Yo reconozco esa emoción - Reflexiones sobre emociones de la infancia

in #spanish6 years ago (edited)

Saludos Steemianos.

Con la presente publicación, me propongo iniciar una línea de escritos autobiográficos centrados en el reconocimiento de emociones que marcaron una pauta en mi psique cuando era niña, vistos con ojos de adulta; retrotrayendo no sólo la historia vivida sino la motivación, para completar o llenar, de ser necesario, con informaciones o imágenes actuales, los vacíos o lagunas mentales.

En este contexto, les cuento que nací en Yaguaraparo, un pueblo de la península de Paria del estado Sucre-Venezuela. En los tiempos en que la señal de televisión no llegaba hasta allá y sólo había publicaciones escritas y radiales como conexiones con el mundo, de esto les hablaré pronto.



Abrí mis ojos al mundo en otro pueblo pariata vecino: Irapa. Mi familia se había mudado para seguir a mi papá que era Guardia Nacional y había sido asignado para esa población. En ese tiempo, éramos cuatro hermanos: dos varones y dos hembras, la tercera era yo y, a pesar de tener sólo tres años en ese entonces, mi mente desde siempre mantuvo vigente muchas vivencias de allá. Incluso, recuerdo el día de mi Cumpleaños Nº 4, cuando un primo de mi papá me levantó en brazos y me montó en una mesa, diciendo: ¡Ya la "China" tiene cuatro años!

De niña, me decían "China", supuestamente por mis facciones y cabello lacio, pero la mayoría de la gente creía que era mi nombre de verdad, por el nombre de mi hermana: Francia. Entonces, asumían que mis padres nos colocaron nombres de países.

La emoción más gigante, para mí en esos tiempos, era la visión del mar en la tarde, cuando el golfo se mostraba pleno, porque el Golfo de Paria tiene mareas. De la mañana a la tarde, durante la marea baja sus aguas eran marrones, como sucias y en la tarde azul-verdoso y grande, tan grande que mis ojos se impregnaron de su inmensidad y llenó mi pecho de asombro, un pasmo que aún me dura con la contemplación del mar, sobre todo en el ocaso.

En Irapa, sólo vivimos dos años y luego regresamos a vivir de nuevo en Yaguaraparo, mi pueblo de origen, hasta que tuve trece años, pues nos mudamos a la capital del estado: Cumaná, donde es otro golfo el que baña la ciudad: el Golfo de Cariaco, que no tiene mareas y sí una larga extensión de playa, llamada San Luis.

Sin embargo, tratando de revivir emociones de lugares en Yaguaraparo, debo decir que sólo un lugar despertó en mí esa emoción casi sagrada que inspiró en mí el mar de Irapa, la poza cristalina de Santa Cruz, más cerca de Río Seco que de Yaguaraparo, a la que íbamos en paseos familiares con cierta frecuencia y subyugaba mi vista e inflamaba mi pecho con tanta belleza, cuando llegábamos temprano, antes que llegaran otras personas.



El golfo de Paria, en Yaguaraparo, no quedaba dentro del pueblo, como en Irapa y se llegaba a él, a través de una carretera de tierra que llamaban "El camino de la playa". Camino que nunca recorrí con nadie, excepto con una prima de Caracas que estaba de vacaciones con nosotros e insistió que fuéramos en bicicletas. Yo tendría unos once años y ella como diecisiete, así que las dos nos enrumbamos hacia esa "playa", desconocida para mí, porque mi mamá desde siempre nos sembró miedo hacia el golfo porque decía que se "tragaba" a la gente con su orilla lodosa. Con mi prima grande, me atreví a intentar esa aventura, pero una emoción fuerte y negativa me embargó cuando comencé a oír el sonido de las olas, a lo lejos, me di la vuelta sin verlo aún y regresé a mayor velocidad que la que llevaba de ida. Un miedo visceral se apoderó de mi interior y ni los gritos de mi prima pidiendo que la esperara, detuvieron mi huida. Luego, en casa, ella se reía de mí y de la cara que puse, según ella, pero no le contamos a nadie que "casi llegamos" a la playa, para evitar un regaño.

Siempre que las dos recordábamos esa "hazaña", mi corazón latía con más fuerza. Aún hoy, cuarenta años después, si me sumerjo en el recuerdo, la emoción de ese momento regresa y me oprime el pecho de una manera diferente a la emoción de acercarme y contemplar ceremoniosamente el mar de Irapa, aunque fuese el mismo golfo. Hay tanta magia en esa conexión entre recuerdo y emoción que podemos revivir las sensaciones e instalarnos en el momento.

En la actualidad, me dijeron y he visto por fotos en la web que construyeron un mejor acceso hacia la playa y una zona de recreo con un muelle.

Les dejo imágenes del Yaguaraparo que recuerdo y al que dejé de visitar desde adolescente, prácticamente. Yo vivía en la calle Cantaura Nº 42, me acuerdo, en una casa cuyo frente tenía un gran sol amarillo al relieve, sobre un fondo azul con bordes ondulados, que mi padre mandó a construir sin ninguna referencia, lo cual la hacía única en el pueblo. Él decía que así siempre reconocerían la dirección como "la casa del sol", pero en realidad lo que yo recuerdo es que decían: " La casa del Sargento Cordero" y luego que la vendió, me dijeron que fue remodelada.

Plaza de la Iglesia "San Juan Bautista"
Plaza Bolívar
Plaza Zaragoza
Puente sobre Río Chiquito
Entrada a Yaguaraparo



Texto original de @zeleiracordero
Septiembre, 18 de 2018



Fuente de las imágenes:

Yaguaraparo

Irapa

Separador

¡Te abrazo infinito, @onthewayout!


 

Por acompañarme, leerme y estar siempre allí ... Simplemente, GRACIAS.

36811967_10216651620944235_8001620619017846784_n.png[Imagen creada por @wilins]

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Hola @zeleiracordero, leyendo tus lineas me trajo recuerdos tu pueblo, Yaguaraparo. Fuimos al matrimonio de una compañera de trabajo de mi esposo. En la noche todas las casas se volvieron coloradas para evitar a las palometas, primera vez que oía de ellas. Toda una aventura entre luces y un carrito fumigador que dejaba estela de humo y promesas de liberarnos de las grandes polillas y su picor.
También creo que hiciste bien en regresar. Cuando fuimos a pasear al día siguiente, llegamos a una especie de arenal mojado, lo recuerdo como un gigantesco majarete, esa arena literalmente me tragó hasta los muslos, toda una emocionante aventura y un punto aparte de mis recuerdos en Yaguaraparo: una mesa grande en el patio de la casa, arepas muy gruesas del tamaño del budare, porcionadas como torta, nata, cuajada, caraota refrita y una bola de plátano verde aliñado. Un desayuno que añoro, al igual que las largas conversas con la abuela de la casa, rica cháchara acompañada de dos loros que nunca se alejaban mucho de ella.

Ja,ja,ja,ja... ¡Me emocionaste con eso que bien has agregado, @carrimanitas! Me reí cuando me recordaste el carro fumigador, nosotros le decíamos "el carro de humo" y, en mis tiempos, las "palometas" (polillas peludas) llegaban una vez al año, pero yo no era alérgica a ellas, quizá por eso no me "marcaron". Respecto a tu experiencia con el "gigantesco majarete" de arena, refiriéndote a la orilla del golfo de Yaguaraparo, creo que esa era la visión de mi madre, y su gran miedo que, muy bien, nos transmitió a nosotros, sus hijos. Ella nos echaba cuentos de gente que se había "ahogado" en el "lodazal". Tú me dices que era arena muy blanda y pienso que , de repente, siempre fue eso, pero ella lo magnificó para protegernos y evitarnos la curiosidad. Gracias por tu comentario que me devolvió en el recuerdo de tus recuerdos.

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