Profundo Misterio | Capítulo 3

Posterior al desayuno, llevo a cabo las encomiendas de mi madre como es habitual los domingos.

Durante mi estadia en la caja de pago, diviso un rostro conocido, aunque no demasiado; mi esfuerzo por averiguar mentalmente de dónde procede mi percepción es en vano, pero no por mucho. Otra cara capta mi atención; se encuentra a unos seis metros de mi, justo al lado de la primera. Luciano y su padre.

Como casi a diario, recuerdos de esa noche me irrumpen; la diferencia es que en este momento con mucha más fuerza.

A falta de tres semanas para el primer aniversario de la muerte de Ian, me topo con esto.

Con cabeza baja, me marcho lo más pronto posible del lugar.

Es lunes. Las dos clases de hoy en la uni parecieron eternas.

Mientras camino las cuatro últimas cuadras adyacentes a mi domicilio, el chillido instantáneo de un perro despierta mi interés. Termino por voltear a la calle donde mora Luciano. Me detengo y observo. La corta indecisión de ir o no, finaliza por continuar mi trayecto.

Cerca de las 2:00 AM y mi sueño aún no se consolida. Lo provoca el suceso de antes de ayer. Comienzo a considerar con gran ímpetu la visita a mi viejo amigo. Necesito conversar con el, preguntarle qué ocurrió aquella noche; nunca lo supe, después del pasado 5 de Abril no nos dirigimos más la palabra.

Siento ansiedad por realizar mi decisión. Hace unos días no estaba ni cerca de examinar esta opción.

El timbre no funciona; toco un par de veces la puerta. Escucho un “voy” como respuesta.

Cuando estoy observando el sudor que se aloja en mis manos, abre. Lo primero que notó es una cicatriz en el borde superior de su ceja izquierda; es nueva, no la recuerdo. Paso y tomo asiento. No asimilo estar sentada justo al frente de Luciano, que aún tiene expresión de sorpresa.

-¿Cómo estás? -pregunta con voz entrecortada, luego de un cruce de miradas incómodo.

-No tan bien. Mi estadía acá se debe a... el deseo de recibir respuestas de esa noche. -Digo sin rodeos. Sabía que en nuestras mentes no cabía nada más.

Él asiente. Después de pensar un poco, apunta con firmeza:

- No lo empujé.

La sala de estar se apodera de un silencio rotundo, absoluto. Un silencio lleno de incertidumbre y perplejidad para mí. Posteriormente se interrumpe con su voz.

- ¿Me crees?

-Si -Expreso con tono dudoso, a pesar de que realmente si lo hago; creo que compartí lo suficiente con él como para saber que es honesto. Mi voz fue como tal por la sorpresa que esas tres palabras me causaron.

Después de unos cuantos mensajes intercambiados, llegamos a la conclusión de que el próximo paso para intentar comprender lo sucedido, es dialogar con la mamá, papá, hermano, tío o lo que sea que vivía con Ian acá.

Luciano está tan nervioso que insiste para que yo presione el timbre. De pronto, caigo en cuenta: imagino que ha sido señalado todo este tiempo como asecino, excluido de cualquier interacción social positiva; a pesar de que las autoridades han tomado muy poca acción en el caso, lo cual es extraño en la localidad.

Toco el timbre.

La pesadez del instante me impidie tener idea del tiempo esperando en el frente de la casa; una mirada de Luciano manifiesta que es mucho, y el comentario de una residente cercana lo confirma.

- ¡Ahí no se encuentra nadie! - Apunta extrañamente molesta.

No concluye en anunciarlo, cuando pasos en el interior de la casa se oyen. Un vacío terrible ahora siento en toda la parte media de mi cuerpo.