La libertad individual como principio humano
En anteriores post he venido comentado algo sobre la libertad como medio para el emprendimiento, pero hace falta referir ahora la principal característica del crecimiento humano —como finalidad de ese emprendimiento—: nos referimos concretamente a los principios y valores humanos. Como experiencia personal, puedo da fe que sólo bajo la idea o concepción de la libertad individual como un principio humano, como un valor moral muy importante e intrínseco, es que podemos avanzar como sociedad. La realidad venezolana —y por extensión, la latinoamericana— de los últimos veinte años nos ha demostrado como el proceso de colectivización de la economía no sólo afecta a ésta sino también a lo político, lo social, y por supuesto, lo psicológico.
Para muchos, la libertad sólo es alcanzable en sociedad, o mejor dicho, societariamente, y no de forma individual, y ese hecho es reflejo de una profunda ideologización paleo-jurídica y paleo-política, es decir, vetusta.
Sirvan estas breves líneas como una reflexión personal sobre el drama que hemos padecido en los últimos años y que funja de instrumento fortalecedor de las ideas de libertad en todos y cada uno de los que nos lean.
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Es común en Venezuela —y en varios países latinoamericanos— escuchar a muchas personas decir que esperan sigilosamente que el Estado les provea de lo que necesitan. La conclusión deviene de la consigna que «el gobierno está para darle al pueblo», lo que en palabras más explicativas significa que esas personas esperan que el Estado, a través de su gobierno, realice todo lo que ellos en lo personal necesitan para poder solventar sus problemas —también personales—, alcanzar sus metas de vida, y en definitiva, tener éxito. El Estado pasaría a ser el actor fundamental de sus existencias, o mejor dicho, el protagonista de sus vidas, y no ellos mismos.
Esa manera de pensar es producto de un sistema bastante complejo, bien elaborado, programáticamente aplicado por parte de muchos políticos que, antes, durante y después de estar en el Gobierno «venden» la consigna de que el Estado está para servirle a las personas —que no decir, que está al servicio de los particulares, noción un poco diferente, aunque no lo parezca— y que por lo tanto, es él y no los particulares, quien tiene la obligación y la responsabilidad de producir los mecanismos para que las personas puedan crecer en la vida. Y eso es totalmente falso.
La finalidad cierta del Estado es la de permitir a las personas el desarrollo de su personalidad a través del respeto a su libertad. En vez de hacer algo específico, el Estado no puede ni debe evitar las actividades privadas de las personas; es decir, debe permitir que las personas puedan realizar sus acciones privadas, trabajar por sus metas, plantear sus ideas, exponerlas públicamente, en fin, tener y trabajar por sus deseos de vida. No debe interferir.
De otra forma, la sociedad no podría avanzar pues qué sería de la libertad religiosa si el Estado no permite que las personas escojan su fe sino que les impone una fe única; o qué ocurriría con la propiedad privada en un sistema donde el Estado puede expropiar a los particulares y a través de cualquier otro medio quitarles el dominio legítimo y legal que poseen sobre sus bienes; o qué sería de la libertad de expresión si el Estado no permite que los ciudadanos puedan expresar sus ideas, realizando en contra de ellos detenciones arbitrarias por declarar en contra de los intereses de algunos políticos o cerrando medios de comunicación.
Una sociedad de ese tipo realmente no respeta la libertad, de modo que en un sistema que se precie de ser garante de los elementos indispensables del desarrollo humano, debe ineludiblemente concebir a las personas, primero, como individuos, respetando sus intereses privados legítimos y sus ideas particulares, de lo cual emana lo segundo, esto es, el respeto a sus derechos fundamentales, que no son más que expresiones jurídicas y políticas de su libertad natural.
Por ello, una sociedad libre es aquella que concibe en su inconsciente colectivo que:
Ellos son antes que nada individuos y no masas;
Que la función principal del Estado es permitirles ser libres;
Que tienen el derecho de exigirle tanto al Estado como a otros individuos el respeto a sus derechos más intrínsecos y naturales;
Que sólo a través del trabajo individual, concebido éste como la realización particular de sus intereses privados —noción que en nada choca con el trabajo en colectivo, que no es sino la asociación de esos mismos individuos en procura de una satisfacción personal, privada o individual a través de un trabajo mancomunado, pues de otra forma sería imposible alcanzarlo— pueden alcanzar sus metas y sueños; y
Que sólo la filosofía de vida orientada hacia estas nociones e ideas puede ser valiosa en el sentido de proyectar principios morales de respeto, tesón, dedicación y creatividad en las actividades, que harán de su desarrollo humano como algo maravilloso, distinto, especial y particularmente enriquecedor, transformando al trabajo y a sus productos en unos bienes inmanentes al esfuerzo y al amor por el crecimiento personal.
Son estos principios los que entendemos como la base moral más importante y valiosa que puede tener una sociedad, y sólo en ese sentido, bajo esa óptica, podemos proyectar una vida exitosa con verdadera intención de ser felices.
Es por eso que Hayek decía con razón:
«Sin duda alguna, la libertad individual constituye lo que más apropiadamente puede considerarse como principio moral de la acción política. Pero, al igual que todos los principios morales, la libertad exige que se la acepte como valor intrínseco, algo que debe respetarse sin preguntarnos si las consecuencias serán beneficiosas en un caso particular» (Hayek, Friedrich, Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, 6ª edición, Madrid, 1998, p. 101).
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Si te ha gustado este post referido a la libertad, entonces te invito a leer mis anteriores post