Inmigración - Relato -
La fuerte luz del sol quemaba el duro y seco suelo del desierto. El viento caliente levantaba la tierra y dificultaba la vista. El cielo tenía un color castaño opaco. En el silencio del extenso e interminable vacío de ese lugar, una sola cosa era la que se escuchaba; el sonido del metal de un automóvil viejo sonar brusca y velozmente.
Más específicamente, un autobús pequeño, que corría por el suelo de aquel desierto. Sin carretera por la cual andar, sin ningún indicio de civilisación en ninguna parte, el autobús andaba a toda velocidad, haciendo sonar su carcasa de metal mientras saltaba debido a lo inestable del suelo.
El metal y las ventanas del autobús se hallaban extremadamente calientes, además de llenas de tierra, y los asientos rojos un tranto maltratados recibían buena parte del sol también. Éste vehículo se hallaba completamente solo; salvo por una persona. Una chica se hallaba sentada en el último puesto del autobús, encorvada y con la mirada en el suelo, con extrema preocupación y tristeza.
A pesar del calor, llevaba un traje formal negro y una camisa vino tinto, botas negras y el cabello recojido. Lentamente, con la misma preocupación y con ojos cansados, levantó la mirada en dirección hacia el frente, donde estaba el asiento del conductor. La sección del conductor estaba algo oculta por dos piezas de metal haciendo diferencia entre los asientos del piloto y el copiloto y los de los pasajeros.
Sin embargo, en el espacio de entrada a aquella sección, podía ver claramente qué era lo que había en el asiento del piloto; nada. No había nadie con ella, y nadie estaba conduciendo aquel autobús que seguía viajando por quién sabe qué inhóspito lugar.
La chica se levantó con lentitud, procurando no caerse con la brusquedad de los movimientos del autobús y, caminando con cuidado, se acercó a una ventana, la más cercana al último puesto, que a su vez era la más pequeña. La ventana se hallaba llena de tierra y la vista era un poco dificultosa por la luz que la impregnaba, pero se podía ver claramente el punto en que el suelo y el cielo se encontraban, y el vasto camino entre ellos.
Ella entonces continuó caminando hasta un puesto con una ventana normal. Allí, simplemente se sentó, sin ver qué sucedía afuera. Apoyó sus brazos en sus piernas y bajó la cabeza hasta chocar con el siguiente asiento, sintiendo el fuerte calor de estos, mirando hacia el suelo.
Entonces, sus ojos paulatinamente se cerraron más, con el ceño fruncido y una mirada sumamente triste, sus ojos empezaron a llenarse de agua hasta que pequeñas lágrimas recorrieron su rostro. Luego se hicieron más grandes. Finalmente, la chica no pudo contenerse más y empezó a llorar y sollozar.
Recuerdos vinieron a su mente, recuerdos de su padre trabajador, de su madre hacendosa, de su pequeño hermanito. De su intensa pobreza y falta de comida, de esconderse en su pequeña casa con las ventanas cubiertas, escuchando a la gente pelear y matarse. Los recordaba haciendo las maletas, con preocupación en sus ojos. Recordaba que sus padres siempre mantenían la calma y una buena actitud para ellos.
Recordó la oscura y calurosa noche que salieron de su casa y caminaron hasta el amanecer para llegar a un solitario autobús de metal, que tenía rumbo a lo que ellos pensaban que era su liberación. Con ellos, muchas otras personas estaban allí listas para subirse, con ropajes sucios, rotos o muy viejos. Con poca comida envuelta en trapos o guardada en bolsos grandes y sucios. Algunos vestían con ropas que en su momento se debieron ver elegantes, pero el desgaste, la tierra y la antiguedad le daban un aspecto de pobresa y desgracia.
Mujeres, niños, viejos, hombres delgados, jovencitos, toda clase de gente se subió en aquel autobús. Ella, junto con su familia, se subieron al vehículo, con la esperanza de un mundo mejor, uno sin guerras ni violencia, donde su vida no peligrara.
La chica entonces despertó de sus recuerdos. Viendo cómo sus piernas se movían y saltaban junto con el autobús. Levantó la mirada. Estuvo por un rato mirando hacia el frente, hacia la ventana del conductor. El vehículo seguía avanzando rápidamente, y ella podía ver lo que a simple vista es el movimiento del suelo mientras el bus avanzaba.
Sin embargo, por más que avanzaba, no veía nada al final del camino, ni a los lados, ni en ningún ángulo. Todo lo que alcanzaba su vista era la tierra del desierto y el oscuro cielo. Luego de ello, ella, muy lentamente, se giró hacia la ventana a su lado.
Entonces, un leve gemido de dolor salió de ella mientras su rostro se deformaba en uno de completo dolor y horror, levantándose del asiento y alejándose de él, cubriendo sus oídos con las muñecas mientras agarraba con fuerza el cabello de sus cienes.
Desde la ventana se podía ver a lo lejos en el suelo del desierto, muy lejos uno de otro, cuerpos de personas abiertos por el pecho y el estómago como si de carne de res se tratara. El bus iba avanzando pero la pesadilla no se terminaba. Todos los cuerpos tirados en el suelo con su sangre esparcida. Dejaban uno, diez, veinte, cien cuerpos atrás pero no dejaban de verse más y más por la ventana.
La chica, encorvada frente a la ventana, con la mirada en el suelo pero, a la vez, perdida, llorando y gimiendo, gritaba con la voz temblorosa: "¡Lo siento! ¡Lo siento!".
Entonces, levantó la mirada nuevamente, mirando hacia el asiento del conductor. Dió un grito y se alejó hasta la parte de atrás del autobús al ver dos cuerpos descompuestos a los lados de la ventana, enganchados de la ropa a algo que los mantenía allí. En el asiento del piloto se hallaba un cuerpo con uniforme beige y gorra beige allí sentado, con los brazos abiertos y saltando junto con el autobús, sin vida.
Luego, al ver el resto del autobús, vió que las ventanas de ambos lados estaban salpicadas por un violento y grotesco chorro de sangre, que había manchado hasta la última de ellas. La chica se alejó hasta un rincón del autobús si se agachó allí. Con las manos tomándose de su cabello nuevamente y la mirada en el suelo, gritaba: "¡Lo siento! ¡Lo siento!..." entonces, cuando ya no tenía más energías y la tristeza la embargaba, dijo con cansancio: "Lo siento..." mientras sus ojos se llenaban por completo de lágrimas y empezaba a llorar profunda y gentilmente.
Entonces, escuchó que alguien tocaba como quien toca una puerta, el metal del autobús en donde ella estaba, pero desde afuera. La chica levantó la mirada de inmediato, abriendo bien los ojos, tratando de preveer la llegada de alguien. Pero no había nadie.
Se levantó del suelo y avanzó hasta poder ver por la ventana, o lo que quedaba visible de ella. Por el espacio donde la sangre no había salpicado, pudo ver que seguían recoriendo grupos y grupos de muertos. Pero esta vez podía reconocer de quiénes se trataba.
Todos los cadáveres eran de su padre, madre y hermanito. grupos y grupos de cadáveres de las mismas tres personas. Los pasaban y avanzaban y seguía viéndolos, interminables.
Entonces, al ver aquello, se puso histérica y empezó a gritar: "¿¡Por qué...!? ¿¡Por qué...!? ¡Los amaba tanto!... ¡No tenían que buscarme! ¡Tenían que dejarme atrás!". Entonces, sintió una prescencia siniestra repentinamente a su lado. Al girarse, estaba allí de pie un hombre alto, con la apariencia de su padre, lleno de sangre, con una larga y macabra sonrisa, y un brazo con la mano extendida hacia ella.
La chica, en completo estado de shock, con lentitud miró la mano de aquel hombre. Poco a poco levantó la mirada acia su rostro nuevamente, pero ahora estaba cambiado, con la cabeza completamente hacia atrás, y mucho, mucho odio.
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