El Programa
El espacio a su alrededor era justo el necesario para su cuerpo, entre otros dos desconocidos, uno a cada lado. Ya casi le resultaba familiar, si por familiar se entiende que su cuerpo se hubiera acostumbrado a esa permanente posición de semisentado, a la escasez de movimientos, y a la estrechez en toda dirección.
En realidad no miraba demasiado a su alrededor, ni le interesaba hacerlo. Sólo importaba la pantalla frente a él, su brillo casi enceguecedor en la penumbra que los rodeaba a todos, y las imágenes de vivos colores que se sucedían una tras otra, captando su atención y entreteniéndolo.
Cada tanto, una mano (¿o era un brazo mecánico?) ponía un poco de comida frente a él, y él la engullía rápido, silencioso, hambriento e impaciente. Casi no percibía la consistencia blanda y grasosa, con su sabor dulzón y salado pero imposible de identificar, de las raciones diarias que recibía.
Se había despertado ese ciclo, después de las cuatro horas de sueño inducido reglamentario, un poco turbado e inquieto, habiendo soñado (¿o recordado?) días de una infancia temprana, en una de las últimas granjas no automatizadas, justo antes de que sus padres lo llevaran a la Metro. Pero eso era hace tanto tiempo que parecía otra vida. Había sido antes del centro de adaptación y educación (muy similar a donde se encontraba ahora), donde había aprendido que no existía tal cosa como una familia, que el mundo a su alrededor era una ilusión, y que la verdadera felicidad se encontraba dedicando su vida a contribuir al Programa, como otros millones de personas.
Sus pensamientos divagaron por un instante más, mientras orinaba a través del orificio en su asiento-cama, y luego se obligó a enfocarse. Estaba empezando a sentir el vacío, y necesitaba cumplir con su tarea si quería obtener su dosis para ese ciclo. De lo contrario, sabía (y temía) que volverían los escalofríos y terrores nocturnos. Además, quería obtener la “yapa”, que le daba la posibilidad de tomar un recreo, y perderse en otra realidad, por toda la duración del ciclo.
Volvió a concentrarse en la pantalla frente a él, donde las imágenes de colores no se habían detenido, y abrió el programa. Tomó control de la aeronave que sobrevolaba una región extrañamente verde, y la dirigió hacia la posición estimada del objetivo. Le tomó un par de minutos encontrarlo a través de la imagen infrarroja, pero no tuvo problema en identificarlo entre una multitud de otras señales similares, todas amontonadas en un edificio bajo y pequeño. Estaba acompañado, pero realmente no importaba. Dio el comando de lanzar el proyectil, y observó con atención la explosión, verificando luego que no hubiera movimiento. Cerró el programa rápidamente, satisfecho. Era un bonito juego, le resultaba divertido, y se había vuelto un experto en él. Tarareando algo (¿dónde había aprendido a tararear?) tomó la dosis y la yapa, que había aparecido frente a sí, y se recostó para disfrutar del placer infinito por el resto del ciclo.
De a poco, su asiento, la pantalla, las figuras borrosas a sus lados, y la luz blanquecina de las miles de pantallas, iguales a la suya, a su alrededor se fueron diluyendo en una niebla pastel, amable, cálida y acogedora.
These are beastly and slick :-)