Niñez en la montaña
El boscoso y tranquilo caserío que hoy sirve de paso entre las parroquias San Pedro y El Jarillo, en el Estado Miranda, llamado Laguneta de Montaña o de la Montaña, también fue el paso para que el Libertador Simón Bolívar y su tropa realizaron sus travesías a los Valles de Aragua por el viejo Camino de los Españoles.
Más allá de su simbología histórica, en la “montaña”, como le dicen muchos de sus habitantes, se ha perfilado una cultura familiar, en la que el árbol genealógico de unos forma parte del de otros, con apellidos que se mezclan y repiten en una descendencia que deja claramente un vínculo sellado por una misma partera.
Pues sí, en esta montaña, a mediados del siglo pasado, una mujer luchadora, oriunda de El Jarillo, enclavó su vocación de servicio como la partera de la comunidad. Doña Juana Arrieta, a la que una vez escuché responder a la pregunta vivaz e inocente de un estudiante sobre cuántos niños había traído al mundo, decir: “como unos dos mil”. Tal vez fueron menos o tal vez más, lo que sí es verdad es que la comunidad la siente su madre y abuela, otorgándole el título de “Maita”.
En ese arraigado sentir de su cultura, hace dos años se volcaron ante la despedida de su comadrona, misa y velatorio en la pequeña iglesia que se encuentra en la entrada al caserío, esa en la que han velado a sus familiares, celebrado matrimonios, bautizos y fiestas patronales a la Virgen.
Según cuenta la señora Daria, esa iglesia es relativamente nueva, porque la que ellos conocieron fue derrumbada por efectos del terremoto de 1967, que había dejado importantes fracturas en la cúpula. Daría es una habitante con toda su vida en la montaña, en ella nació, creció, casó y vive con su familia. Su papá le dejó como legado anécdotas que narrar con la emoción de aquellos que saben la importancia de la experiencia como historia de vida. Ella es parte de una de un conjunto de experiencias relacionadas a la educación rural, con relatos que se entretejen en múltiples vivencias.
Con la seguridad de los datos que aporta, cuenta que en la comunidad había una “capillita pequeñita”. Donde está la plaza actualmente habían casas a todo lo largo y también existía una barbería, pulpería. En el lugar del dispensario se hacían las misas. El señor Visitación era el terrateniente, dueño de la mayoría de los terrenos: a la gente muy pobre le daba un pedazo de tierra para que cultivaran, y terminaran endeudados con él.
En la historia de la comunidad existen, como es común en estas localidades retiradas de las ciudades, leyendas que conforman un amasijo de culturas. La señora Daria, por ejemplo, narra historias que su padre le transmitió como parte de ese lazo auténtico.
Una es aquella en la que uno de los peones del señor Visitación, limpiando por las Ruinas de la Mostaza, vio una valija encaramada en un árbol. Con rapidez se fue y le contó lo que había visto. Éste le dio la tarde libre y se fue a bajar la botija que resultó ser de morocotas de oro. Con parte del botín encontrado, hizo una iglesia con cúpula, con hermosos dibujos y buena madera. Tenía escaleras y un piso para la coral.
Con el terremoto de 1967 la iglesia se agrietó y la gente, por miedo de entrar, decidió tumbar la edificación. Una comisión, en la que estaba el padre de Daria, se dedicó a buscar donaciones y organizar eventos para la construcción de la Iglesia actual.
La señora Daría avista su niñez en este agradable relato, señalando que sus deberes, como integrante de una familia numerosa, comenzaban a eso de las 3:00 am, ayudando a su madre y hermanas a moler maíz para las hallaquitas de la comida. Luego, se alistaban para emprender camino por senderos de tierra y piedra, muchos de los cuales permanecen intactos en la actualidad, coincidiendo la niñez de otrora como la de hoy en largas caminatas hacia la escuela.
La educación primaria llega a la comunidad por iniciativa de señoras que daban clases a los niños en espacios alternativos. Daria relata que fue estudiante desde el primer grado, porque no había preescolar. En la casa le enseñaron lo necesario. Entre su mamá y hermanos mayores colaboraban en enseñarle. En la comunidad había varias casas que daban instrucción, como en una bodega que está cerca de las “torres de transmisión”.
Por aquel tiempo la compañía Lagroverca dona la construcción del colegio: contaría con dos salones, baño, cocina y comedor. Para el año 1964 se pasan a la sede actual. En ese tiempo la escuela se llamaba Unitaria N° 68, después Concentración Mixta, con la maestra Adela: ella les daba clases a todos y cuando comenzaron a dar comida se quedaba hasta las 3:00 de la tarde atendiendo a los estudiantes.
El “Toyotica anaranjado” que recuerda la señora Daría, en el que viajaba el maestro Oliveros, traía cuantos muchachos conseguía por el camino. Los niños, en su mayoría, aprendieron a comer variado: les traían frutas, carne roja, porque solían alimentarse con caraotas y arroz. La carne que ellos conocían era de los pollos y gallinas que tenían en sus casas. Permanecían hasta la tarde, luego salían corriendo para cumplir la jornada de trabajo en la que apoyaban a sus padres. Las niñas, llevaban la comida a los jornaleros en las siembras.
La formación que trasciende siempre lleva el reflejo de los valores practicados, el respeto y responsabilidad son las bases de una niñez con noción del trabajo y cumplimiento de deberes familiares. Una niñez que valoraba lo poco, como aquella vez de los tiempos del maestro Oliveros y cuando apenas jugaban con perolitos, cuenta Daria que en una celebración del Día del Niño conoció, por primera vez, lo que era jugar con una muñeca. Fue un día tan feliz, recuerda con nostalgia, que les trajeron un grupo de gaitas para recibir festivos aquellos juguetes que no conocían.
No tenían tampoco televisores. La luz que les llegaba era opaca, un cable para varias familias. En la casa de Daría había en la sala una mesa de comedor y un tocadiscos con una recopilación de joropos y rancheras. Con sus hermanas jugaban a la maestra colocando banquitos. También jugaban a vender. Y es que los juegos de la infancia se transformaron en las profesiones y oficios de su presentes: entre los hermanos de Daría hay maestras, comerciantes, agricultores. “Lo que jugábamos fue lo que se nos dio”, afirma ahora.
La niñez en la montaña, es el reflejo de un país con un considerable número de escuelas rurales que se introdujeron en los caseríos en 1936, durante el gobierno de Eleazar López Contreras, con la creación del Servicio de Educación Rural en el Ministerio de Educación y el establecimiento de los primeros reglamentos para estas escuelas. Consecuentemente se da paso a las misiones rurales conformadas por un maestro jefe, uno agricultor, otro manualista y un higienista.
Para 1960, y años posteriores, se crean los Núcleos Escolares Rurales, por disposiciones del Ministerio de Educación apoyado en la promulgación de la Reforma Agraria, lo que indica el paralelismo con la inauguración de la Concentración Rural en la comunidad de Laguneta de Montaña.
Estas son las huellas de una niñez en la montaña, que deja una tonalidad en cada vivencia expresada, considerando a la informante, una obra viviente que narra la historia propia de su localidad.
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