La historia de Kenzaburō
"Con esas orejas vas a tener que estudiar mucho para poder casarte", fue el consejo realista que Kenzaburō recibió de su propia madre.
Después, la vida le depararía 4 o 5 momentos importantes. Déjenme que les cuente.
El primero fue, por fuerza, el día en el que descubrió que iba a ser escritor. Con 23 años ganó el prestigioso premio Akutagawa, por su relato "La presa". A los 25 se casó con Yukari Itami, el amor de su vida. En 1963 esperaban su primer hijo. Kenzaburō tenía entonces 28 años.
Todo se complica. El bebé nace con una hidrocefalia severa. Hay que extirparle un bulto enorme adherido a su cráneo. La operación es a vida o muerte.
El pequeño Hikari sobrevive con secuelas irreversibles: Discapacidad intelectual, ceguera parcial, epilepsia y autismo. Por aquel entonces, Kenzaburō hace un viaje a Hiroshima, al epicentro mismo del horror. Es la gente de allí la que acaba animándole a él, y no al revés.
El niño no habla, no se comunica, no tiene interés por nada, apenas se mueve.
Es una especie de flor preciosa (en palabras de sus padres)
Yukari y Kenzaburō analizan cada gesto. Buscan algo. Un día descubren que el niño reacciona levemente al escuchar cantar a los pájaros.
Meses después, estando de de vacaciones, Kenzaburō sale a pasear con su hijo.
En el campo escuchan un gorjeo.- Rascón - dice Hikari.
Lo es. Un rallus aquaticus
Su padre no da crédito.
El niño ha reconocido al pájaro gracias a uno de los discos y ha tenido el deseo de decir el nombre. Es la primera vez que se comunica de forma verbal con su padre.
Es capaz de reconocer y de imitar a cualquier pájaro. Y todos los días juega con sus padres a ese juego de adivinanzas en el que es imbatible. Cuando descubre la música clásica vuelve a apasionarse.
A los 11 años empieza a recibir lecciones de piano como parte de su terapia. Carece de coordinación física, toca con gran dificultad, sin embargo se concentra al máximo. Kumiko, su abnegada profesora, lo desafía a improvisar. Le pide que apunte en una partitura lo que vaya tocando por su cuenta.
Pasa el tiempo e Hikari le trae algo escrito. La maestra lo toca, sonríe e imagina que es una transcripción de Mozart o Chopin. Pero no. Es suyo. Es una composición propia.
El joven silencioso ha abierto su alma gracias a la música. Empieza a ser un adulto capaz de expresarse y de aprender otros conceptos relacionándolos con la música.
El primer CD grabado por Hikari Ōe recopilaba 25 piezas cortas para piano. Salió al mercado en 1992 y vendió 80.000 copias
Este es el segundo disco. Si no me equivoco, vendió más todavía.
Aquí, Martha Argerich y el mítico Rostropóvich interpretan un de sus piezas cortas durante un concierto en Japón.
En todo ese tiempo del crecimiento de Hikari, Kenzaburō Ōe escribió y escribió. Sobre Hiroshima, sobre la pérdida y la culpa, sobre el futuro, pero sobre todo sobre su hijo.
Todo este derroche de verdad le valió un viaje en el que tuvo que vestirse de gala para estrechar la mano de un rey sueco.
Porque en 1994, Kenzaburō Ōe recibió el premio Nobel de literatura.
Cuatro años más tarde inmortaliza su historia en este libro. En el que también brillan las acuarelas de su mujer, Yukari.
Y dentro de su sus vidas excepcionales, su mayor triunfo es que han alcanzado una compenetración y una complicidad maravillosa.
Y hoy en día, el jardín de la familia está repleto de casitas y comederos para pájaros. Su canto es el recuerdo de aquel enorme descubrimiento.
Porque todos, seamos como seamos, tenemos capacidades por descubrir, no siempre a la vista, a las que consagrarnos.
Hasta Kenzaburō Ōe consiguió casarse, a pesar de lo que se temía su madre.
Y acabo con este haiku de Borges:
Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela.
FIN