El duelo
Aún lo sigo extrañando y ya han pasado casi diez años.
No estaba preparada para enfrentarme a la muerte de un ser querido. No tenía una experiencia previa que me hubiera tocado tan de cerca.
Creía que, con el tiempo, la vida seguiría, que dolería menos. No podía estar más equivocada.
Es cierto que nuestro día a día ha seguido avanzando. Hemos sumado semanas, meses e, incluso, años a nuestros calendarios. Pero su ausencia es tan notable, que aún lloramos alguna vez hablando de él, que lo tenemos muy presente en nuestros pensamientos y conversaciones.
Ha dejado un vacío enorme en nuestras vidas y su muerte solo hace que nos falte aún más, que su ausencia sea más notable si cabe con los años, por no mencionar cuando se acerca algún evento importante, cumpleaños o celebración.
En mi mente hay dos días al año en los que él no falta, su cumpleaños y el día que murió. Son dos días en los que, sin pensarlo, sin planificarlo, lo echo de menos especialmente. Y, por desgracia, cada año es un poco más difícil.
Los recuerdos siguen ahí, las fotografías también, pero, por ejemplo, ya no oigo su voz, no la puedo recordar tal y como era. ¿No es una pena? ¡Duele horrores! Tengo miedo de que llegue el día en que cierre los ojos y su cara se difumine en mi mente y ya no pueda verlo.
Ahora sé que la muerte de alguien a quien quieres no se supera, solo convives con ella y, a pesar de quedarme con todos los recuerdos buenos que puedo, seguiré extrañándolo por el resto de mis días… y ya van casi diez años.