Un psicópata narcisista

in #spanish5 years ago

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Imagen sacada de Pixabay


Silencio de muerte, calma tensa. Camino despacio por el piso de cemento observando mucha basura a mí alrededor: latas de cerveza, comida rancia, cáscaras de huevo, botellas rotas y ratas olisqueando el excremento del perro. No puedo creer el nivel de suciedad en el que está la casa. ¿Dónde están todos?

Salgo hacia el garaje, abro la puerta y enseguida un hedor nauseabundo penetró en mi nariz como una bofetada. Intento encender la luz, pero al parecer el bombillo está quemado. Todo estaba tan obscuro… saco mi celular y alumbro con él. Lo que veo a continuación es horrendo: en vez de desperdicios, me encuentro con partes humanas esparcidas por doquier. Dientes, cabello, dedos, un pie, uñas y lo que parecía ser, o lo que quedaba, de un tobillo.

No pude evitar preguntarme dónde estaba la sangre, pues las partes del cuerpo que había visto estaban limpias al igual que el piso. Como si alguien las hubiese lavado. Todo parecía muy calculado. Caminé hacia adentro y el olor se hizo aún más fuerte. No estaba preparada para lo que vi.

A unos pasos de donde yo estaba, se encontraba mi mejor amiga descuartizada. La cabeza y extremidades estaban separadas perfectamente. En una bolsa habían depositado su corazón y en otra el resto de sus órganos. Quedé en estado de shock, ni siquiera pude gritar. El cuerpo también estaba limpio de sangre, así que supuse que su esposo había lavado el cuerpo, así como también, el piso y el resto del garaje. Porque la única persona capaz de hacerle daño a Laura era su esposo violento.

Yo aún no me movía de donde estaba cuando lo escuché bajando por las escaleras. Corrí lo más rápido que pude y sin hacer ruido hacia la entrada. Logré escabullirme sin que me viera. Seguí corriendo dejando atrás varias casas, pero me detuve en seco: ¿y los niños? Pedí auxilio tocando el timbre a una vecina para llamar a la policía. María me abrió la puerta sobresaltada, yo le conté lo que había visto y ella, espantada, me dio su teléfono.

Cuando hablé con la operadora, apenas se me entendía. Ya no estaba en estado de shock, en su lugar temblaba mucho, lloraba y sudaba del terror y la tristeza. María tuvo que hablar por mí. Los minutos que siguieron después de la llamada fueron eternos. Yo todavía me preguntaba por José de 7 años y Carmen de 4. ¿Les había hecho lo mismo a sus hijos? ¿También estaban muertos? De solo pensarlo un escalofrío me sacudió violentamente. Claudio, el hermano de mi vecina, me puso la mano en el hombro.

Escuchamos el ruido de las sirenas de policía, ya estaban llegando. Pasaron de largo y siguieron derecho hacia la casa de mi amiga. Los minutos pasaron y nuevamente me parecieron interminables. En eso tocaron el timbre. Era el vecino de enfrente, Mario. Nos informó que había una situación de rehenes y que los policías habían cerrado el paso: los niños continuaban con vida, pero el padre no los dejaba ir. Un sollozo de mi parte rompió la quietud. María me abrazó con fuerza.

Mario no se atrevió a preguntarme nada, él no sabía que Laura estaba muerta. Continuamos esperando. Unos disparos nos sobresaltaron. Yo no sabía qué hacer, me levanté de golpe para salir, pero Claudio me dijo que me sentara…

Cuatro horas pasaron negociando con Rubén, quien ya había salido de la casa con los niños agarrados fuertemente y apuntándolos con un revólver. José y Carmen lloraban, no entendían por qué su padre estaba haciendo todo eso. Les angustiaban las sirenas y la veintena de policías. Le preguntaban a su padre dónde estaba “mami”.

Uno de los policías había logrado meterse por el jardín sin ser visto. Poco a poco se acercó a él y a los niños del lado izquierdo y, entonces, disparó. Una bala atravesó la cabeza de Rubén, quien cayó de inmediato al asfalto. Los niños gritaron aferrándose al cuerpo de su padre. Dos policías corrieron hacia la escena y cada uno tomó a un niño. Los demás entraron rápidamente a la casa para buscar el cuerpo de Laura.

La autopsia determinó que quien había sido mi mejor amiga desde preescolar, había sufrido bastante y por varias horas antes de morir. Rubén le propinó una paliza con un bate antes de descuartizarla. Pero eso no era todo. Ella seguía viva cuando él comenzó con el desmembramiento, el médico forense indicó que tenía marcas de cuerdas en las muñecas y tobillos. Después de golpearla brutalmente, la inmovilizó para poder descuartizarla.

Al día siguiente pudimos enterrar a Laura, por fin pudimos despedirla. Fue un velorio bastante triste, me llegaban retazos de conversaciones, cosas como “bueno, era obvio que tarde o temprano la iba a matar”, “todo el mundo le decía que se alejara de él y no quiso”, “pero es que cómo se le ocurre meterse con un hombre violento”, “nunca lo denunció”, “ese tipo estaba loco”.

No me ayudaba en nada escuchar todo aquello, de alguna manera me sentía culpable. Nunca denuncié a Rubén porque Laura me lo suplicó varias veces. El terror que le tenía a su esposo, siempre le nubló la razón, más que todo pensaba en lo que él podía hacerles a sus hijos.

Nunca olvidaré lo que me dijo años atrás, cuando el maltrato apenas comenzaba: "es que al principio él no era así, tal vez, si le doy tiempo, vuelva a ser el de antes". ¿Si yo no le hubiese hecho caso a mi amiga, ella aún seguiría con vida? Eso ya no lo sabré jamás.

Me despedí de los niños, se irían a vivir con el hermano de Laura. No estaba segura de si los volvería a ver. Los abracé por última vez.


El silencio nos hace cómplices.

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