Los Grito del Silencio

in #spanish7 years ago (edited)

Era temprano en la mañana, aun el sol no salía. Para cuando logre abrir los ojos, tu hermoso cuerpo, apenas cubierto por las sabanas, se alejaba de la cama; tu espalda arqueada, toda llena de pecas, hacía que la sangre corriera más rápido por mi cuerpo lo que hizo que se me olvidara lo cansado que estaba, fue lo que logro levantarme. Tome un momento para bostezar y estirarme pero ya no estabas cuando regrese en mí. El reloj marcaba las 3 am, me levante al baño esperando verte allí.

¡Qué raro! - pensé al no verte como esperaba.

Recorrí todas las habitaciones de nuestro apartamento pero ya no estabas. Alarmado tome el teléfono para llamarte pero cuando voltee te vi parada frete a mí. Ya vestida con tu chaqueta marrón de costumbre y tus jeans negros.

¿Dónde estabas? – Pregunte, sin respuesta alguna.

¿Cómo te cambiaste tan rápido? – Insistí.

¡Ven! – Me gritaban tus labios sin hacer ningún sonido.

Estoy aquí contigo, ¿Dónde te habías metido? – Te conteste frotando mis ojos para enfocar mejor mi vista.

Pero cuando los abrí te habías vuelto a desvanecer. Entre asustado y alarmado, mi corazón latía mil veces más rápido que lo normal, las piernas me temblaban y comencé a sudar. No sabía si todo era un sueño o era un terrible episodio de “La Dimensión Desconocida”. Con ayuda de todas las oraciones que conocía y de la silla que estaba en la cocina logre calmarme. Me acerque a la ventana para poder tomar aire puro y fresco de nuestra amada, y contaminada, ciudad. Subí las persianas para luego hacer lo mismo con el cristal, mis síntomas volvieron aparecer cuando te vi…

El viento movía el poco cabello que tu gorro gris deja suelto, a la vez, el frio resaltaba el azul de tus ojos que penetraban los muros y me atravesaba, como lanza, el pecho. Un espantoso escalofrió me recorrió el cuerpo desde la parte baja de mi espalda hasta final de mi cuello y de allí al resto de mi ser.

¡Ven! – Me gritaban tus labios sin hacer ningún sonido.

Tomé el primer pantalón que vi y mis zapatos que, como era de costumbre, estaban en la entrada de nuestro hogar - ¿Lo recuerdas? -. Mientras bajaba las escaleras trataba de entender lo que pasaba, como era posible todo esto si usualmente no te levantabas antes de las diez. Al llegar a la planta vi como comenzaba a caminar, a travesé la puerta sin dudar y comencé a seguirte. A pesar que mis piernas se movían lo más rápido que podían cada vez parecías estar más lejos.

Cuando cruce la primera esquina mi mete solo pensaba en la primera vez que te vi. Con tan solo 19 años, eras la mujer más bella que podía haber conocido un novato que apenas entraba en la universidad. Claramente puede ver como tu vestido blanco debajo de una chaqueta de jean resaltaban las pocas pecas que rociaban tu rostro y la luz de la mañana hacia que tu sonrisa brillara tanto que hizo que me tropezara con un árbol. Preocupada viniste a mí ofreciendo ayuda, con gusto acepte y así comenzó todo. Las campanas de la iglesia sonaban, eran ya las 4am.

Otro escalofrió me recorrió pero esta vez se sentía como si me arrebatará el alma. Sin darme cuenta corría con desespero sin saber ni siguiera a donde iba, solo tenía que suplir la necesidad de tu llamado.

¡Ven! – Me gritaban tus labios sin hacer ningún sonido.

Al llegar a la Av. Bolívar, a seis cuadras de donde vivíamos, dilucide las marcas que dejan los carros al colearse o al frenar muy fuerte. No quería creer cuando lo vi, tu auto se encontraba al final de calle bajo una gran nube de humo negro. El aire me faltaba cada vez más, no si era por el cansancio o por el miedo a perderte. No soportaba la idea de envejecer sin ti, de no tener más tu calor al ir a dormir. Al final de esa oración ya no era yo el que movía mi cuerpo, era el pánico que se apoderaba de mí. Entre más me acercaba más claro veía el destrozo del auto, el poste de luz había caído sobre el capó aplastando el techo y el espeso humo negro era generado por la gasolina que ardía de bajo del mismo. Oré por tu vida, porque todo estuviera bien…

¡Ven! – Escuchaba tus gritos en mi oído.

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Cuando llegué a tu coche, el humo y las lágrimas de miedo nublaban mis ojos. Me topé con los vidrios de un parabrisas repartido por toda la escena del crimen y con la puerta de conductor, que estaba abierta, mire adentro. El charco de sangre que bañaba el asiento hizo realidad todos mis miedos. La rabia y el dolor se apoderó de mí pero en un momento de lucidez hizo ver que tu cuerpo no estaba, la esperanza volvió a surgir en mí.

Salí de los dominios del humo para verte a lo lejos sentada en un banco a la orilla del río, con tu ropa destrozada e inconsciente por la pérdida de sangre. Tu pierna estaba rota al igual que tu abrazo izquierdo pero aun respirabas, era lo que me importaba. Intenté llamar a una ambulancia sin darme cuenta que no tenía el teléfono, lo había olvidado en casa, a poco metros estaba un público. Corrí hacia él como si mi propia vida dependiera de ello. Los dedos me temblaban al marcar un número donde nadie contestaba.

Vamos, vamos – Repetía sin parar – Alguien conteste ¡MALDITA SEA!

¡CUIDADO! – Escuchaba tu grito.

Mis ojos grises se dirigieron directamente a ti, cuando un calor infernal se apoderaba de mi costado derecho seguido de un dolor terrible, como un calambre pero cien veces más fuerte. Es indescriptible el dolor que sentí, todo fue tan rápido. Tal como le paso a Pedro Navaja, caí en la acera mientras veía a ese vagabundo (que con revolver en mano) correría por toda la avenida. El intenso calor se transformó en un frío de ultratumba. Mi mirada perdida alcanzó a ver el cielo como amanecía tras de ti, como tus lagrimas se ahogaban en tus gritos de socorro y dolor…. Así fue como te perdía a ti, el amor de mi vida….

…. Y ahora, estamos aquí, después de tantos años. Tu cabello ya no es tan oscuro como lo fue, las arrugas se apoderaron de tu frente y las preocupaciones de tus ojos pero aun así sigues siendo hermosa. ¿Por cuánto más vas a revivir esa noche? ¿Por cuánto más vas a culparte? ¿Por cuánto más quieres que te cuente esta historia? ¿Por cuánto más vas imaginar que sobreviví? Acéptalo, ya no estoy aquí.

Gracias por leer.

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