Siempre he sido un obseso de los libros. En la secundaria, al salir de clases difíciles me dirigía al camino de compostela: la Catedral. Este fue uno de esos nombres que manoseados, terminan desapareciendo al original. La Catedral era solo la pequeña iglesia que se erigía en el centro de dos plazas. La primera pertenecía al casco histórico de la ciudad, con casas amarillas y una estatua en donde se congregaban los últimos refugiados de aquel tiempo. Y en la segunda, acogida a su lateral izquierdo, estaba la librería de viejo. La regentaba una señora baja, con arrugas como patas de araña en los ojos. En esa época de estudiante, ella fue mi primera oficiante. Las estanterías eran de madera opaca que se transmutaban con la penumbra del lugar, dando la impresión que los volúmenes habían terminado apoderándose de todo. En ese entonces, yo no conocía muchos autores, quizás un par; creía que personajes tan importantes —y tan ahogados por la memoria del tiempo— no sabrían interpretar mi contemporaneidad. Además, en mis primeros tímidos acercamientos, sus palabras sublimes y sus descripciones pormenorizadas dotaron a los libros de un aire memorable, de respeto.
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En una vitrina (la única estantería con vitrina) reposaban los libros de moda, de escritores con fotos en la contraportada. Quería leerlos pero no estaban al alcance de mi bolsillo. La señora interpretando mi gesto, me llevó al interior mostrándome varios tomos. Eran autores raros, enmohecidos, que te mostraban la otra cara de la literatura —o quizás la verdadera literatura—. Escritores desesperados que narraban su tristeza y agonías con orgullo, como si estuvieran gritando al cielo, a la inmortalidad. Poetas carcomidos de pobreza y desesperanza que exhalaban la poesía a quien quisiera oírla. Sus temas parecían siempre girar sobre lo mismo: la búsqueda de sí mismos, sus vicios y la depresión. En poco tiempo supe que de eso se trataba la vida: de las olas del absurdo que podemos remontar. Me dio dos libros pequeños y me dijo que si me gustaban que volviera y los pagara; que si no, volviera y escogiera otros. Uno era “El viejo y el mar” y el otro “El guardián entre el centeno”. Las primeras semanas solo pude leer algunos trozos sueltos, creía que eran libros muy complicados para mí y no los entendería. El primero “El viejo y el mar” no le encontraba sentido, solo hablaba de un viejo pescador que no conseguía nada. Pero una noche decidí leerlo, como reto personal para decir que había leído un libro. Y entonces, sentí lo que nunca había sentido con nada: yo era el viejo intentando proteger mi trofeo de los tiburones hambrientos. Yo era la desesperación de ver cómo, bocado a bocado, desaparecía ante mis ojos. El cansancio de ver su esqueleto al costado de mi lancha.
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He escrito esto porque alguien me ha preguntado que por qué leo tanto, o qué se siente terminar un buen libro. Esto me lo ha dicho alguien —que como yo en un principio— ve a los libros con cierta religiosidad.Y aunque deberían, yo los veo como tarros de vida. La segunda piel con la que te cubres. Con los libros he podido viajar, no solo a aquellos autores llenos de sufrimiento por entender la vida sino a sitios que nunca pensé en ir. He sentido lo que es estar escondido, atento a cualquier ruido que pueda delatarte en plena Segunda Guerra Mundial. Ver a Nuestra Señora dominar París. Correr de la policía por la calles de Londres. Y es que la literatura, la buena literatura, tiene un imperativo de sujeción. Ya que te habla de vidas pasadas, de momentos que alguna vez existieron o de lo que pueda pasar.
Me encanta el concepto de la literatura virtual que estamos viviendo. Ya que se ha extendido y justo en Steemit, puedo leer a alguien que es cirujano y me cuenta su pasado turno de la noche. Músicos que explican sus tardes de concierto. O los fotógrafos que nos muestran el tiempo en sus imágenes. En un post reciente creo que hable sobre esto, sobre lo genial que se siente esta nueva interacción.
Para mí la literatura es esto: adueñarse de la historia y hacerla suya.
Quien no lee, a los 70 años habrá vivido una sola vida, ¡la propia! Quien lee habrá vivido 5, 000 años: estaba cuando Caín mató a Abel, cuando Renzo se casó con Lucía, cuando Leopardi admiraba el infinito... Porque la lectura es la inmortalidad hacia atrás."
Umberto Eco
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Increíblemente bueno lo que dices, cómo escribes es cierto cada palabra. ¡Ame leerte! Sigue así que tu talento es genial.
Muchas gracias amiga. Tus comentarios me alegran y me hacen creer. Un abrazo.
Ay que haríamos sin libros, gracias por compartir, el equipo Cervantes apoyando la literatura. ejejej.
Muchas gracias, me alegro que les haya gustado. Y el gran crecimiento y aporte que otorgan a la comunidad, me tiene muy contento. Se les echaba de menos.
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Gracias por tomarme en cuenta en su reporte diario. Me alegra que les haya gustado.
Tienes razón amigo. La lectura es apasionante. Abrazos!!
Gracias amiga. Así es, la lectura es un gran viaje. Abrazos.
Leer es uno de los placeres de la vida. Muy buen post, @poesiaempírica.
Totalmente de acuerdo, leer es vivir, transportarte al pasado, a los hechos, encarnar con tus sueños y tu mente lo profundo de la historia, vivir las diferentes etapas y épocas, en fin quien no lee y aprende solo vive una vida sin interés...¡¡¡ gracias por tu post¡¡¡¡
Leer es un placer, decía el lema de una campaña hace años atrás pero que es tan cierto. Saludos
Que escrito tan sublime, para mi los libros son amores, de esos que te hacen suspirar cuando los recuerdas y que te enamoran en cada página, y de aquellos que cuando son espectaculares mas nunca los sueltas.
Lo has descrito muy bien; los libros son amores. Espero mi romance con ellos sea largo y placentero. Gracias por leer amiga. Un abrazo.
Leer es una ventana donde podemos explorar. Lindo post.
Me encantó tu post, tienes mi sincero voto y otra seguidora que como Borges desea que el cielo, si existe, sea una enorme biblioteca. Saludos y suerte con tu publicación.
Gracias amiga. Yo también sueño el paraíso como una inmensa biblioteca.