Quizá sea falta de fe, no lo sé. Algo me dice que él no es para mí. Que todo lo que imaginé algún día, quedó en eso. Mera imaginación. Pura fantasía. Y duele. Tanto que me siento morir lentamente. ¿Cómo no quererlo si es el hombre soñado de toda mujer? Pero, por supuesto, él no es para cualquier mujer. No señor. Él merece alguien que le quiera y acepte como es. Que se desviva día a día por hacerle feliz, que le sea fiel, incondicional y que, por supuesto, ame a Dios tanto como él.

Yo podría ser esa mujer, claro. Pero no es así. Y el tiempo... ¡Bendito sea el tiempo que no ha hecho más que confirmar que él no es para mí! Solo bastaría un milagro. Un verdadero milagro para que suceda lo que día a día, y noche tras noche, me he imaginado junto a él. Esos mundos perfectos en los que solo existimos nosotros dos. ¡Que va!

Esa es una historia es de esas que nos imaginamos al soñar, que solo queda en nuestros magníficos recuerdos. Me pregunté día a día el motivo por el cual esa historia no se ha hecho realidad, pero ahora ya no le doy tanta importancia como antes. Creo que mi gran amor por él se está resignando a no ser correspondido. ¡Y me duele un mundo enorme!

Esa es la verdad. La verdad que, solo con sonrisas a medias cuando le veo, intento disimular. Es de hacer notar que las lágrimas han sido mis fieles compañeras por largas noches de desvelo. Y que, aunque lo quiera sacar de mi mente, sigue siendo dueño de mis sueños, y más aún lo es de mis pensamientos.