LE REGALO MIS OJOS (Homenaje particular a E.T.A. HOFFMANN)
"Muy señor mío, disculpe usted la molestia de esta misiva pero me temo que no tengo buenas noticias.Tras unos meses sin mejoría alguna de su esposa Dora, hemos llegado a la conclusión de que adolece en su psique de un tremendo mal que necesita ser tratado por profesionales. El servicio está atemorizado pues relata cosas sin sentido y vive con temor cada momento del día por algo que la perturba en sus quehaceres como madre de su precioso bebé. Así pues, siendo usted como un hijo para mí, y por su tranquilidad, le insto a regresar cuanto antes.
A sabiendas de la importante labor patriótica que viene usted desempeñando en la guerra, capitán general, sólo deseo que estas palabras no le perturben en su actuación por la salvación de nuestra querida Alemania.
Esperamos sus noticias y su pronto retorno al hogar para hacerse cargo de la situación. Afectuosamente, Nanny”
Su primogénito, Hilfred, y cualquier cuestión referente a él requería su inmediata atención. Y así, Theodor regresó a casa obedeciendo a un espíritu alarmado como esclavo sin voluntad. Quizás habría consecuencias en el frente, pero todo carecía de importancia ya hasta que no tuviese sus propios asuntos resueltos.
Tras varios días de viaje, el recibimiento de su esposa en pie, inmóvil, mientras sostenía al pequeño en brazos con una mirada fría y sin ilusión, le alertó del aire siniestro que envolvía todo el entorno. Nanny, el ama de llaves, por el contrario corrió a saludarle a brazos abiertos, y al llegar a él , tomándole de las manos con ojos lacrimosos, le susurró: “¡Va a peor! El doctor debe practicarle una sangría para determinar su mal. Por favor, intente usted que acepte las medicaciones alternativas antes de que ya no haya remedio. ¡No entiende que está enferma y el bebé está sufriendo su mal! ¡Qué alivio tenerle de vuelta, señor!”. Theodor no sabía cómo interpretar aquellas palabras pues parecía una advertencia a lo que había de venir, pero se trataba de su querida esposa y no sería capaz de infringirle ningún mal. Pero se trataba también de su hijo...
Dio un paso al frente sonriendo para abrazar a su preciosa Dora, todavía confundido, pero sin apenas mirarle a la cara ella dio vuelta sobre sus pies y avanzó despacio camino al hogar. Las dudas cabalgaban en su cabeza y le dolían en el corazón.
—Dora, amor, al menos déjame ver a nuestro hijo! He regresado a nuestra residencia para ayudarte a salir de este mal momento. Lo conseguiremos juntos, mi dulce esposa, déjame entender qué te ocurre… Todo el mundo está alarmado con tu actitud.
Silencio como respuesta.
Ya sólo alcanzó a ver en la distancia, entre sus brazos de piel impoluta y pálida, el cuerpo arropado y la cabeza entre gasas de su retoño inmóvil, mientras ella besaba su frente sin detener el paso.
La siguió con paso acelerado, en silencio, hasta el dormitorio principal donde ella cerró la puerta con la llave cuando ambos estuvieron dentro.
—¡Ya está bien, Dora, háblame! ¡Permíteme que yo también acune a nuestro bebé! Necesito verlo y comprobar que todo está bien. Han sido muchos días de viaje para volver a casa y cuidaros de nuevo. Por favor, dime qué es lo que tanto temes...
—No lo entenderías. ¡Nadie lo hace! No podeis sentir lo mismo que yo siento por mi bebé, es imposible. ¡No dudaré en dar mis ojos por él si es necesario! No voy a permitir que nadie más sea una amenaza para él, querido esposo, ni siquiera tú... Yo no sé dónde se esconde el hombre de arena, ni quién de vosotros quiere hacer daño a mi tesoro, pero está acechando... Toda precaución es poca entonces.
—¡¿Pero qué dices, Dora?! ¿Quién es ese hombre de arena? Nadie va a hacerle daño al bebé, pero tu actitud me asusta. Resultas peligrosa para Hilfred… No te reconozco...
Theodor quiso abrazarla por la espalda con cuidado mientras hablaba, pero ella consiguió zafarse de sus manos y con ademán de tristeza lo invitó a salir mientras suspiraba.
—Esta noche durante la cena. Entonces dejaré que lo tomes en tus brazos bajo mi mirada y ante todos. No antes. Ahora déjanos descansar.
autora de la web De hadas y Gamusinos
Dora vivía atormentada, en silencio, después de que hacía unos meses, cuando trataba de calmar una llantina repentina del pequeño Hilfred en un paseo al atardecer una serpiente le habló. Escondida tras un árbol le contó entre susurros una oscura historia sobre un hombre diabólico. El hombre de la arena. Se refería a él como un hombre horrible a la vista, de boca torcida y dedos huesudos hasta la repugnancia. Era un ser horrible que por las noches aparecía buscando a los niños y bebés que no querían dormir. Ese monstruo con forma humana arrojaba puñados de arena sobre la cara de los chiquillos hasta dejar sus ojos sanguinolentos. En ocasiones, tanto se rascaban que lloraban sangre por el dolor y se restregaban sus inocentes ojos hasta que se les caían. Él, diablo encarnado, los recogía en una bolsa y se los llevaba para echárselos de comer a sus pájaros. ¡Era una historia horrible que no había tenido el valor de contarle a nadie desde entonces!
Así que ella no permitiría que ningún hombre de la arena se acercase a su bebé. Si bien es cierto que Hilfred era un niño a veces inconsolable, al que ni siquiera Nanny conseguía consolar. Así que ella debía permanecer atenta para proteger a su retoño ante la ausencia de su marido durante la guerra.
Desde aquel día, cuando nadie la veía, envolvía a su pequeño entre mantas y lo dejaba escondido en su armario de nogal para cambiarlo por un muñeco de trapo que conservaba de cuando era niña. Así podría engañar al hombre malo si venía a por él. Lo paseaba en sus brazos como si fuera su hijo verdadero. Lo alimentaba, le cambiaba la ropa e incluso lo besaba y abrazaba como haría con su propio hijo. Sólo tenía la esperanza de que Dios la perdonase en su inmensa misericordia, pues ella ya se encontraba enterrada en vida por su conciencia. Sólo veía ésta como la única manera de proteger a su bebé.
—Nanny, cuéntame cómo empezó todo...
—Discúlpeme, lo siento mucho. No lo sé, señor —sollozaba la empleada con un pañuelo entre las manos callosas—. Si no recuerdo mal, hace unos meses paseábamos al atardecer por la vereda junto al Zwinger Schloss. El pequeño Hilfred se puso a llorar desconsolado y no acertábamos a adivinar qué le ocurría. Tras un árbol, una anciana de tez aceituna, con un extraño acento siseante que parecía extranjero, nos urgió a que le hiciéramos callar. Estaba realmente molesta pues debía estar descansando. Pensé que era una comerciante de paso por la ciudad... Entre risotadas macabras, nos amenazó con llamar a un tal "hombre de la arena" que, nos aseguró, sacaría los ojos al pequeño Hilfred si no era capaz de cerrarlos él solo. Fue una situación muy desagradable y su esposa quedó realmente atemorizada. Y después de aquello ya nada volvió a ser igual con Dora y su bebé…
Este es un relato basado en mi particular homenaje al autor gótico de terror E. T. A. Hoffmann. Fue publicado como un relato piloto en mi blog CATÁLOGO HUMANO pero aquí está reescrito y mejorado. La ilustración principal (maravillosa, ¿verdad?) es obra de mi amiga y artista en body painting Maria Esther Gomez García, autora del blog y redes sociales De hadas y gamusinos