DE LA BURKA A LA LUZ (Capítulo 3, parte 2) LA CITA
LA CITA ...
(2 parte)
Farid hizo una breve pausa desviando la mirada. Teresa lo miró por unos segundos, muy disimuladamente. Se interrumpió por un momento la fluidez de la conversación. Pero el camarero llegó con los platos para terminar con el silencio. Por unos instantes, comieron algunos bocados tan sólo mirándose el uno al otro y sonriendo de vez en vez. Pensando él: “Hasta comiendo animales impuros se ve hermosa”
Y ella tomando un sorbo de la infusión de limón-hierbabuena pensaba: “Esto no es agua, es té”
— ¡Eh! Esto no es agua, es té— replicó ella
—No. Es agua. — aclaró él con suavidad. —No, no. ¡Es té! —insistía ella. Y con ojos tiernos él pensaba: “Con todo y lo necia que es, es bellísima”. Y así entre miradas, discusiones y suspiros transcurrió la cena. De momento Farid hizo una señal a uno de sus hombres, el cual enseguida se acercó al ingeniero dándole muy disimuladamente un pequeño estuche. La chica miraba con curiosidad. Ya no sabía que esperar, su amado había sido muy impredecible hasta ese momento. Acto seguido, Farid dejó su asiento para acercarse a ella, y tomando suavemente su mano le puso en ella el precioso estuche. Ella lo tomó de manera casi instintiva, y lo abrió. Sus ojos se abrieron enormes cuando vio con gran asombro el contenido. Era un par de aretes de oro blanco, con cuatro brillantes cada uno. — ¡No, no, no! Esto no lo puedo aceptar. —Por favor Gaga, lo compré especialmente para ti. — Imploraba . —No Farid. Esto es demasiado para mí. De ninguna manera puedo tomarlos. Él regreso a su lugar un poco contrariado, pero luego de guardar en el bolso de su pantalón el estuche, intento normalizarse. Teresa trato de distraer la conversación para disipar la tención ocasionada por el momento incómodo. —Bueno, bueno. ¿Y a que huele el gaga? Yo compro mi perfume, porque me gusta el olor a gardenias. Entonces el gaga debe ser como el olor a gardenias — puntualizó el enamorado— Pero se me ocurre algo… ¿qué te parece si me acompañas en mi viaje, y después de cumplir con mi compromiso, te llevo a mi tierra a conocer el gaga? — ¿Tu tierra? ¿Y cuál es? —Los Emiratos Árabes. ¡Por cierto! ¿De dónde eres tú? —Soy de Almería; España. Yo soy gitana. —confesó. — ¿Gitana? — preguntó él algo consternado a la vez que levantaba levemente una ceja. — ¿Qué? ¿Te extraña? No creo que sea más raro que ser musulmán. —No me hagas caso. En algún momento te explicaré… claro está, si accedes a venir conmigo. —Mmmmm, no sé, es algo en lo que no había pensado. La verdad es que no se sabe que esperar de ti. Ni siquiera en mis fantasías más absurdas me hubiera imaginado que me pedirías esto. Para ser honesta, nada de lo que ha sucedido durante todo éste día, siquiera lo habría soñado. —Está bien, tomate la noche para pensarlo. — ¿La noche? ¿Sólo una noche? ¡Es muy poco tiempo! Piensa que yo también tengo una vida; un trabajo, una profesión, una familia, un… No es tan fácil dejar todo eso, solo así como así. —Lo entiendo preciosa, pero entiéndeme tú también a mí, que me he enamorado como un loco de ti, que no quiero dejarte, y mañana debo seguir el viaje. Si no quieres venir conmigo, lo entenderé, pero me romperás el corazón. Vamos, ¡escápate conmigo! Luego le explicaras a tu familia. Y por lo demás no te preocupes. Conmigo tendrás todo lo que necesites. No te hará falta ni un trabajo, ni una profesión, ni ropa, ni nada. —Es que… no puedo. Hay algo que no te he dicho, pero debo decírtelo para que entiendas mi inquietud. — ¿Es acaso, que yo no te gusto como tú a mí? ¿Crees que no podrías llegar a amarme? — ¡No, no! No es eso, tú también me gustas. Me gustaste desde que abrí la puerta de la sala ésta mañana. Pero lo que pasa es más que eso…. Pero antes de que pudiera seguir explicándole, el gerente llegó para avisarles que el restaurante cerraría en unos minutos. Los dos abandonaron el romántico lugar en silencio y se dirigieron al estacionamiento del hotel. —No te presionaré— explicó él — piénsalo con calma. Mañana iré a recogerte a tu alojamiento y me dirás lo que hayas decidido. Subieron a una camioneta de renta y él condujo hacia la pensión, muy cerca de ahí. Una vez que hubieron llegado, desde la calle se podía ver una ventana de donde pendía un gran ramo de rosas envueltas en un plástico. Él la miró algo confundido y extrañado. Y ella adivinando sus pensamientos le explicó muy avergonzada. —Es que… soy alérgica a las rosas. El estalló en una carcajada y ella lo siguió. Todavía no podían reponerse, pero Farid entre risas aclaraba… —Tú, alérgica a las rosas y yo musulmán. ¡Tú me compraste vino y yo te compré rosas! No podíamos haber desatinado más. Y siguieron riendo hasta despedirse, con la promesa de verse a la mañana siguiente.