La similitud que existe entre nuestro iris, que posee en su centro la pupila, funciona como comunicador de las distintas partes situadas en el ojo y que nos permiten tener una respuesta inmediata a los cambios de luz, sombras y otras situaciones del mundo que nos rodea. Se dilata o se contrae para conseguir que llegue la cantidad de luz adecuada dependiendo del momento y de las condiciones.

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El funcionamiento de una cámara fotográfica es relativamente parecido al proceso de la visión en nosotros, sobre todo en lo concerniente a la velocidad de obturación, ya que permite que entre más o menos luz en el sensor que recoge esta información que proviene del exterior, en forma digital.

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La velocidad de disparo determina, según el tiempo que se le da, la cantidad de luz que permitimos entrar y, junto con la apertura del diafragma, conforma y determina la llamada exposición de la imagen.

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De esta manera, jugando con estas dos cuestiones, nuestra cámara funciona como un globo ocular. Atrapando ese momento único y irrepetible. En la fotografía analógica, una película fotográfica registraba la imagen funcionando como elemento sensible a la luz. En la época digital, teléfonos y cámaras digitales recogen estas imágenes en los llamados sensores que digitalizan la información.

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Acostumbrandose a su cámara, sin tenerle miedo y jugando con todas las funciones de las que disponga. Poniéndola en un trípode y tomando muchas imágenes, poco a poco llegaran a desarrollarse en el mundo de la captura de las imágenes fotográficas. Podrán realizar esas fotografías que soñaban y veían inalcanzables.

También reflejaran su estado de ánimo, ya que como les he dicho, la cámara llega a formar una parte de nosotros.

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