El 'efecto Google'
Ayer por la tarde quedé con unos amigos para tomar algo en el bar. No sé a cuento de qué alguien dijo que tenía ganas de ir al cine a ver The Equalizer 2, la nueva película que protagoniza Denzel Washington. El caso es que, repasando la filmografía del actor, nadie se acordaba del título de aquella cinta en la que Washington interpretaba a un detective de policía a la caza de un demonio que poseía a la gente para cometer asesinatos. “Esperad, que lo busco en Google”, les dije. Y me saqué el teléfono del bolsillo.
Hoy en día muchas cuestiones se resuelven así, echando mano de la tecnología y de ese gran cerebro colectivo que es Internet. Yo lo hago constantemente, cuando no recuerdo la fecha de algún acontecimiento histórico, el nombre de un político o una fórmula matemática. Y me he dado cuenta de que muchas veces, tras consultar el dato en cuestión, no hago ni el más mínimo esfuerzo por intentar retenerlo en mi memoria. Porque sé que va a estar ahí, en la nube, la próxima vez que lo necesite.
Es lo que en psicología y neurociencia se conoce como “efecto Google” y se sabe que está afectando a nuestra manera de aprender y memorizar.
En el año 2011 se publicó en la revista Science un estudio que investigaba las consecuencias que tiene sobre los procesos cognitivos el hecho de poder acceder de forma instantánea a la información. En uno de los ensayos se pidió a los voluntarios (alumnos de las universidades de Columbia, Harvard y Wisconsin) que leyesen una serie de informaciones como las que se pueden encontrar en las revistas de curiosidades. A la mitad de los participantes se les comunicó que los archivos se borrarían después de leerlos. A la otra mitad se le hizo pensar que los datos se guardarían en el ordenador y que podrían consultarlos después. Además, a la mitad de estudiantes de cada grupo se les pidió explícitamente que tratasen de recordar la información. Finalmente, se comprobaron los recuerdos de ambas partes.
Los resultados fueron muy reveladores. Los alumnos que creyeron que podrían consultar los datos en el ordenador no se esforzaron por recordarlos; mientras que los que sabían que los textos se borrarían retuvieron una mayor cantidad de información. Y lo mismo nos sucede a nosotros con los buscadores. Si tenemos la certeza de que el omnipotente Google encontrará rápidamente la información que nos interesa, nos ahorraremos el esfuerzo de intentar memorizarla.
Si todavía piensas que no estamos delegando en la tecnología para recordar, haz un pequeño ejercicio de reflexión. ¿Cuántos números de teléfono te sabes de memoria? ¿Y si ocultases tu fecha de nacimiento en Facebook, cuánta gente crees que se acordaría de felicitarte? Haz la prueba.
Quizá pueda parecer que no importa dónde almacenemos los datos, en nuestra cabeza o en el medio digital, con tal de que se guarden, pero lo cierto es que la memoria artificial es muy distinta a la biológica. El cerebro digital absorbe toda la información y la vuelve a escupir tal cual, sin modificaciones, cuando la necesitamos. En el caso de los seres humanos es más complejo. Nuestro cerebro está constantemente elaborando información: cuando recuperamos algo de nuestra memoria a largo plazo se crean nuevas conexiones entre los recuerdos y el contexto actual, generando nuevos conocimientos y habilidades. Porque el cerebro que recuerda ya no es el mismo que almacenó el recuerdo; así de plástico es.
Tener toda la información del mundo en la punta de los dedos tiene sus ventajas e inconvenientes. Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación han tenido un papel fundamental en la democratización de la cultura. Algo impensable hasta hace algunas décadas, cuando era imposible hablar de una difusión universal del conocimiento. Pero también es cierto que en pocos años hemos pasado de una lectura privada, focalizada y crítica de la información, a otra superficial y llena de distracciones.
La neurociencia ya ha empezado a estudiar si todos estos cambios están modificando nuestro cerebro, igual que sucedió con la aparición de la escritura hace 6000 años. Zonas neuronales que durante 200 000 años habían estado dedicadas a otras funciones, tuvieron que “reciclarse” para poder desempeñar las nuevas tareas de lectura y escritura.
Me pregunto cómo será el cerebro dentro de otros 6000 años —si no lo destruimos todo antes—. Quizá para entonces el mundo será como en las películas de ciencia ficción, y las personas llevarán un chip implantado en la cabeza. Una prótesis digital conectada a Internet, diseñada para suplir las carencias de la memoria y la mente biológicas, tan limitadas e imperfectas. Tan humanas.
P.S. La película se llama Fallen.
Si este post fuese una canción:
Este es uno de esos post que te hacen reflexionar, buena información amigo!.