-Imagínate temerle al amor, tanto así que cuando miras a la chica que te gusta no soportas mantener la vista alzada, ni siquiera 2 segundos- el chico siguió meneado los pies -Eso me pasó a mi amigo, yo la miraba y sé que ella gustaba de mí. Quizás fuera puro egocentrismo mío. ¡Quien podría culparme estaba en el apogeo de mi carrera!-

Así hablaba a gritos un joven en medio de una piscina totalmente destruida. La basura y porquería se había acumulado en la que antes debió estar el agua. El joven flacucho sin ningún físico atractivo sostenía en una mano una botella de ron, lo bebía de vez en cuando y este no se daba cuenta que estaba completamente solo. Nadie lo acompañaba en aquel lugar desolado, donde el viento acariciaba las copas de los árboles y la noche volvía sobrecogedora la alberca. El chico vestía de forma elegante, pero esto quedaba relegado al ver el aspecto destruido de su rostro.

La bebida nublaba la mente del muchacho. En su mente si veía una persona a su lado y era nada menos que su mejor amigo. No lo veía borroso como los borrachos, ni doble, no su imagen era luminosa y hasta fantasmagórica. La brisa que arreciaba dispersaba la forma gaseosa con que veía a su amigo.

-Cuéntame- pidió el fantasma.

El joven se bebió de pico la botella de nuevo y tragó un buen sorbo. Para luego limpiarse con la manga de la camisa, no le importaba un carajo la impresión que pudiera dar.

-Me enfocaba en mis materias, en mi meta de graduarme, todos me adoraban. Estaba en la cúspide de mis sueños, cuando ella apareció de repente a enamorarme. Así lo hizo desde el primer momento que la vi- gritó en voz alta como todo un borracho.

Chupó literalmente la botella, como si la vida se le fuera en ello. Maldijo por dentro de sí a las mujeres y su belleza. Ardió en llamas su corazón tratando de repudiarlas, pero luego recordaba la sonrisa de una de ellas, los bellos ojos demasiado redondos para ser normales, parecía que fueran a salirse, si no fuera por los lentes que llevaba siempre. Eso no lo hacía fea, realzaba su encanto y acentuaba esa fisonomía delgada.

-Aun así, era bella- susurró en el frió de la avecinada noche.

Recordó la mochila verde que siempre llevaba para clases, visualizó su boca pequeña y su sonrisa tímida. Todos esos recuerdos vagos vinieron a su mente, desde su andar decidido, su actitud chispeante a la hora de hablar y lo silencioso que podía llegar a ser la mirada de ella.

-¡Te enamoraste!- soltó su amigo.

-No era el único. Al principio me llamo la atención, la veía por donde fuera. Parecía que me siguiera y luego la encontraba en mis clases. Ella fue la primera en descubrirme- Soltó la última frase pensativo.

La memoria fluyó, terminó sumergiéndose en esos momentos. Él se encontraba resuelto a prestar atención a la clase, pero sentía las constantes miradas de alguien. Ignoró el llamado de la persona, aun así llego, un instante que miró también y se encontró con ella. La chica le miraba como si fuera un ladrón en aquel lugar, ni siquiera le dio la señal de sentirse atraída hacia él. Su mirada era de indignación y como todo caballero le sonrió. Fue correspondido con una sonrisa torpe, pero todo terminó cuando ambos respetaron la clase y se dedicaron a rasgar sus cuadernos.

Después su presencia se hizo más tangible en clases posteriores. Más de una vez desviaba su mirada del pizarrón a ella, pero simplemente para ella dejaba de existir.

Se dijo una y otra vez, que simplemente fue una ilusión. Y se esmeró en sacar las mejores notas. Su duro trabajo dio frutos y pronto su presencia logro cautivar a cualquiera. Más de una vez se sorprendió eludiendo la mirada de muchachas que no le quitaba los ojos de encima.

Pero la chica del bolso verde supo cómo engatusarlo.

Volvió a la realidad y rió como un loco, pero no duro mucho. La botella de ron se había acabado, furioso arrojó el envase contra la piscina. Resonó por encima de la fuerte brisa y se dedicó a escuchar como todos los fragmentos terminaban por reposar en la cerámica. La noche había llegado, su vista no divisaba ni siquiera la basura acumulada. No sentía frío sino desdicha misma y se arrepentía por haberle dado la oportunidad al amor.