La Suite [Relato]
– Tranquila, mi tía sabe que es precio solidario.
Así, al día siguiente, Mónica, otra amiga, me acompañó al cuarto terrible de la Av. La Salle para recoger las pocas cosas que tenía allí. Mi compañera de cuarto, Florentina, se sorprendió porque sólo duré dos meses ahí.
– ¿Te vas a vivir con tu novio?
– No, conseguí algo mejor.
Cuando llegué a aquel edificio amplio, de 18 pisos, y el cual según me enteraría después había resistido el terremoto de 1967, supe que nos la llevaríamos bien.
Toqué el intercomunicador y la Sra. Omaira me abrió la puerta de abajo. Quedaba en el piso 17. ¡Ay cuando se dañe el ascensor!, pensé.
Subí junto a Mónica, que me ayudó a cargar mis cosas hasta mi nueva habitación. Tocamos la puerta del apartamento y apareció la tía de Eloísa.
Eloísa me había contado que su tía vivía sola en ese apartamento desde que su madre muriera hace unos cuantos años ya. No tenía hijos y nunca se casó. Nos saludó amablemente y nos hizo pasar hasta la habitación.
¡Uao! Aquello me pareció una suite presidencial, tomando en cuenta de dónde venía, de compartir una habitación mínima y tener que hacer cola para usar el baño en aquel cuarto terrible de la Av. La Salle. Además, tendría mi propio baño.
– Puedes ir acomodando tus cosas, me dijo la Sra. Omaira mientras me mostraba las gavetas y el closet.
Me pareció una mujer tranquila aunque con un semblante misterioso. Era alta, con el cabello castaño claro y corto y los ojos verdes. Debió ser muy bonita en su juventud, pensé. Ya estaba jubilada, había sido maestra de preescolar. De inmediato me interesé en su pasado.
Lo que me había contado Eloísa es que efectivamente había tenido sus pretendientes, pero que su carácter era poco atrevido y no se pudo escapar de los convencionalismos de su familia y su época. Una vez estuvo a punto de irse a vivir con su novio sin casarse, pero al final pesó más el “qué dirán” de papá y mamá.
Como era alguien nueva para ella y sus reservas y tenía que ir ganando su confianza para preguntarle cosas, opté en un principio por observar todo lo que había en ese apartamento de cuatro habitaciones, tres baños, cocina, sala-comedor y balcón. Creo que se conservaba bastante original, tomando en cuenta que era de los años sesenta, y los muebles también parecían de esa época. Mi cama por ejemplo, aunque no tan vieja, en vez de tener una tabla, como acostumbran las camas para sostener el colchón, tenía una especie de malla elástica de alambres, pero era cómoda.
Mi cuarto tenía tremenda vista: el Parque Generalísimo Francisco de Miranda o Parque del Este. Seguro iría a trotar ahí en las mañanas.
Por la cantidad de libros que había en la biblioteca de mi cuarto, me di cuenta que allí vivió gente muy estudiosa. Cartilla Micológica, editado por la Fundación Mendoza en 1959, había sido de su hermano médico; Ingeniería de Carreteras, de su otro hermano el ingeniero; o Crónicas de La Victoria, escrito por Germán Fleitas Núñez, quien estuvo casado con su hermana Ligia, la que vivía en el piso 6.
Había también algunas novelas, como Shibumi, por Trevanian, “Un bestseller sensacional”, “Una extraordinaria novela de intriga que cautiva al lector”, rezaba la portada del libro; o Todos los hombres del Presidente” (el escándalo de Watergate), de Carl Bernstein y Bob Woodward... Bueno, mi cuarto era el depósito de los libros abandonados de la familia, todos amarillentos y llenos de polvo. Léenos por favor, parecían decir algunos que sobresalían del estante.
¿Qué más podía conocer de la Sra. Omaira? En la sala del apartamento había un montón de fotos enmarcadas y colgadas en las paredes. Efectivamente fue una joven muy bella. Allí aparecía en su acto de graduación. Más allá estaban fotos de sus padres, sus hermanos (6) y un risueño retrato de la que imaginé sería su abuela. Estaba asomada saludando desde la ventana de una casa.
En ese momento recordé que la mamá de Eloísa, Haydeé, hermana de la Sra. Omaira, vivía desde hace años en Choroní, en una vieja hacienda de cacao que desde hace pocos años figura en el catálogo del Instituto del Patrimonio Cultural (IPC) como bien de la nación. Quizás la ventana donde aparecía la abuela era en esa locación.
Con el paso de los meses fui conociendo mejor a la Sra. Omaira. Era bueno que ambas respetábamos los espacios de cada una, es decir, ni ella ni yo éramos metiches ni fastidiosas, así que por eso, pienso, nos caímos bien.
Nuestras conversaciones más largas transcurrían en la cocina mientras yo preparaba la comida que llevaría al día siguiente al trabajo o la cena del momento.
– ¿Tienes novio? Me preguntó un día. Pregunta ideal para yo luego escudriñar un poco en su pasado sin parecer indiscreta.
– Eh... Bueno... Estoy decidiendo entre dos muchachos... hemos salido, pero...
– Ah... ¿No está fácil verdad? Los hombres son complicados.
– Jajaja... sí. ¿Usted por qué no se casó?
No sé si me lancé muy rápido con esta pregunta pero lo cierto es que no se molestó, al contrario, reveló algunas cosas.
– Bueno, no me decidía, nadie me convencía para tanto, estuve a punto de hacerlo con un novio, pero me puse a escuchar a la familia y al final no me atreví... Pero bueno, lo que te puedo decir es que no te pongas a escoger mucho, no seas tan exigente porque...
– No, yo no me quiero casar, nunca me ha llamado la atención.
– ¿Verdad? Ay sí, a veces la gente fastidia mucho. Pero tampoco es bueno quedarse sola, si no se pone aburrido.
En ese momento sí pensé que tenía que decidir cuál de esos dos muchachos me gustaba más para novio. La Sra. Omaira tomó un vaso de agua y se fue a la sala a ver la televisión, su pasatiempo favorito junto a los crucigramas. Yo me quedé comiendo mi sandwich y pensando en mis posibilidades, en las decisiones que definen la vida.
Ella decidió quedarse en su casa tras la jubilación. Con su TV, sus libros viejos, su radio siempre sintonizada en la Radio Nacional de Venezuela (RNV). No tenía ninguna actividad fuera de casa a no ser por lo normal: salir a pagar cuentas o hacer el mercado. Bueno también salía a pasear con la hermana y las sobrinas de vez en cuando. La verdad creo que disfrutaba su soledad. Yo ya me hubiese ido a Choroní...
De mi familia, la única persona que ha estado en el apartamento de la Sra. Omaira ha sido mi hermana, pero por razones de horario, nunca se vieron, por lo que mi hermana dice que esa señora no existe, que yo la he inventado como personaje de alguno de los guiones de cine que he prometido escribir.
La verdad es que mi hermana tiene sus razones para pensar eso. El asunto es que como vive en el interior del país, yo le pedía permiso a la Sra. Omaira para que luego de asistir a algún concierto en Caracas (fueron varios como R.E.M, Emir Kusturica, Aerosmith, Manu Chao, Green Day...) ella pudiera pasar la noche en mi habitación. Sí, mi cuarto era maravilloso, pero no podía llevar gente a la casa, esa era una restricción.
El hecho es que llegábamos de los conciertos muy tarde, de madrugada, y ya la Sra. Omaira se había ido a dormir. Y en la mañana nos íbamos temprano, yo a trabajar y mi hermana a su casa en el interior, por lo que no llegaron a conocerse sino mucho tiempo después.
– Esa Sra. no existe -se reía mi hermana.
– Tú tampoco para ella jajaja -le decía yo.
Texto y fotos de mi autoría
Muy buena historia, siempre la vida de las personas es un mundo, es bonito conocer otras vidas, y que hayan compartido piso respetándose, manteniendo cada cual su espacio y privacidad, abrazos.
Así es, compartir espacio no es fácil, ¡muchas gracias por pasar y comentar!