Iba yo conduciendo mi carro por la autopista que me lleva a casa, luego de un agotador día entero de guardia, la noche había estado algo fuerte y claro que tuve mi tiempo reglamentario de tres horas de descanso en la madrugada, pero eso no fue suficiente, el cuerpo quería dormir, solo tenía que resistir un poco mas, aún me quedaba como la tercera parte del trayecto que duraría aproximadamente media hora, luego llegaría a casita para al fin lanzarme a mi cama, pero el sueño insistía en ganarme, entonces tomé mi rociador de agua y me mojé un poco el rostro, el cabello y el cuello, el frío en la cara me ayudo y por unos momentos estuve conduciendo casi sin sueño, mas alerta, bien, pues les cuento que hasta ahí recuerdo antes de lo que pudo haber sido un accidente en plena autopista; cuando abrí los ojos, el carro iba sin control hacia la isla (en Venezuela llamamos isla al bajo y largo muro, generalmente de cemento, que divide una vía de su opuesta), bien, apenas tuve tiempo de girar el volante para enderezar el carro, pero seguir conduciendo se me convirtió en una tarea prácticamente imposible, el miedo se apoderó de mi a tal punto que me inició literalmente un ataque de pánico, como pude intenté pasar al canal derecho, pretendía estacionarme y salir buscando ayuda, quería tranquilizarme, que alguien me diera una bolsa de papel o algo así para respirar pues ya estaba bastante hiperventilada, había un restaurante cercano, vi gente, pero no era posible entrar debido al tráfico y a que aún me encontraba en el canal mas rápido de la vía, pero después de rodar un poco ya el lugar había quedado atrás y solo estaba la autopista y los otros vehículos, incluyendo los infaltables y gigantescos camiones, los otros conductores tocaban sus cornetas, no sé si iba yo muy lento o qué, solo puedo decir que hacía un esfuerzo enorme por mantener el control del carro y obviamente el mío también, pero tenía que quitarme de ahí.

Mientras intentaba alcanzar el hombrillo, con el corazón latiéndome aceleradamente, le pedía ayuda a Dios, al ente superior en el que creo, le imploraba que se sentara a mi lado, recuerdo que ponía mi mano temblorosa en el asiento vacío y le pedía que me acompañara, que se sentara ahí, a mi lado, le explicaba que no podía seguir conduciendo el carro sola, que tomara el control, estaba viviendo un momento de verdadero terror, sin poder hacer otra cosa distinta de lo que con bastante dificultad ya estaba haciendo, cuando de pronto sentí que desde el asiento trasero como que alguien se incorporó y me abrazó, en realidad fue una sensación, pero casi podía sentir sus brazos, tanto que puse mi mano sobre mi hombro como para tocarle, me parecía sentir la presión del abrazo; imagínense, yo, siendo una persona que siente cierto nerviosismo ante situaciones de ese tipo, lo que sentí en ese momento fue que poco a poco se iba el pánico para dar paso al placentero alivio, que a su vez se convirtió en alegría y ganas de llorar, así que empecé a dar gracias y mas gracias mientras seguía tocándome el hombro convencida de estar tocando el brazo de aquel maravilloso ser que me sacó de uno de los momentos de emergencia mas difíciles de mi vida, Ahora iba conduciendo tranquila y riendo feliz, no dejaba de dar gracias, le decía algunas cosas acerca de lo que acababa de vivir, le hablaba, conversé un buen rato, contenta y “tocándole el brazo”.

Cuando llegué a casa, lo menos que quería era dormir, solo pensaba en contar aquella extraordinaria experiencia a todo el que me encontrara.

Bien, amigos de eso hace ya unos doce años, pero siempre está en mi memoria al igual que mi agradecimiento y mi fe.

Gracias por leerme, un abrazo.