Ante el juicio divino
Ajeno a todo
me perdono; porque
es el Padre, no el hijo
que permite decir
la condena por venir.
Muerdo la carne de Dios,
contesta aplastandome
entre su pulgar e indice;
-hormiga en la pálida piel-
muele sutil mi craneo.
Preguntas y porqués
desgarran el hastio,
navegan la linfa, asfixian
la noche más larga del sol;
invaden miserablemente.
Cruel rocío, esta lluvia
de arena baña la tarde;
quitame las cadenas
madero de la tortura,
suelta mis manos.
Debajo de dos puertas
que también cerrarán,
mis ojos entrarán al silencio.