Una historia de terror: el espíritu de mi habitación
Cuando era solo un niño, vivía en un pequeño pueblo muy remoto. Como es lógico, todos nos conocíamos, así que cualquier cosa que ocurriera no pasaría inadvertida. Cerca de la plaza había una iglesia pequeña con un longevo cura y su hijo a cargo. De día se celebraban bodas, bautizos, primeras comuniones y misas, y de noche se encargaban de ayudar a todo aquel que tuviera problemas espirituales, en líneas generales, y si la ocasión lo ameritaba, hacían exorcismos.
Como comprenderán, cuando se es niño estas cosas no causan miedo sino curiosidad, entonces, se imaginarán la cantidad de veces que me escapaba de noche, con dos amigos, a ver si teníamos suerte y lográbamos ver algo. Mi madre me descubrió haciendo esto infinidad de veces y siempre me advertía del daño que podía hacerme el mundo espiritual, pero yo nunca le presté atención ni di crédito a historias que consideraba sin importancia.
Hasta ese sábado por la noche…
Un sábado me encontraba caminando cerca de la iglesia, cuando un grupo de cinco personas llevaban a rastras a una mujer que se retorcía y gritaba. El hecho captó mi atención enseguida. Vi como el hijo del cura se cercioraba de que nadie estuviera viendo, antes de cerrar la puerta rápidamente. Yo me agaché detrás de un árbol para que no me viera y esperé un rato en silencio por si volvían a salir, pero todo había quedado en calma, así que corrí hacia la parte de atrás de la iglesia para poder ver.
Me asomé, disimuladamente, por la única ventana sin cortina que había y esperé ansiosamente. Sabía que esta vez sí vería algo. Abrieron de golpe la puerta y observé cómo entraron todos con la mujer, que esta vez, ejercía tanta fuerza que apenas podían con ella. La subieron a una cama y la sujetaron de las muñecas con unas sogas, luego, todos hicieron un círculo a su alrededor. Los curas se persignaron y comenzaron a preparar las cosas.
Escuché cómo les advirtieron a las demás personas que se encontraban ahí que no hicieran caso a nada de lo que pudiera decir o hacer la mujer y, sobre todo, que no se acercaran. Un hombre comenzó a llorar desesperadamente, supuse que era el padre de la joven poseída. A continuación, uno de los curas comenzó a leer en un idioma desconocido para mí, lo que parecía ser un versículo de la biblia. No había terminado cuando de aquella mujer salió un sonido casi animal.
Me sobresalté y tuve que ponerme la mano en la boca para no gritar. A la joven se le habían puesto los ojos blancos y no paraba de convulsionar. Los hombres cada vez tenían que esforzarse más para inmovilizarla. En un momento, sorprendentemente, la mujer comenzó a hablar al mismo tiempo que el cura, repitiendo el rezo que él leía de la biblia en voz alta. Noté la tensión de todos cuando esto pasó, pues la voz que salía de ella era masculina y muy grave, y también porque no había manera posible, o al menos humana, en la que ella pudiera hacer eso.
No me había percatado de que apretaba mis manos contra mis piernas, con tanta fuerza, que ya se me habían marcado las uñas. Tenía rato pellizcándome a mí mismo del terror que me estaba causando ver todo aquello. Respiré hondo y me volví a asomar a la ventana. Di un respingo y grité con todas mis fuerzas: la mujer se había levantado y estaba observándome fijamente con los ojos aún en blanco. Miraba exactamente hacia donde yo estaba.
Vi cómo los hombres se abalanzaron sobre ella para atarla de nuevo a la cama y ya no pude seguir viendo. Corrí hacia mi casa lo más rápido que pude, quería alejarme de ese lugar cuanto antes. No pude evitar voltear varias veces, pues todo el tiempo tuve la terrible sensación de que alguien me seguía. No podía quitarme de la mente la imagen de la mirada vacía de aquella joven, o, mejor dicho, ¿demonio? De solo pensarlo se me erizó el vello del cuello y de la espalda.
Por fin llegué a casa. Cerré de un portazo y mi madre me esperaba con cara de pocos amigos. Me preguntó sin vacilaciones: ¡¿Dónde estabas?! Yo no dudé en contarle todo lo que había visto, nunca en mi vida había sentido tanto miedo. Ella me regañó, pero al mismo tiempo me consoló. Me aconsejó que rezara y que me fuera a dormir.
Luego de presenciar el exorcismo comenzaron a pasarme cosas extrañas...
Los días que siguieron fueron bastante tensos para mí. Me pasaban cosas que no tenían explicación: la ventana de mi cuarto se abría sola a todas horas, veía una silueta oscura parada en mi puerta, tenía pesadillas con una entidad que me observaba, sentía pisadas fuertes en el pasillo, y a veces, se sentaban en mi cama mientras dormía. Yo no sabía qué hacer, pero de alguna manera me fui acostumbrando. Comencé a pensar que todo esto lo creaba mi mente, producto del terror que me había causado el exorcismo de aquella mujer.
Además, a la única persona a la que le pasaba esto dentro de la casa era a mí, ni mis padres ni mi hermana sentían nada fuera de lo normal. Me calmé un poco pensando que mi paranoia me estaba jugando sucio y dejé de preocuparme, aunque yo sí seguía percibiendo un algo que no me dejaba. Transcurrieron los años y las cosas raras que me sucedían, dejaron de manifestarse poco a poco y fui dejando atrás lo vivido aquel sábado en la iglesia.
Cuando alcancé la mayoría de edad me mudé a la ciudad. Después de que salí de mi hogar, no me volvió a pasar nada extraño ni volví a sentir ninguna presencia conmigo. No sé si el ver lo que vi, abrió alguna puerta o portal al más allá. Todavía no tengo claro si eso es posible. ¿Qué creen que haya pasado? ¿La presencia se quedó en mi pueblo? ¿Todo era producto de mi imaginación? ¿Es posible que abramos puertas al mundo espiritual que después no podremos cerrar?
Buen post... Saludos!!
¡Muchas gracias!
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