El Mirador (Cuento Corto)
De ante mano les agradezco su lectura, y si dejan algún comentario, estaré complacida de leerlo y responderlo.
El Mirador
En silencio la admiraba.
Su cabello castaño, suave y ondulado, se movía con el fluir del viento. Caminaba con gracia, dando un paso a la vez, sin prisa alguna. La primera vez que la vi llevaba un vestido veraniego de color lila; sin mangas y con la falda un poco más arriba de las rodillas. Llevaba unas bailarinas, que la hacían lucir cómoda y sencilla. Sus ojos ambarinos contrastaban con su piel pálida, y sus labios eran de un tono rosa pálido que tenían solo un poco de brillo labial. En su rostro, el maquillaje era escaso, si acaso un poco de delineador. Era la viva imagen de la sencillez.
Era amigable; lo notaba por cómo se comunicaba con los demás. Siempre había una sonrisa en sus labios, y cuando lo hacía, en su rostro aparecían unos dulces hoyuelos que me hacían querer besarlos. Sus ojos eran expresivos y estos descubrían su estado de ánimo casi todo el tiempo. Cuando estaba triste, estos se distraían de las palabras y acciones del mundo exterior, siempre mirando al suelo o escribiendo en su libreta con estampado de flores multicolores. Ansiaba ver que escribía en ella.
Por otra parte, cuando estaba feliz, sus ojos se iluminaban como el sol. Irradiaban el lugar donde se encontraba, y su risa invadía los lugares más oscuros haciéndolos alegres y llenos de luz. Siempre estaba con su grupo de amigas, todas disfrutaban de su compañía y yo disfrutaba de la vista. Era algo que valía la pena observar.
No le había hablado a nadie al respecto. Mis amigos se preguntaban por qué me gustaba ir al mirador. Creían que era tonto, algo estúpido. De alguna manera, ellos creían que debía conocer chicas, tener sexo y divertirme. Sin embargo, eso era lo que ellos creían que necesitaba, pero estaban equivocados. Lo que necesitaba era valor.
El mirador era el lugar al que ella asistía casi siempre. Esa primera vez que la vi estaba triste, caminando de un lado a otro, intentando no llorar. Quise acercarme pero mi cobardía me lo impidió. Desde ese momento supe que tenía que hablarle. No sabía cuando, ni cómo, pero debía encontrar la manera de hacerlo sin parecer un tonto.
Cada vez que lo intentaba, mis pies se congelaban en el pavimento, impidiéndome dar los pasos que necesitaba para lograr mi cometido. Entonces comencé a ir de manera continua al mirador. Me sentaba en la tapa de mi auto observando la inmensa ciudad, mientras esperaba su llegada. Algunas veces no iba y eso me entristecía, pero cuando aparecía todo en mí temblaba.
La observaba sentado en el auto, y a veces hasta la seguía luego que se iba. Pero nunca llegué a hablar con ella.
A veces sus ojos se cruzaban con los míos y me regalaba una sonrisa, pero cuando eso sucedía, yo desviaba la mirada apenado. Por meses fui hasta aquel mirador observando lo que hacía, como interactuaba con sus amigas, y la verdad es que parecía una chica agradable y genuina, nada presuntuosa. No entendía por qué tenía tanto pavor de hablarle. Solo era una chica.
En mi cabeza imaginada cientos de escenarios posibles, cientos de posibles maneras de empezar una conversación con ella sin quedar como un imbécil. Pero no creía que nada fuera a funcionar.
Un día de junio, estaba en el centro comercial comprando dulces para mi hermanita. Había entrado en una tienda buscando ositos de goma, los cuales eran sus favoritos. Tenía la impresión de haber encontrado el lugar adecuado, y digo adecuado porque el lugar tenía todo lo que un niño pudiera desear. Había caramelos, gomitas en formas de gusano, ositos, aritos y muchas cosas para deleitar. Me fui directo por los ositos de goma y tomé dos bolsas. También tomé una caja de galletas con chispas de chocolates y unos Cheetos.
Mi sorpresa no pudo ser más grande, cuando me encontré con una chica de ojos ambarinos y una sonrisa radiante al otro lado del mostrador. Estuve paralizado por lo que pareció horas. Sus ojos me miraron con confusión y entonces desperté. La miré de reojo, tenía puesta una falda color rosa y una camisa de color turquesa.
Coloqué los dulces y mi identificación en el mostrador y ella empezó a registrar todo en la computadora mientras tecleaba los precios. Sentí su mirada fija en mí por un segundo, y yo levanté la mirada.
¿Alguna vez piensas decirme algo? –dijo mientras metía las cosas en una bolsa
¡Disculpa!
Sé quién eres –dijo-. Estas en el mirador todo el tiempo. Sé que me miras. Solo que no sé por qué no me hablas.
Yo… y… -tartamudeé.
No te preocupes –sonrió y pude ver que se sentía avergonzada por haber comenzado esta extraña conversación-. Aquí tienes –me tendió la bolsa con los dulces y mi identificación. Yo le entregué el dinero y su mano rozó la mía dejando un hormigueo extraño.
Gracias –dije con bochorno. Tomé la bolsa y salí de allí.
Era un cobarde, un idiota que no tenía ni idea de cómo dirigirse a la chica que le gustaba desde hace meses. Lo mínimo que podía hacer era continuar la conversación, decir algún chiste o halagarla de alguna manera. Pero no, tuve que tartamudear como un imbécil.
Estaba arrepentido de no haber interactuado con ella.
Mientras tanto, en el autobús, saqué la factura de mi pedido. Allí se encontraba impreso su nombre; June. Algo irónico si me lo preguntan. En el suave papel pude notar como una tinta azul pasaba del otro lado, así que volteé el papel y vi la nota.
• Mi número. No seas un extraño Phillip.
Entonces sentí un vuelco en el corazón. Jamás me había sentido de esa manera; feliz, entusiasmado y animado a dar un paso adelante.
Cuando llegué a casa, mi hermanita enseguida notó mi cambio de humor y me preguntó qué era lo que me hacia tan feliz, así que le conté lo sucedido y me reprendió por ser un idiota con aquella chica. Yo por otra parte no paraba de sonreír. Tomé mis Cheetos y me fui directo a mi habitación dejando a mi hermana viendo caricaturas y comiendo sus gomitas. Dentro, me recosté en mi cama y tomé mi celular agregando el nuevo contacto a mi lista telefónica. Rápidamente escribí un texto dirigido a aquella chica de ojos ambarinos.
• Lo siento por haber actuado de manera inmadura. Estaba algo nervioso y no quería que me tomaras por un tonto. Me gustaría poder verte una vez más, Phillip.
Había colocado toda mi seguridad en aquel mensaje de texto, esperando que todo no fuera una broma y que de verdad aquella chica me viera de la manera en que yo la veía a ella.
• ¡Hola! Veo que decidiste no ser un extraño. Por supuesto que me gustaría verte. Ya sabes dónde encontrarme, June.
Mi corazón agitado no podía con la cantidad de adrenalina que recorría mi cuerpo. De verdad estaba pasando. La volvería a ver, pero esta vez no desde el silencio de mi auto.
Un relato muy juvenil, donde logras con un esmerado lenguaje y un despliegue de la descripción, principalmente, conectarnos con la emoción de este chico enamorado y su carácter. Bien escogido los dos espacios de la narración centrales. Es un relato más de ambientación psicológica, que de acción. ¡Vale! Saludos, @snowy-june
Como siempre, complacida de leer su comentario. Acertado en todos los sentidos. Gracias por su visita, @josemalavem. Saludos.