, mis padres decidieron cambiarme: un Fe y Alegría de monjas coloridas y alegres. ¡Un bombazo! Una vida hasta ahora siendo pez grande en pecera chica, y de repente, era un estudiante promedio entre peces de igual o mayor tamaño. Fue la primera vez que escojo salir de la zona de confort y lo disfruté como droga. Esta decisión expandió mi mente ante los nuevos retos.

En la universidad concurrí con pena y con gloria. Ingresé a una carrera (Informática) que no tuvo compasión de mí; y después otro cambio importante cuando me fui a la carrera de Castellano y Literatura. Fueron mis años de iniciación en muchas cosas: mi primera novia, mi primera vez, mi primera borrachera, mi primera pelea, mi primera decepción amorosa… ¡Perdón! No hubo una pelea para contar a mis futuros nietos, no puedo mentirles diciendo que cuando esperaba mi turno en la cola para entrar al comedor universitario, defendí a esa chica injuriada por un patán, conectando dos buenos puñetazos en su rostro para derribarlo in situ. No sería justo para el patán. También fueron estos los años de mayor actividad literaria, de lecturas en la Casa Ramos Sucre y en festivales, de publicar cuentos en la red y en una antología editada en Caracas, y de escribir por escribir dejando hojas inconclusas regadas por doquier.

Al salir de la universidad conseguí un trabajo monótono (aunque todo trabajo me es monótono) en un colegio privado, también de monjas, estas serias e impasibles. Estuve tres años. Casi quedo ciego por una conjuntivitis hemorrágica y tuve que realizar otro cambio: Mudarme al Amazonas para dar clases. A un día de viaje de mi hogar, conviví lo suficiente en ese recodo de selva, aprendiendo las costumbres locales y descubriendo la profundidad del hombre en su primitiva expresión. Al año volví y empecé a trabajar como editor en una revista que considero el mejor trabajo hasta ahora: Educarte Es Arte. Fueron los mejores años laboralmente hablando. Pero para los virgos no hay felicidad continua. La crisis en el país acabó con las posibilidades de crecimiento de la empresa. Esta se reinventó en formato digital, pero el eco entre los seguidores ya no era el mismo. Ingresé luego como profesor a la Universidad de Oriente, Núcleo Anzoátegui, para ver al poco tiempo a la crisis empujarme a otra, y la más grande decisión: migrar.

No les mentiré: hace tiempo quería dejar Venezuela y la diáspora fue la excusa perfecta. No tengo nada en contra de mi país ¡Amo a Venezuela! Pero el espíritu de la aventura y la convivencia con otras culturas me fue cultivado por los libros. Ahora soy un alma hambrienta de historias, razas, idiomas, paisajes. La nacionalidad es una coincidencia… ¡El mundo y sus vueltas son la patria!

Y después de una media vida de cortos, pero hondos periodos de felicidad, estoy en Lima, treintañero, trabajando por tercer año seguido en un colegio al norte de la ciudad (la monotonía no repara en banderas ni fronteras), adaptado y con objetivos en mente.

A veces salgo a fotografiar, un gusto adquirido en Perú, o a conocer algo más de este lugar y de sus truculentos paisaje y gastronomía. Aunque soy un desconfiado innato, poseo la maldición de resultar confiable, y contrario a la predisposición actual entre muchos venezolanos y peruanos, he hecho varios grandes amigos, gente que recién llega a mi vida y sin miramientos apuesta por mí. El resto del tiempo estoy en esta gris residencia multifamiliar, con una soledad casi física en verano y una somnolencia líquida en invierno. Transcurro con los días oyendo cuanto escándalo como cuartos tiene el edificio y mirando por una ventana rota por donde entra polvo del desierto que envuelve la ciudad. He leído en Facebook que al migrante siempre lo acompaña un aburrimiento extraño por encontrarse en tierra distinta a la suya. Nunca me ha pasado, nunca me he aburrido. Posiblemente, Lima se aburra primero de mí. Ya nada es tan extraño como antes. Ni real. Ya veremos de qué hablaré por aquí.

Hoy en día me puedo describir como un alma anatómicamente despechada.

Abrazo, y muchas gracias por la lectura, personajes del viento.