"Hierro 3", amor sin palabras
Es difícil hacer una película en la que sus dos protagonistas no crucen ni una sola palabra. Kim Ki-duk lo consigue con Hierro 3 de una forma original y llena de misticismo. Un largometraje que le sirvió al surcoreano el León de Plata en el Festival de Venecia a la mejor dirección en 2004.
El arranque es ya de por sí interesante. Tae-suk (Jae Hee) es un joven indigente que ocupa temporalmente viviendas cuyos dueños están ausentes y hace vida normal en ellas. Se ducha, lava la ropa, come, ve la tele, duerme e incluso lleva a cabo pequeñas reparaciones como gesto de agradecimiento por la hospitalidad forzada. Recorre la ciudad en su motocicleta en busca de hogares vacíos, viviendo como un espectro en un mundo de sombras.
Pero una de esas viviendas no está vacía. Allí se encuentra con Sun-wha (Lee Seung-yeon), una mujer a la que los golpes y abusos de su marido la han hecho empequeñecerse hasta casi desaparecer. Y es aquí donde comienza la historia de amor, porque la atracción que sienten el uno por el otro hace que Sun-wha decida unirse a la vida errante del vagabundo.
Y hasta aquí puedo leer. Los que ya hayáis visto la película sabréis lo que pasa más adelante. Y los que no, tendréis que verla.
La película explora la existencia periférica y silenciosa de los personajes. Tae-suk y Sun-wha encuentran en la marginalidad su libertad particular, lejos de la sociedad tradicional. Cualquier toma de contacto con el mundo "real" les inflige sufrimiento. Como en la escena en la que Tae-suk juega a golpear una pelota de golf atada con un cable. Mientras la pelota está atada, dentro de su juego simulado, no hay peligro. Pero cuando el cable se suelta sale disparada y acaba provocando un accidente de tráfico. Una contraposición entre lo virtual y lo real que se repite a lo largo de la película.
La de Hierro 3 es una historia de amor silencioso. Kim Ki-duk deja de lado las palabras para descubrir otros tipos de comunicación no verbal. Para el espectador queda claro que Tae-suk y Sun-wha se quieren, aunque en ningún momento lo dicen en voz alta. Una caricia, un gesto o una mirada es todo lo que necesitan para comprenderse el uno al otro. En una entrevista para El País el director lanzaba la siguiente reflexión: “Pregúntese qué prefiere, ¿una caricia en la mano o que le repitan diez veces te quiero? Yo lo tengo claro”. Y razón no le falta.
“Pregúntese qué prefiere, ¿una caricia en la mano o que le repitan diez veces te quiero? Yo lo tengo claro” (Kim Ki-duk, 2005).
La fotografía de la película es muy buena. El silencio y la belleza de los planos contribuyen a crear una atmósfera llena de misticismo. Hay mucho simbolismo detrás de las escenas, y más aún en el final de la película (aunque no revelaré nada).
Los que conozcan un poco el cine de este director surcoreano sabrán que la violencia es una constante en la mayoría de sus películas. Tanto que algunas resultan poco transitables —al menos para mí—. Hierro 3 no es el caso, aunque tampoco está exenta de golpes. Es una historia de amor atípico contada sin palabras. Un ensayo sobre la presencia y la ausencia en el que Kim Ki-duk consigue crear el equilibrio perfecto entre lo real y lo fantástico. Definitivamente, cien por cien recomendable.
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