Descenso | relato corto |

in #spanish5 years ago (edited)

Descenso

   


Imagen original de Pixabay | Free-Photos

   

    Cuando llegaron a los 800 metros de profundidad un fétido aroma se se percibía desde las profundidades de la caverna. Parecía una combinación entre humedad, huevos podridos, heces y otras cosas desagradables al olfato que Tobías no descifraba. «La cueva de la mierda —pensó —, así debería llamarse este lugar».

    El viaje había empezado con entusiasmo. Los cuatro jóvenes exploradores que conformaban la expedición mantenían sueños de aventura y riquezas, o al menos de ganar algunas monedas extra como pago, ya que estaban financiados y contratados por un ente gubernamental. La caverna, se mantenía inexplorada desde hacía más de 60 años; nadie conocía su límite de profundidad, sin embargo en otrora se extrajeron grandes cantidades de oro a partir de los 300 metros de profundidad. Por ello supusieron que, más abajo, podría encontrarse un yacimiento inexplorado del metal precioso.

    En cuestión de un par de horas rebasarían los 1000 metros, que era el límite a donde un humano había llegado alguna vez en aquel lugar; ese hecho de por sí era un logro, pero aún no conseguían nada que valiese la pena.

    Marco, quien era el líder de la expedición, dio el primer aviso:

    —Muy bien, muchachos. Hay un nuevo récord en esta hedionda cueva. Llegamos más allá de donde pisaron las últimas personas que entraron a aquí —dijo. Aquello no significó mucho para él, desde la mitad del camino le extrañó que, a pesar de que ese lugar no habías sido visitado por nadie en más de medio siglo, se encontraron con un camino de muy fácil acceso y lineal sin complicaciones.

    —Hurra —respondió Mary, quien era la única mujer del grupo, en tono burlón acompañado de una risita —. Quizá podamos llevarnos piedras y venderlas en el mercado.

    —Sí —afirmó Tobías, siguiendo con el comentario —, puede que algunas sean unas rarísimas e invaluables rocas con holor a mierda que solo crecen en esta región.

    —Sabíamos que existía la posibilidad de que esto pasara, cabronazos —repuso Mikael, el hermano de Mary. Un hombre de casi un metro noventa y contextura gruesa que desde niño era apodado 'Tanque' —. Hay que explorar este lugar, aunque no encontremos oro quizá haya especies de animales desconocidas o algo por el estilo; además, por lo que sabemos, que es absolutamente nada, este sitió podría tener un recorrido de 10000 metros o más —concluyó, con su tono de voz grueso cuyo eco retumbaba más que el de nadie entre las paredes de la cueva.

    —Tómatelo con calma, Tanque —le dijo Marco, sin prestarle mucha atención —, aquí abajo hay que saber administrar las energías —él ya estaba acostumbrado a las chanzas de Mary y Tobías. Era la novena travesía bajo tierra a la que iban juntos. En cambio el grandulón debutaba con ellos; se unió al equipo por la constante insistencia de su hermana.

    Continúo el descenso, a medida que las horas pasaban una de las mayores preocupaciones de Mary se hacía cada vez mayor: no se habían topado con ningún espécimen. Nada de animales pequeños ni insectos, que en las formaciones rocosas naturales e inexploradas son comunes, nada. Solo polvo, musgo, ecos y la constante peste de origen desconocido.

    —Esto es raro —murmuró Marco repentinamente mientras palpaba las paredes.

    —¿Qué pasa? —preguntó Mary al tiempo que soltó la pesada mochila que llevaba a cuestas.

    —Estas desviaciones... ¿no lo ves? Parece que la tierra y rocas estuviesen recién removidas.

    Un escalofrío recorrió la espalda de tres de los cuatro exploradores. Por su parte Mikael, que no atendió al comentariode Marco, distraído por un tenue brillo dorado en la entrada del desvío, se agachó frente a este y lo mostró a los demás.

    —Es oro —comentó. Aunque le resultaba obvio que todos lo notaron.

    —¿Iremos por allá? —preguntó Mary mientras volteaba a ver a Tobías y luego a Marco. A este último le correspondía tomar la decisión.

    Marco no dijo nada. Se adentró en la gruta y los demás le siguieron.

    —Mantengan encendidas las linternas —repuso Tobías a Mary y Mikael.

    Allí era mucho más intensa e identificable la fetidez que percibían desde poco después de entrar en la cueva. «Definitivamente esto huele a excrementos» pensó Marco. De pronto el grito de Mary, contenido a medias, retumbó entre las paredes.

    —¿Qué es eso? —preguntó en un susurro aunque, dada la expresión de su rostro, quería gritarlo a todo pulmón.

    Frente a ellos, una pequeña criatura, pálida y raquítica, escarbaba en la tierra con afán, hasta que notó a los intrusos que le veían atónitos. Entonces se incorporó, para mayor asombro de todos quedaba a la vista su biotipo humanoide. Erguido sobre sus dos pies tenía una altura similar a la de un niño de siete años

    La criatura parecía observarlos, aunque nadie logro divisar algo semejante a ojos en su rostro. Después de un minuto emitió un ruido, a Mikael se le asemejó al sonido que hacen los murciélagos.

    —¿Qué hacemos? —preguntó Mikael, sin esperar realmente una respuesta de nadie —... volveremos por donde vinimos. Mary, ven acá —le espetó mientras la halaba por el brazo y, más adelante, la famélica y blancuzca bestia les enseñaba los afilados dientes en forma amenazante —. No me quedaré esperando a que esa cosa salte sobre nosotros y...

    Otro ser, similar al pequeño monstruo pero mucho más alto y fornido, apareció frente a ellos. En un parpadeo posó su enorme mano sobre la cara de Mikael y con un breve apretón esparció los restos de carne y cráneo por la caverna. Soltó el cadáver y centró su atención en Mary.

    Ella gritó, sin contenerse esta vez, al ver el cuerpo de su hermano inerte en el suelo sobre un charco de sangre absorbido por la arena. Volteó a buscar auxilio en sus demás compañeros, sin embargo cualquier atisbo de esperanza se desvaneció ante aquel escenario: Marco, tendido boca arriba con un hilillo de sangre bajando por su nariz, servía de alimento para el pequeño humanoide que se habían encontrado primero y a otro tan alto como el que acababa de matar a Mikael.

    Pocos metros a su lado, Tobías lloraba mientras observaba el macabro festín. Sus ojos tan abiertos asemejaban dos bolas de billar enrojecidas y acuosas. De pronto sintió una leve presión en el rostro y no lograba ver nada. Solo fue un instante. «Hay un nuevo récord en esta hedionda cueva» pensó por último la chica, resignada.

   

XXX

   

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