Yoko: El Nacimiento de la Estrella

in #spanish6 years ago (edited)

Capítulo 8

Intrínseco

Soy atacada, abatida nuevamente con violencia por estos sentimientos, impotencia, furia, miedo, recelo, y testigo de su atroz resultado, soy incapaz de moverme o bloquear las imágenes, las sensaciones y onomatopeyas que se entremezclan en mi cabeza. Sangre, gritos, lagrimas, fuego, chillos de piedad, todo viene a mi de nuevo, y parecen ser parte de la misma escena que presencio, pero sé que no lo son. Es como si pudiese recrear todo por lo que Darius pasó momentos antes de su súbita muerte, aunque me es incierto, lo único que sé con total certeza es que de ambos eventos soy la absoluta culpable. Desenlaces que pude haber evitado. ¿Por qué no lo hice?, ¿qué pasa conmigo?

¿Cuánto ha pasado desde que estoy acá?, ¿cinco segundos?, ¿cinco minutos?. Mi cuerpo está entumecido, mis músculos no responden a mis órdenes. Siento como alguien cerca de mí se aleja. Cierto, la niña, ¿adónde irá?. Por supuesto, el resto de los Marqueses, puede que también sean un objetivo. Gano la suficiente autonomía en mi cuerpo como para poder mover mi cuello y al girar ya ella se ha ido volando y desaparecido en la curva que da hacia otro corredor, trato de caminar y seguirla de nuevo pero me caigo sobre mis piernas, todavía con mi cuerpo tullido. Me enojo conmigo misma y siento como mis ojos comienzan a arder por una mezcolanza entre cólera y tristeza.

  • ¿Qué demonios pasa contigo, niñata? -me recrimino- Por esto es que nadie tendrá fe en ti, ya deja de ser tan débil y haz algo.

Las lágrimas corren por mi rostro con breves espasmos en mi respiración, pero no dejo que esto me detenga, logro reunir las fuerzas suficientes para levantarme, a pesar del resquemor que abunda en mí y el temblor que recorre todo mi organismo, consigo elevarme y vuelo con cierta torpeza siguiendo a la joven. Recorro algunos de los pasillos, doy varias vueltas por unos salones en busca de alguien que me indique a donde ir, pero termino perdida sin remedio. Paso por un corredor y la esencia a duraznos se hace presente en el lugar, acudo hacia la fuente para poder ubicarme mejor pero, intempestivamente, percibo con el rabillo de mi ojo una oscura figura que se cuela tras mío. ¿Será ella una vez más?. Me entorno hacia el lugar y a penas alcanzo a moverme lo suficientemente rápido para eludir las enormes garras que se dirigían a mi cuello. No consigo ver con claridad dada la oscuridad en la que me encuentro inmersa, solo iluminada por varias de las antorchas que cuelgan de las paredes. Siento como intenta arremeter otra vez, así que huyo de ahí, volando hacia el jardín. Al ser un lugar abierto la visión es mejor, sin embargo, de todas maneras no puedo acreditar lo que mis ojos atestiguan, lentamente y con prudencia el malévolo ser sale del sombrío corredor. Su cuerpo tiene una consistencia semisólida, como brea, cuento cuatro piernas largas con apariencia de garras, un torso curvo y amplio, con cuatro brazos, también con zarpas repletas de letales espolones, y una cabeza pequeña, cubierta por una clase de mascara que parece estar hecha de barro, luce como un hombre con la boca alargada, expresando una aparente sonrisa, con marcados pómulos y cejas entornadas, lo que le da un expresión cargada de malicia. ¿Qué clase de cosa es esta?.

El grito de un hombre se oye a lo lejos y mis ojos se apartan de la criatura en frente de mí, en ese pequeño breve ínterin él se abalanza hacia mí, me precipito a volar y tomar distancia, así que salgo volando lejos, él toma la forma de una esfera, rebota con ligereza sobre la pared y toma impulso lanzándose sobre mí con fuerza, ya en el aire se expande y vuelve a su forma original. Me dirijo al jardín esperando perderlo en la espesura, zigzagueo entre las ramas y al mirar a otro lado, le veo, trepa con agilidad entre las ramas, guindándose de ellas con total sencillez, en un repentino movimiento estira su cuello hacia mí, la máscara se parte en dos y muestra unos dientes punzantes como cuchillas, me muevo y los clava sobre el árbol de durazno, una clase de saliva espesa es despedida de sus dientes. Aun un poco agitada, examino a la bestia que me persigue, su cuerpo, sus movimientos mientras permanece estática por un instante.

Un durazno cae sobre mí lo que me toma por sorpresa, lo dejo pasar, veo otro caer, y otro, y otro, el placentero perfume del árbol es sustituido por uno repulsivo, y las hojas del duraznero comienzan a caer una tras otra apresuradamente como si fuesen gotas de lluvia hasta quedarse vacío, finalmente la madera empieza a oscurecerse y secarse.

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El monstruo extiende varios de sus brazos hacia mi y le detengo haciéndolo flotar, otros apéndices más se dirigen a mí, así que la aviento contra el mustio árbol y lo envuelvo en llamas, haciéndole emitir un agudo aullido mientras la madera seca rechina por las ardientes llamas. Le veo luchar por salir de las brasas, por lo que escupo una enorme bocanada de fuego que culmina su vida en una abrasadora hoguera. Disminuyo la intensidad de las flamas para evitar que se extienda por el resto del castillo y me dirijo a donde provino aquel chillido.

Vuelo a toda velocidad por los serpenteantes corredores esperando oír algo, ver, algo, oler algo que me dé una señal de donde están todos, pero me impresiona es que al virar en una curva siento frío. ¿Qué es esto?. Un aire glacial invade la atmosfera repentinamente. Sigo el camino de donde todo el frío proviene hasta que encontrarme con pasillos cubiertos totalmente en hielo, veo a todos lados asombrada por la magnitud.

  • Esto es magia sin lugar a duda -digo- pero, ¿de quién?

El camino de hielo me guía hasta un salón, me asomo minuciosa en la entrada y me impacto al ver congelado de pies a cabeza otra de las criaturas como el que yo me enfrente hace pocos momentos.

  • Hay mas de ellos. ¡Los Marqueses! -digo, en voz alta.

Tomo de mi manga el estilete y atravieso la máscara del engendro, este se derrite conjunto al hielo en un instante. Me apresuro, continuo por la helada vereda, salón tras otro, todos atiborrados de hielo y granizo. Caminando a mitad de un corredor una puerta se abre de la nada, de la cual sale corriendo despavorido y enérgico, Ícaro, el mayor de los Marqueses, y pocos pies detrás suyo otro de los engendros con sus peligrosas fauces abiertas, reacciono a tiempo y aparto al hombre, el monstruo se estrella su contra la pared, y al igual que el árbol, la saliva la consuma y su aspecto cambia a la de una pared avejentada y vencida. Formo una bola de fuego en mi mano pero antes de lanzársela a la criatura, Fausto se cuela detrás suyo con su espada y la atraviesa, rompiéndole la máscara, esta se revuelve en el piso chillando hasta tomar una composición lodosa.

  • ¿Se encuentra bien majestad? -me pregunta Fausto.

Veo a Fausto un poco extrañada, jamás le había visto así, fuera de su reservado semblante, ahora le veo agitado, con sus ropas mallugadas y deshilachadas.

  • ¿Te encuentras tu bien? -le refuto
  • No se preocupe por mí, aún hay más monstruos -me responde
  • ¿Mas? -pregunto, atónita.

Avanzo hacia el pasadizo

  • Alejese Marques -le indico al hombre.

Él asienta y con inestable paso se va del lugar. Entro y veo atrincherados en una de las esquinas al otro par de Marqueses, ocultos tras una pequeña mesa con profundas hendiduras en ella. Escucho rugidos provenir de un salón contiguo, me dirijo a lugar y me impacta lo que contemplo. La joven de piel azul flotando, evadiendo los ataques de cuatro feroces bestias. Uno expide un chorro de saliva acida a sus espaldas, ella mueve su mano y la transforma en un espeso lote de nieve que cae al piso, ella se aleja, agita sus dedos y varias estalactitas de hielo empalan a la criatura de lado a lado, pero veo que aun se mueve, poco a poco se levanta y avanza hacia el otro extremo de las largas lanzas. Antes de darle esta oportunidad expulso una densa cortina de llamas que acaban son su vida. La joven y las otras tres criaturas se percatan de mi presencia y dos de ellas avanzan hacia mí, hago a una flotar y la estrello contra la otra, quedando una enorme mancha fangosa en la pared. La niña, por su lado, esquiva un ataque tras otro del monstruo sobrevolándole, hace un circulo brillante con su dedo índice y de él emerge un gran alud de agua, la criatura cae sobre sus rodillas y su cuerpo se mezcla con el agua y va perdiendo cierta consistencia, aprovecho la oportunidad e invoco una ráfaga eléctrica que la hace aullar mientras despide una infinidad de chispas, al acercarme a ella la joven cae sobre la máscara con sus pies haciéndola añicos, se incorpora y me mira, súbitamente su semblante cambia por primera vez, lleva sus manos hacia mí y me tumba a un lado al caer veo como una clase de tentáculo con fin afilado como un hacha la toca y le cortan parte de su vestimenta.

  • ¿Estás bien? -le pregunto angustiada.

Ella no hace mas que apuntar hacia adelante.

Llevo mis ojos al cuerpo de donde emergen los tentáculos, y me desconcertó al ver que los monstruos que había colisionado uno contra el otro se han unido para crear un horror nunca antes visto, una clase de amasijo de grumos con manos, piernas y tentáculos saliéndoles por todos lados, con dos mascaras al frente.

Se mueve con cierta torpeza y dificultad, parece no tener mucho control por su formidable tamaño, no obstante, por la variedad de sus extremidades acercarse no será nada fácil. Inesperadamente, la joven alza sus brazos y crea una tormenta de hielo que envuelve todo el salón, nieve gruesa y fuertes corrientes de aire helado suben y bajan por todo el espacio, el aire se torna denso y todo se vuelve borroso, hasta que en un abrir y cerrar de ojos, todo cede. Doy golpes a la nieve que me sepulta y al lograr salir de la fría tumba en que me encontraba veo a la deforme bestia convertida en un pilar de hielo de pies a cabeza con sus tentáculos erguidos y extendidos por todas partes. Paso a ver a la chica, que cae de rodillas sobre la nieve, corro a su lado y veo como respira con cierta pesadez y tiembla sin control.

  • ¿Te encuentras bien? -le pregunto.

Pero igual que con todos los intentos anteriores, ninguna respuesta es emitida.

  • Ha usado demasiada magia.

Al tratar de levantarla ella se saca una delgada espada de su manga y me la entrega. La tomo y asiento. Me acerco a la cristalizada criatura y no puedo evitar notar la contrariedad que ambas mascaras son una de la otra, mientras una de ellas muestra una mueca de dolor y aflicción, la otra exhibe un gesto de satisfacción ladina, igual a la de la criatura que me ataco en primer lugar. Sin pensarlo más atravieso ambas de lado a lado a través del grueso hielo, un quejido ahogado se oye y seguidamente el colosal tempano comienza a temblar y derretirse poco a poco hasta que el salón entero queda cubierto en la espesa materia, dándole la apariencia de un enorme pantano baldío. La joven, incapaz de moverse con fluidez, no puede hacer nada al acercársele la viscosa masa, así que la hago flotar junto a mí .

El ambiente se calma, todo vuelve a una clase convulsiva realidad. Dejo a la joven sobre un pilar de hielo y me acerco a las empaladas mascarillas y al tratar de tomarlas la pastosa sustancia me quema los dedos y retrocedo, no me queda de otra más que ver como ambas son fundidas, inclusive la espada, para terminar solidificándose. Me acerco cautelosa al pétreo mineral, y al palparlo me doy cuenta que se trata de carbón.

Fausto entra al salón armado con su sable, le veo más calmado y al ver el ambiente más tranquilo devuelve su arma a la funda. La joven salta desde el carámbano donde se encuentra y aterriza perfectamente sobre sus pies. La veo minuciosa.

  • ¿Acaso…? -inicio.
  • ¿Ya se ha acabado todo? -dice uno de los Marqueses.

Me despisto por la repentina aparición de Ícaro, quien se asoma tembleque y temeroso cubriéndose la cara con un yelmo en lugar de colocárselo encima.

  • No hay nada que temer, Marques.

Ícaro aparto el casco de su rostro y ve horrorizado el estado en que ha quedado el campo de guerra.

  • Oh, Dios, ¿estáis todos bien?, ¿qué ha pasado aquí? – pregunta el hombre
  • Todo está bajo control, Marques -responde Fausto.

El otro par de Marqueses entran al salón, uno escondiéndose a las espaldas del otro.

  • ¿Ya ha acabado todo? -pregunta uno de ellos.
  • Todo está bien ya, dejad de ser unas gallinas -responde Ícaro, sentencioso.

El más joven de los Marqueses sale de las espaldas de su compañero y corre amedrentado hacia la joven, abrazándola. Ella ni se inmuta.

  • Oh, Tempest, gracias a Dios estabas cerca, no sé que habría sido de nosotros sin ti -comparte el asustado Marques.

¿Tempest? Ese es su nombre. El Marques lleva sus manos a la ropa deshilachada de la joven.

  • ¿Mira lo que esas bestias te han hecho? -añade furioso.

Y procede a examinarla genuinamente preocupado, al alar un poco el frente de la prenda la veo, y parece que Fausto la observa, absorto de igual manera que yo, una gema purpura incrustada en su clavícula.

  • Ella. Es como yo -cavilo, estupefacta.

Ícaro se acerca al joven Marques.

  • Déjala en paz, Benedict, no es mas que una simple prenda.
  • ¿Simple?, toca esta algodón -le refuta.
  • ¿Dónde están Abel y Darius? -pregunta el otro Marques.

Salgo de mi trance y vuelvo al presente. Aun no deben saber de Darius y el ultimo Marques, ¿aún seguirá con vida?.

  • Cuando éramos perseguidos, él se separo de nosotros -responde Benedict.
  • Sabandija bastarda, espero lo hayan pillado -comenta Ícaro.

Esta clase de comentarios me hace dar cuenta que los Marqueses no son el grupo armonioso y unisonó que proyectan ser todo el tiempo.

  • No digas esas cosas, Ícaro -dice Benedict.
  • Todos pensamos lo mismo, ¿no es así Maximus? -inquiere Ícaro, iracundo.

Maximus no sabe que responder a la tosca interrogante y aleja su rostro. Ícaro entorna su ojos y hace un ademan con su mano demostrando que no le interesa ser el único que piensa así, o quizás el único que lo ha expresado a viva voz. Me pregunto de quien se habrán referido, ¿Abel o Darius?.

  • Marqueses debemos ir a verificar el resto del castillo, permanezcan juntos -dice Fausto.
  • Ustedes vayan, nosotros estaremos a salvo junto con Tempest –expresa Benedict.

Sigo a Fausto fuera de la habitación aun sin poder sacudirme el pensamiento de que ella y yo puede que vengamos del mismo lugar. Avanzo junto a Fasto por el camino hasta toparnos nuevamente con el jardín el cual ha sido calcinado hasta los cimientos, veo a varios de los sirvientes del palacio ir y venir con baldes de agua y lanzarlos para apagar las llamas, algunos incluso arrojan grandes pedriscos de hielo en desesperación. Me acerco al lugar de los acontecimientos, agito mis manos y ordeno a las flamas desaparecer. La tensión y el alboroto ceden poco a poco mientras el humo se disipa, algo llama mi atención de entre el montón de escombros quemados de lo que alguna vez fue aquel hermoso jardín, sobrevuelo la chamuscada tierra y ahí, entre cenizas y madera negra la veo, la máscara de aquella criatura. La hago flotar hacia mí, y a pesar de faltarle un trozo y estar ennegrecida puede reconocerse a la perfección, aprovechando el humo y el vapor del ambiente la oculto dentro de mi vestido quemándome un poco, pero resisto.

Me retiro del banco de humo, Fausto se me acerca.

  • Así que aquí estabas -escucho a Ícaro anunciar con soberbia.

Acudo hacia la fuente de lo que parece ser una clase de disputa entre los hombres, me hago camino entre el gentío, las brasas que deambulan en el aire y el humero hasta llegar al origen de todo el escándalo para encontrar a Ícaro zarandeando a Abel por los hombros, con Maximus tratando de separarlos.

  • ¿Cómo se te ocurre abandonarnos con esas cosas pisándonos los talones? -pregunta Ícaro, irascible.

Abel se suelta del agarre y responde.

me persiguiera para darles más chances de huir, deberías agradecerme, y de no haber estado acá las llamas habrían consumido todo el lugar.

Esta contestación no parece gustarle para nada a Ícaro, puesto que pierde los estribos y le propina una sonora bofetada que lo arroja al piso.

  • Chiquillo insolente -dice Ícaro.

Tempest aparece saliendo del corredor seguida por Benedict, y por más que quisiera ir a su lado y preguntarle mil cosas, no puedo, antes debo asegurar todo el perímetro.

  • ¿Dónde está Darius? -pregunta Benedict.
  • Esa cucaracha debe estar en algún lugar -comenta Ícaro, tajante.

Lanzo a mirada a Fausto para captar su atención y al fijarse en mí, con mucho disimulo, trazo una línea invisible con mi dedo de un lado de mi cuello al otro para informarle del deceso del Marques a lo que, como de costumbre, Fausto pareciera ya saberlo todo de antemano. ¿Acaso ya lo sabía mucho antes que yo?.

  • Marqueses, debemos hacer una ronda por todo el castillo en caso de que haya otro de esos monstruo oculto en algún lado.
  • ¿Usted cree su majestad? -me pregunta Maximus.
  • Es mejor cerciorarnos, ustedes reúnan a sus sirvientes y ordénenles a todos salir.
  • Será mejor no alterarlos más con la noticia de Darius -pienso.

Todo el personal del castillo presente comienza a desalojar el área.

  • Tempest, querida, ven con nosotros -le dice Benedict.

Fausto y yo nos adentramos en los enrevesados caminos del palacio, entramos a cada salón, habitación, sala, antesala y cuarto de la inmensa fortaleza hasta recorrer las partes más lejanas y abandonadas, tanto que parece ser que ni la propia servidumbre se encarga de mantenerlas presentables. Aprovecho lo remoto del lugar y meto a Fausto a una de las habitaciones abandonados.

  • ¿Majestad? -me dice, con voz confusa.
  • Debemos hablar -comienzo-. Ya no mas secretos -dictamino.

Saco el estilete de mi manga y se lo muestro.

  • Encontré esto atravesando una estatua de Darius en mi habitación, alguien lo dejo ahí para que yo lo viese.

Los ojos de Fausto se agrandan como platos, lo toma en sus manos fijándose en cada detalle del arma.

  • ¿Alguien más lo vio?

Por un momento dudo si implicar a Ferdynand pero no me queda de otra más que seguir la regla que yo mismo sentencie al principio de esta conversación.

  • Quizás Ferdynand.
  • ¿Quizás? -me pregunta, irresoluto.
  • Si, quizás, no vio la estatua como tal, la tuve que romper para no dejar evidencia, pero estuve ahí y pudo ver el arma y el desastre, bien podría pensar que fui yo misma.

Como de costumbre, su rostro refleja las más serena impasividad.

  • Fui a buscarte inmediatamente después y no estabas en tu habitación. ¿Dónde te encontrabas? -le interrogo
  • Estaba reunido con los Marqueses.

¿Fausto reunido con los Marqueses a mis espaldas?

  • ¿Con que fin? -pregunto incisiva.

Por primera vez observo a Fausto genuinamente hostigado. ¿Qué es lo que no me quiere decir?

  • ¡No más mentiras! -clamo a viva voz.

Fausto traga grueso.

  • ¿Por qué el exceso de seguridad?, ¿acaso ya sabías que esto pasaría?, ¿qué no me estás diciendo? -le grito.

Él no hace más que observarme fríamente, me frustro y me vuelvo para retirarme de la habitación.

  • Hubo un intento de golpe de estado -dice Fausto.

Me volteo anonadada por la noticia. ¿Un golpe de estado?

  • ¿Por quienes?, ¿Quién te lo dijo?
  • Los Marqueses estaban buscando intercambiar esta información privilegiada a cambio de posibles cambios en su decisión con respecto al futuro de la confederación.
  • ¿Qué te dijeron?
  • No podría asegurarles nada sin su consentimiento, su majestad, yo mismo he escuchado esta clase de rumores desde mucho antes de su envestidura, pensé que con el paso de poderes el ambiente cambiaría pero no parece haber ocurrido el resultado esperado.
  • ¿El Emperador también sabe de estos supuesto rumores?
  • Si.
  • ¿Los Marqueses dieron algún atisbo de saber quién está tras este golpe?
  • Lastimosamente el que sabía la información concluyente era Darius. Quien por el notable quiebre de ideales de los Marqueses se negó a compartir esta información con ninguno de ellos y me habían enviado a mí para tratar de disuadirlo, en ese momento fue cuando los monstruos atacaron.

Un golpe de estado, pero ¿quiénes harían tal cosa?. Saco lo carbonizada máscara y se la entrego a Fausto, él la toma.

  • Estás son las mascarillas que portaban esas criaturas. ¿Son de donde creo que son?

Fausto toma la máscara y observa puntilloso, lo mismo con el estilete, analiza y palpa el detallado diseño de líneas laberínticas.

  • Si, sin lugar a dudas. Esto proviene de Ebro.

Lo que temía, se trata del país del Emperador.

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