Lili - Capítulo 1 (Novela en pre-producción)
Hola, Steemians. Aquí les comparto lo que vendría siendo el principio de mi primera novela comercial.
Comienza así:
La historia que les voy a contar es una historia sobre la ingenuidad y la juventud. Sobre cómo lo inesperado puede darte más de lo que pensabas que podías recibir. Una historia que derrumbó mis más gruesos muros y me hizo ver que yo no creía realmente en nada de lo que creía. Eso suena confuso, pero no lo es. Déjenme explicarme; esta es una historia de muchas cosas, pero sobretodo es una historia de amor.
En aquella época yo era una joven de 22 años. Una joven y pálida merideña de un metro sesenta y ocho. Al tener padres intelectuales, incurables académicos y adoradores del arte, me vi libre a muy temprana edad de hacerme amante del vino sin ningún prejuicio. Podía distinguir el opaco, apagado y naranja de un vino viejo y debatir con mi padre cual era la mejor opción culinaria para combinarlo en la cena de ese día. Nunca faltaba una tarde de domingo, y en calor de media botella de algún tinto, discutir con mi abuela Maris sobre mi visión inconforme con respecto a los países tercermundistas.
Gracias a mi abuela Maris, que había emigrado a Venezuela desde las islas de Martinica a la edad de 20 años, me inculcó el francés desde que tengo uso de razón. Crecí con dos idiomas, cosa que le agradezco infinitamente a mi abuela ya que pude, por ejemplo, comparar la versión de “Les fleurs du mal” de Charles Boudelaire en su idioma original con la versión traducida que tenían mis padres. Esos pequeños detalles que encontraba por mi cuenta, junto a anécdotas de mi abuela en su isla natal cuando era una adolecente, me hicieron ser curiosa con respecto a otras culturas.
A pesar de que esta amplia y nutritiva formación hogareña me hizo tener una visión objetiva y madura con respecto a la sociedad y el deber ser de la misma, siempre me mantuve ingenua por dentro. Me imagino que este pedacito inocente en mí se debía en parte a que mis padres me habían enseñado que la forma más segura de vivir era a través de los libros. Con eso, de alguna forma me convenció de que afuera, en las calles de mi ciudad, no sucedía nada mágico. Porque la magia sólo podía pasar en sitios como París, el escenario de todos esos escritores apasionados que realmente amaba con las vísceras. Mi abuela conocía el brillo de mis ojos cuando de Paris se trataba, por eso convenció a mis padres y entre los tres me regalaron unas vacaciones de 7 días con todo pago a París. Fue mi regalo de graduación.
Pero claro, a esa edad todos aún creíamos en las historias de amor, en el romance que puede encontrarse en la ciudad de la luz. En ese momento no me había expuesto a suficientes desilusiones, es luego cuando la ingenuidad desaparece para la mayoría de nosotros. Mi último rompimiento fue a mitad de carrera universitaria, cuando me vi obligada a terminar con mi novio. Admito que me deje llevar por su falsa manera de manejar términos literarios. Resulto ser un patán y a raíz de eso me dedique ciegamente en mi carrera para aprobarla lo antes posible. Admito que con los años de soltería pude encontrar una seguridad en mi manera de ser, en mi manera de ver las cosas.
Les hablo de mí misma, algo que, siendo honesta, no se mucho. Aún ahora estoy rebuscando entre viejos baúles para entender muchas cosas. Recuerdo que abuelo decía que uno nunca termina de conocer a la gente, porque ni siquiera terminas de conocerte a ti mismo. Estoy segura de que él se conocía muy bien. Tan bien se conocía que sabía de lo que era capaz. Pero, sobre todo, de lo que no era capaz. Esto fue algo que comprendí mucho después.
Una joven y pálida merideña que tenía muy poca fe de lograr algo en donde estaba. Visionaba el momento en el que podría salir de las limitaciones y vivir de verdad, experimentar una polis real. Porque de mis limitaciones yo culpaba al pueblo. Este pueblo, que me parecía un claustro al aire libre, como si tuviésemos una cúpula invisible pero bien tangible sobre nosotros. Yo veía que a todos en este rincón olvidado por la providencia y el progreso les pasa lo mismo que les pasa a esos pajaritos que deberían crecer muy grandes, pero que no lo hacen porque la jaula es pequeña. Son unos pajaritos atrofiados. Pensaba “¿qué tan lamentable se puede llegar a ser?”. Ahora sé que el pueblo no tiene más que la mitad de la culpa, ahora sé que las jaulas nunca son colectivas, sino que todos nos empeñamos en armarnos una jaula del tamaño de nuestras limitaciones.
Eso aún no lo sabía en aquel entonces. Para mí el pueblo seguía siendo un claustro, y en esto es en lo que pensaba mientras miraba desde arriba los techos de las casas y las calles. Esa imagen no va a desaparecer nunca de mi mente. Aún ahora la recuerdo con la claridad del momento mismo, cierro mis ojos y veo los tejados y las azoteas de los edificios, las calles con los autos, tan de juguetes. Unos puntos de colores moviéndose, y más allá las montañas coronadas de nieve ¡Qué magnificencia! Era la maqueta de esas calles que mis pies conocían de memoria, esas fachadas que había visto tantas veces que ya no las notaba al pasar frente a ellas. Que poco familiar se veía todo desde las alturas, con apenas un cambio de perspectiva ya me costaba distinguir mi ciudad.
Era un “hasta luego”. Apenas acababa de graduarme como licenciada en Idiomas Modernos, con especialización en francés, por supuesto. A veces pienso que yo, con mis vinos y mi francés era todo un cliché. Mi excelente desempeño académico me había garantizado no sólo una beca para un postgrado en la misma casa de estudio, la aparentemente honorable Universidad de los Andes. Sino, también, un puesto en el plantel de docentes si así lo quería. Mis padres no cabían en sí del orgullo, “que prestigio para unos padres docentes de bachillerato tener una hija docente universitaria”. Yo sólo sonreía y asentía con humildad, mientras me regodeaba en su orgullo. Para ellos el viaje no iba a ser más que un corto desvío antes de volver al camino perfectamente planificado y estable. Pero mi abuela sabía bien que era lo que yo esperaba del viaje, porque fue lo que ella misma buscaba cuando se vino desde su isla. La enorme diferencia es que ella no tuvo colchón de seguridad que amortiguara la caída más que los brazos de mi Abuelo. Que hasta el día de hoy fue motivo suficiente para no volver a su isla. El mío, por el contrario, era un boleto de regreso.
En secreto tenía la esperanza de que el viaje fuese un adiós completo. Dentro de mis ilusiones esperaba encontrarme con un trabajo ideal que me obligará a quedarme. Sinceramente no creía en las historias de amor, y por eso, la última de mis expectativas era la que un romántico parisino que me sostendría en sus brazos y me abriría las puertas para establecerme en la ciudad de mis sueños. Pero realmente me estaba yendo con la pequeña pero poderosa idea de encontrar cualquier excusa para no volver.
Observaba toda esa maqueta de ciudad por mi ventana. Me atreví a levantar la mirada y observé por primera vez en mucho tiempo el sol de los venados. Así le llamamos en mi ciudad cuando el atardecer entra por una esquina de La Cordillera de Los Andes y baña en rojo las montañas que bordean la ciudad. Me di cuenta que tenía tiempo sin contemplar algo tan hermoso. Algo tan hermoso y que normalmente sucedía en mi ventana.
- ¿Lista? - Mi madre me sorprendió como si me hubiera capturado haciendo alguna travesura.
- En seguida bajo – le respondí confundida.
Volteé de nuevo a las montañas y noté que el sol de los venados ya se disipaba, solo dura minutos. Con el mismo impulso bajé mucho más la mirada y vi a mi padre metiendo mi equipaje en la maleta del carro. En ese momento pensé que mi madre fue muy sabia en elegir un hombre tan noble como mi padre. Mi madre, quien ya había bajado, se acercó a mi padre y se abrazaron por unos segundos. Poco hablo de mi madre, es que siento que me desnudo sin darme cuenta cuando hablo de ella.
Estaba por empezar un viaje que de seguro iba a ser tan fugaz como ese sol de los venados pero que de alguna manera prometía un secreto que estaba esperando toda la vida.
Si has llegado hasta aquí, gracias por leerme. Te agradecería muchísimo que me dijeras que piensas, cualquier cosa que puedas añadir como redacción, creatividad, lo que sea, házmelo saber.
Me gusto la redacción, también escribo e imagino que la historia continua así que quiero leer mas :) ¡Un abrazo!
Gracias, energías como estas son las que necesito. Busco motivación para terminar la historia, que de hecho esta ya estructurada en escaleta. Quiero sacarle provecho, por eso busco interés como el de tu parte.
Daré una vuelta por tu perfil. Saludos :)
Excelente!!
te seguí espero que tu también me sigas.