Todo comenzó el día de mi muerte…
Es todo tan oscuro sobre ese día que lo único que recuerdo son los gritos y mi cuerpo disparado cual bala de cañón por la ventando de mi pequeño Fiat uno. Pero bueno, eso ya es pasado… Ahora tengo una buena vida, mejor dicho, una buena muerte.
Después que mi cuerpo yacía boca abajo en las calles de mi querida Philadelphia, mis días fueron muy extraños. Al menos para mí en la condición de recién llegado en la que me encontraba. Claramente podía verme en el suelo frio, rodeado de nieve y por los bomberos, que ya habían llegado a recoger el cadáver. Esto sucedía en el segundo en que yo reaccionaba de mi pequeño accidente, en ese momento sentía que todo se tambaleaba como si me encontrara bajo los efectos de un poderoso medicamento o varias jarras de tequila. Creo que es lo que pasa cuando te sacan de tu cuerpo. Además, ahora las personas no eran personas sino más bien eran sombras que pintaban las paredes en una habitación iluminada. Sí bien no podía ver sus rostros, por lo oscuro que se habían tornado, sus voces se oían fuerte y claro. Eso junto a la ropa que llevaban, me ayudo mucho a reconocer que era lo que veía y ocurría ante mí.
A medida que los días pasaban el mareo, ocasionado por el divorcio que protagonice con mi cuerpo, se fue desvaneciendo y a la vez que esto ocurría me daba cuenta que esto sería una vida… disculpen, una muerte muy aburrida.
Ya que nadie me veía y mucho menos sentía - obviamente, no tenía un estado físico que presumir – aproveche el momento para hacer lo que siempre quise, o bueno, lo que supuse que siempre quise hacer. No hubo obra de teatro o musical que no haya visto, ya saben a mi manera. Ningún concierto se me escapaba de mi tan ajustada agenda, desde algunos de bandas recién formadas hasta aquellas que solo iban algunos abuelitos a ver, participe en todos y cada uno. También recorrí todos los bares y tabernas en la ciudad, hasta darme cuenta que no lograba más que ver las disputas de clientes consumados en el alcohol e insatisfechos por la respuesta a una pregunta filosófica que le hubiera hecho su amigo del alma sentado en la silla de al lado. Curiosamente nunca había ido al cine, no me llamaba la atención “pagar” por estar en una sala oscura para ver sombras de tamaño sobrenatural. Pero el día que entre, esa idea cambio…
A medida que me acercaba a la cinemateca de la esquina, el olor de las cotufas aun caliente con la mantequilla derritiéndose sobre ellas me atravesaba con sí fuera un fantasma – Curioso ¿Verdad? – entre más cerca estaba, más fuerte se hacia el olor de las delicias de maíz y el resto de la caramelearía. Aun así decidí acelerar mi paso para lograr evitar la tortura de las golosinas y llegar a mi destino. Al entrar a la sala me di cuenta que era tal como me lo imaginaba, una sala oscura sin nada interesante que mostrar. Al momento que me dispuse a salir de allí, el proyector se encendió, las luces que emitía iluminaba la gran pantalla y una película rosa comenzaba. Lo que encontré en esa sala 7, me dejo perplejo. El sonido llenaba cada espacio que los colores y la voz aguda del narrador aun no había llenado en mí. Luego de unas pocas escenas ¡UN ROSTRO! Oh cuanto tiempo sin poder ver uno, sin poder ver directamente a los ojos a alguna otra persona. De allí en adelante cuando me sentía solo, iba a revivir los encuentros casuales de Julia Roberts y Tom Hans o de la que fuera la pareja del momento. Pero me di cuenta que todo era una gran mentira y que necesitaba ir más allá, ver más. Y así fue como decidí que mi pequeño pueblo se había vuelto aun más pequeño, entonces emprendí un viaje a New York. Empaque todas mis cosas – Créanme, lo más fácil que he hecho en mi muerte - y partí.
Al llegar me di cuenta de todo lo que me perdía en la ciudad que nunca duerme…. Más sombras. Decepcionado por mi hallazgo decidí incursionar, quería conocer la dama de la libertad o ver una propuesta de amor eterno en el Empire State. Pero decidí dejarlo para otro momento, ahora quería algo más tranquilo. Por eso pensé en ir al Central Park y sentarme en pequeño banco frente un gran lago mientras dos tortolos disfrutaba de su efímero amor frente de mí. Ese era el plan, simple y sin posibilidades de complicarse… o eso creía.
En mi camino al parque, con mi lentitud habitual, la vi parada allí terminado la compra de un café y algunas galletas. Era algo nuevo para mí, todo se oscureció y silencio cuando ella apareció en escena. Sus ojos eran claros cual cucharada de miel que encajaban con el color de unas pocas pecas que se dibujaba alrededor de su rostro de porcelana, delicado y perfecto. El cabello negro corto resaltaba toda la bondad y ternura que había en su mirada. Era alta, elegante y sensual, tal como lo demostraba en su vestir. Una blusa blanca, algo transparente, en conjunto con un pantalón negro y su cuello cubierto con una bufanda de seda azul como una noche sin estrellas. ¡ERA PERFECTA! Aunque aun no entiendo porque solo la podía ver a ella. Sin darme cuenta de lo que hacía, comencé a seguirla. Una calle tras otra, ella andaba más rápido como si supiera que yo la estaba allí detrás. No podía darme el lujo de perderla, así que también acelere mi paso. Esquina tras esquina mi respiración se aceleraba para equiparase a la de mi misteriosa mujer, por primera vez en mucho tiempo me sucedía algo así.
Luego de muchas calles se detuvo frente a un edificio enorme, lleno de colores claros. En ese momento sentí que podía alcanzarla… que podía tocarla. Ya estaba justo detrás de ella cuando de repente volteo. Nuestras miradas se cruzaron de inmediato, podía sentir como se hacía la conexión entre nosotros, como si fuéramos uno para el otro. Era un amor de una de esas películas que tanto vi, allá en mi pequeño pueblo. Sus manos se alzaron camino a mi cara pero cuando volví la mira a sus ojos, sus labios ya eran uno con los míos. Tanta pasión, tanta dulzura expresada en un hecho tan simple, que vi como la soledad se alejaba de mí. Seguido de esta declaración de amor, vino un “Adiós” tan frió como el hielo en sí. Era la última vez que escuche su amorosa voz, ya que al instante que termino su frase sentí como mi cuerpo fue arrastrado desde su centro, arrebatándome ese maravilloso momento de las manos, dejándome solo con una mirada a su calurosa sonrisa. Todo se tornó negro y cuando desperté, la vi allí… A mi lado… En el frió suelo de quería Philadelphia. Su sangre coloreaba la blanca nieve que recién caía del cielo y allí fue cuando todo vino a mí… Ella, su sonrisa, New York, el camión que aprecio de la sobras, los gritos… El accidente.
Algunos dicen que cuando mueres ves tu vida pasar, pero a mí me ocurrió cuando volví a ella. El tren de los recuerdos me noqueo y me dejo el amargo sabor de saber que la que yacía a mi lado… era la mujer con la que me había casado… la mujer que yo siempre había amado y que ahora el destino me la había arrebatado.